Cualquier semejanza con la realidad puede que no sea mera coincidencia

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  • norte - Mi corazón idiota, como dice la canción, pero ya no brilla. Recorro tus calles, en silencio, algo falta. Alguien falta. Fantasmas que me visitan en sueños...

viernes, julio 26

Insanidad: Algo cambió

   Mirabas el vaso de whisky que recién te había sido servido. Pensabas en ella, esa única persona con la cual te gustaría estar esa noche, y sin embargo ahí te encontrabas, solo, tirado contra la barra de un lúgubre bar. Habían pocas luces y tu mirada se encontraba fija en el hielo que se iba derritiendo poco a poco, mezclándose con la bebida que estabas a punto de llevar a tu boca. Ya no sabías cuantas dosis habías tomado, pero eran las suficientes como para hacerte sentir mareado y con un leve dolor de cabeza, que más que nada era provocado por la falta de sueño que padecías.
     El lugar estaba casi vacío, además de vos estaban un hombre en la caja registradora que a cada tanto le hacía chistes del estilo "¿Sabés cómo te dicen a vos?" a la muchacha que te servía los tragos, haciendo que tu estancia allí fuese un poco menos deprimente; y una pareja que estaba sentada en una mesa al fondo de todo. 
     Tomaste un sorbo y volviste a pensar en su rostro, en sus ojos tristes y su mirada perdida, en sus labios fríos y su cabello castaño totalmente despeinado. Recordaste el día en el cual todo se volvió confuso para ti, en medio de tantas luces, cerveza y una sonrisa; todo bajo el mismo techo. Estabas buscando un par de ojos brillantes en medio de tanta oscuridad, sentías la necesidad de que alguien viniera a salvarte ese día. ¿Quién diría que serían tus ojos los que iban a terminar brillando? Sin embargo no querías que brillaran, querías salir de aquél lugar, ver el Sol, correr y sentir el olor a sal que provenía del mar; y no aquello. Pero brillaban, tus ojos despedían luz y podías sentir como quemaban cada vez que la mirabas. Y no es que no la hubieses notado antes, es que no lo habías hecho de esa manera. 
     Cerraste los ojos un rato, te acordaste de la primera vez que hablaste con ella y te preguntaste como todo había sucedido de manera tan rápida, sin que lo notaras. Hasta que tus pensamientos fueron interrumpidos.
—Un fernet con coca, por favor —dijo una voz femenina que provenía de tu derecha. Se había sentado a tu lado sin que lo notaras, mientras viajabas en tu mente. La miraste y quedaste atónito con lo que viste, pudiste sentir como tu corazón latía sin parar, parecía que saldría despedido de tu caja torácica en cualquier momento. Era ella, la mujer con la que te estabas lamentando hace unos minutos. Rememoraste entonces la razón por la cual te encontrabas allí, recordaste tus ganas de irte a algún lugar soleado, de tirarte al mar y no pensar en nada. Sentías ahora que tu corazón quedaba congelado de golpe y que un par de cadenas lo apretaban cada vez más fuerte. 
—¿Qué hacés acá? —fue lo único que atinaste a decir. 
—Te andaba buscando, necesitaba decirte algo.
—A vos no te gusta el fernet, es decir, nunca lo probaste.
—Quiero saber si es tan bueno como decís —dijo mientras esbozaba una sonrisa.
—¿Qué necesitás decirme? —le reprochaste. Estabas un poco confundido ante aquella situación, hacía días que no sabías de ella. La miraste detenidamente a los ojos, esos ojos marrones que tanto te gustaban. No era la mujer más linda de la ciudad, ni tampoco algo de otro mundo, pero para ti era un ángel. Era alguien por quien darías todo lo que tenías, alguien que te hacía pensar en colores en medio de tanta oscuridad. De esas mujeres a las cuales no sabías si tirarte a sus pies o salir corriendo y rezar para que nunca te pasara algo igual con otra. Es que sabías bien que amar a una mujer era un arma de doble filo. 
—Te extraño, no se desde cuando, pero te extraño mucho —dijo mientras miraba el piso. 
—¿Cómo qué me extrañás?
—No se, te extraño y no entiendo nada. Me siento una pelotuda contándote esto —la sonrisa que te había mostrado hace unos instantes se había ido, su rostro solo era preocupación— Hace días que no se nada de vos y al estar así, sola, me puse a pensar en muchas cosas. ¿Por qué carajo me escribiste ese mensaje? ¿Por qué tuvo que cambiar todo? —pudiste notar como sus ojos empezaban a brillar y una pequeña lágrima se asomaba tímidamente por su ojo izquierdo.
     Se vinieron a tu mente imágenes de aquella noche en la cual la habías visto por última vez y no sabías que iba a ser ella la responsable de tanto caos en tu cabeza. Esa misma noche cuando en medio de una cerveza la tenías sentada en frente, mientras sus demás colegas reían y contaban historias, le escribiste"Me encantás" en una servilleta y se la entregaste. Ella te miró y te hizo un gesto de preocupación mientras movía la cabeza de un lado a otro y se retiró del lugar rápidamente sin decir nada, mientras todos se preguntaban que había pasado.
