Cualquier semejanza con la realidad puede que no sea mera coincidencia

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  • norte - Mi corazón idiota, como dice la canción, pero ya no brilla. Recorro tus calles, en silencio, algo falta. Alguien falta. Fantasmas que me visitan en sueños...

lunes, julio 15

Insanidad: La sangre que corre y la voz que se ríe

      Era una fría tarde de verano, pero no porque fuese un día inusual, el frío provenía de tu interior. Estabas sentado mirando al mar desde unas escaleras que desembocaban en la playa. No querías pisar la arena, no en ese momento, solo querías sentarte y mirar como las olas rompían en la costa, te gustaba el sonido que provocaban, más bien te calmaba. El cielo ya estaba tomando una tonalidad rosa indicando que el Sol pronto se ocultaría.
     Al igual que el Sol en el horizonte, tu cabeza se encontraba muy distante. Estabas allí sentado pero tu mente no, tus pensamientos se hallaban en otro lugar esa tarde. Al igual que en las últimas semanas solo podías pensar en lo mal que estaba tu relación sentimental. Eras novio de una hermosa chica llamada Elena. Hacía casi tres años que estaban juntos y todo había sido perfecto en un principio, pero al igual que tu mente, esos días se encontraban muy lejanos. No sabías ni en que momento, ni como, ni el porqué de todo eso. No entendías como algo tan perfecto ahora te parecía agobiante. 