—Estaba aterrorizada, no me podías hacer eso. Me tomé el primer taxi que encontré y me fui a casa. Esa noche no dormí, ni tampoco la siguiente. No es que no me gustara lo que me escribiste, es que fue una sorpresa enorme, entré en pánico. Cuando llegué a casa me puse a llorar, no entendía nada. Luego miré una foto nuestra, la que tengo en la pared del cuarto, y noté algo, vos siempre estuviste ahí —dijo mientras se llevaba la mano derecha a la boca y apoyaba sus dedos índice y medio sobre los labios, y el pulgar en la mejilla, algo que siempre hacía cuando se ponía nerviosa.
—¿A qué te referís con que estaba siempre ahí?
—A muchas cosas. Me refiero a que nunca me dejaste sola, a que siempre que necesité a alguien estabas vos. Como cuando perdía un examen y no quería saber de nada y vos aparecías en casa con una botella de cerveza y los chocolates que me gustan —dijo mientras miraba al piso.
—Eso lo haría cualquiera. Sabía que estabas mal y necesitabas hablar con alguien.
—Pero solo lo hiciste vos. Al igual que el día que me peleé con mis viejos y no tenía con quien descargarme, vos me fuiste a buscar a casa y salimos a caminar. Me escuchaste y me abrazaste fuerte cuando me puse a llorar, y sabés bien que no lloro seguido. Es como si siempre supieras lo que necesitaba. Me tratás distinto que todo el mundo, desde el día que hablamos por primera vez lo hacés. Sin embargo algo te pasaba últimamente, ya no eras el mismo. Y luego me saltaste con esa nota —ahora te miraba a los ojos.
—¿Distinto? Yo estoy igual que siempre.
—No, no lo estás. Mirate, en un bar, solo, un jueves por la noche. Y esa actitud arrogante que tenés conmigo desde hace semanas. Esa manera de querer demostrarme algo que no se que es, de hablar sin parar cuando estoy cerca. Me demostrabas mucho más cuando callabas y me mirabas a los ojos. Y sobre el alcohol, estás matándote, es como si quisieras autodestruirte. Siempre terminás mal, dado vuelta.
—Al igual que vos yo también estaba asustado —le dijiste mirándola a los ojos.
—¿Asustado por qué?
—Porque me encantás, por eso. ¿Te pensás que fue fácil para mí dejar de verte como una amiga? ¿Pensás que busqué hacerlo? Yo también me asusté y traté de negarlo mucho tiempo, no quería que sucediera eso. Tenía pánico de arruinarlo todo, como lo hago siempre. Pero cada vez que te veía era lo mismo, mi corazón iba más rápido y me sentía torpe. Verte sonreír era como un regalo para mí, me hacía feliz verte así y bastaba con que me miraras unos segundos para desarmarme por completo. Desde que te conocí me pareciste hermosa, pero a medida que me fui acercando más ese sentimiento fue cambiando, fue creciendo demasiado hasta que no lo pude controlar. Por eso en un momento intenté ser más distante y luego me volví así como decís, arrogante, porque estaba nervioso, aterrorizado, y quería evitar a toda costa que algo malo sucediera entre nosotros. No te quería perder, se que es confuso, al final te terminé alejando un poco más. Te quiero y no se desde cuando, no se como ni porqué lo hago, solo se que cuando estás cerca todos mis problemas se reducen a nada. Cuando te tengo al lado solo somos vos y yo y el universo simplemente deja de existir. Nunca te lo dije porque no quería que todo se pusiera raro entre nosotros, no sabía si a vos te pasaba lo mismo. Pero luego te vi en el bar aquella noche, estabas preciosa. Tenías el pelo suelto y tu perfume —suspiraste— era como volar. No aguantaba más, tenía que sacarme esa carga de encima y por eso te escribí la nota.
—Sos un estúpido —dijo y notaste como empezaba a llorar— ¿Pero sabés qué? Sos un estúpido del cual me enamoré sin darme cuenta. ¡Vos también me encantás! —se puso la mano en el bolsito y sacó la servilleta en la cual le habías escrito la otra noche— La guardé, y la voy a seguir guardando porque...
     Y la interrumpiste con un beso. Tus labios se juntaron con los suyos y sentiste como te correspondía; sentiste la suavidad de sus labios, su respiración poniéndose más rápida al igual que su corazón. La rodeaste con tus brazos y ella hizo lo mismo, y se quedaron ahí un rato demostrándole al mundo, o por lo menos a ese bar, que los finales felices también existen. 
     Se retiraron de aquel lugar luego de unos minutos. Salieron a la calle y paraste un taxi, se subieron al asiento trasero. Ya estaba amaneciendo, el Sol comenzaba a iluminar las frías calles de aquella ciudad. Te sentaste a su lado y apoyaste tu cabeza sobre su pecho mientras ella te abrazaba y acariciaba tu pelo. Miraste por la ventanilla del auto y viste una paloma que volaba cerca del coche, por primera vez en mucho tiempo no le prestaste atención a ese evento. Simplemente apretaste tu cabeza contra tu acompañante y cerraste los ojos, sonreíste.

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