     Te quedaste sentado mirando a la nada durante un par de horas, hasta que el cielo se oscureció y la Luna comenzó a brillar sobre tu cabeza, bañándote en una tenue luz plateada. Miraste tu reloj y eran casi las diez de la noche. En cualquier momento tu soledad se vería interrumpida, lo sabías bien. 
—Espero no haberte hecho esperar demasiado —dijo una voz grave que provenía desde un par de escalones más arriba de donde te encontrabas sentado. 
—No. Vine antes porque quería meditar ciertas cosas —respondiste sin apartar tu mirada del agua. 
—Me parece bien —te dijo la voz mientras sentías como bajaba las escaleras. Se sentó a tu lado pero no te miró, al igual que tú se puso a mirar las olas. Estaba completamente vestido de negro la voz, aunque era un hombre nunca te dijo como se llamaba.
     Habías llegado hasta él a través de una tarjeta que dejaron bajo tu puerta hacía un par de semanas. La misma decía "Solucionamos todos tus problemas" y no tenía ningún nombre escrito, solo un teléfono. Sabías de que se trataba, dado que tenías un problema dando vueltas en tu cabeza y no tenías idea de como solucionarlo. En realidad no era un problema, pero así lo pensabas en aquel entonces, momento en el cual tomaste la decisión más cobarde de tu vida. 
—Explicame como funciona esto —le dijiste a la voz.
—Bueno, como hablamos antes vos tenés un problema y yo ofrezco soluciones. Es así de simple.
—Pero aún no te dije que necesito. ¿Cómo podés estar tan seguro de que me podés ayudar? —preguntaste. Tu comunicación con la voz había sido solo por teléfono anteriormente. Solamente habían acordado donde y cuando reunirse, nunca te pidió detalles de tu situación.
—Porque mi trabajo es saber. Decime tu problema, es necesario que lo digas tú.
—Es complicado —suspiraste— pero quiero deshacerme de alguien. 
—Pero no hablamos de un asesinato.
—No, quiero que alguien se vaya de mi vida. Quiero que nos separemos —dijiste mientras girabas la cabeza hacia tu izquierda. Miraste a la voz y notaste que llevaba también un sombrero negro y gafas oscuras, a pesar de que ya era de noche.
—Eso se puede hacer —dijo y agregó: aunque no entiendo tus razones. ¿Te das cuenta qué lo que me pedís tiene ciertas consecuencias?
     Intentaste recordar tu primer beso con Elena, aquel hermoso momento en el cual tus labios se encontraron con los suyos por primera vez. Cuando sentiste su calidez, cuando la abrazaste por la cintura y también sentiste como temblaba a causa del nerviosismo. Sin embargo ahora no eran así, eran casi como una obligación, o un compromiso, secos y rápidos. Y tu tampoco sentías nada al buscar sus labios, era como si la monotonía y la rutina les estuviesen ganando la batalla. 
     Recordaste como solían pasar horas hablando y riendo, como si fuesen mejores amigos, que de hecho, lo eran. Esas noches interminables juntos, y como compartían absolutamente todo. Pero ahora todo había cambiado. Se hablaban mal casi siempre, las peleas eran constantes. Últimamente parecía que todo era una obligación, verse, decirse cosas lindas y cariñosas, y hasta mirarse a los ojos de vez en cuando.
     Sabías que no era su culpa, ni la tuya, era todo algo mutuo. Pero no lograbas entender la razón de que eso sucediera. No sabías si no sabían manejar la rutina, o si el amor simplemente se estaba desvaneciendo. Lo cierto era que ya no te alegraba verla, ya no te hacía suspirar como antes. Y sospechabas que ella tampoco sentía lo mismo, lo notabas en su mirada fría y distante. 
     Ambos estaban asfixiados, cada uno por su lado. Y sentían que cargaban demasiadas cosas, pero ninguno tenía el valor de enfrentar al otro. No tenías el coraje de enfrentarla y decirle que no querías seguir con eso. Tenías miedo de equivocarte, de arrepentirte luego. Y también te daba pánico tener que enfrentar al mundo por ti solo, quien sabe por cuanto tiempo. Eras un egoísta y cobarde, y eso se carcomía por dentro. Querías ponerle un fin, pero no querías se tu el que lo hiciera. Solo querías salir sin cargar con la culpa de nada, no tenías agallas.
     Comprendiste entonces lo que estabas a punto de hacer. Ibas a borrar a alguien de tu vida, y posiblemente no hubiese vuelta atrás. Pero sentías que no tenías escapatoria. No querías seguir con aquel calvario y la idea de tener que enfrentar ese desenlace por tu cuenta te molestaba. Preferías una solución fácil y cómoda.
—Entiendo perfectamente —le dijiste a la voz.
—Bien. Dejame explicarte algo —dijo y prosiguió: se que la muerte está descartada en este caso. Pero es lo que muchos eligen, no se, parece que existe cierto morbo con eso en la sociedad. Obviamente todo sería un accidente y no habría rastros de nada. En tu caso se complica un poco más. Tendré que utilizar más recursos y provocaré muchos cambios en todo tu entorno, y sobretodo en el de ella. Todo eso tiene un costo mayor.
—¿De cuánto hablamos?
—No es un costo monetario, no trabajamos así. Aunque el precio solo te lo puedo decir una vez que cerremos el negocio —expresó.
—No importa, asumiré el riesgo y pagaré lo necesario —respondiste. Estabas decidido a seguir con el plan. No sabías a que se refería con que no era un costo monetario, pero a esa altura nada te iba a detener. Te había costado mucho juntar el valor para llamarlo y solicitar su ayuda.
—Necesito que firmes esto —dijo, mientras sacaba de su bolsillo un rollo de pergamino muy largo. Tenía unas inscripciones raras, con una caligrafía que parecía antigua. No quisiste leerlo, temías que si lo hacías ibas a cambiar de opinión. Decidiste confiar en la voz y seguir adelante.
—¿Tenés una birome?
—No, no la vas a necesitar. Firmarás con sangre.
—¿Qué? —exclamaste. Definitivamente no estabas preparado para eso, estabas un poco asustado. No esperabas que tuvieras que hacer tal cosa, después de todo era una simple transacción lo que iban a realizar. Habías escuchado de ciertos contratos que se firman con sangre, pero no pensabas que fuera algo verdadero.
—El contrato solo es válido si firmás con sangre. Yo también lo tengo que hacer, así nos aseguramos que ambos cumpliremos nuestra parte. Tengo conmigo dos navajas en envase cerrado, ambas están esterilizadas para evitar contratiempos o posibles problemas.
—Está bien, si es necesario lo haré —dijiste. Estabas decidido a hacerlo. Toda la situación te parecía descabellada pero ya habías llegado hasta ahí, no querías retractarte.
     La voz sacó las navajas y te entregó una, estaba adentro de una bolsa plástica. La abriste y observaste como se cortaba la muñeca y dejaba caer unas gotas de sangre sobre el pergamino. Procediste a hacer lo mismo. Sentiste como el frío metal tocaba tu piel, presionaste el filo y lo moviste. Podías sentir una especie de ardor recorriendo la zona de contacto y lentamente la sangre empezó a brotar bajo la navaja. Dejaste caer unas gotas sobre el pergamino cuando escuchaste una leve carcajada.
—Está hecho. Y ahora no hay vuelta atrás —te dijo y pudiste notar una leve sonrisa en su rostro. 
—Ahora decime el costo de todo esto —le reprochaste.
—¿El costo? ¿No te das cuenta? —te preguntó— Acabaste de entregarme el sentimiento más puro que existe sobre la Tierra, el amor. Se que tu situación era agobiante, pero aún había amor ahí y tu me diste lo que quedaba y creeme que hay demasiada energía en eso. La muerte hubiese sido una solución más fácil para ti, lo hubieses superado enseguida, sin embargo lo que acabaste de hacer te va a llevar a sufrir como nunca lo hiciste. Ahora es tiempo de que me ponga a trabajar.
     Luego de decirte eso y dejarte aterrado, se acercó y puso un dedo sobre tu frente mientras comenzaba a reírse a carcajadas. Lo último que viste fue un resplandor enceguecedor.
     
      Despertaste en la playa, sobre la arena, miraste tu reloj y era pasada la medianoche. Te preguntabas que había pasado, lo último que recordabas era estar sentado mirando el atardecer. Sentiste como tu celular vibraba y notaste que tenías un mensaje y tres llamabas perdidas, todo de Elena. Te pusiste a leer el mensaje y quedaste petrificado.
     "Necesitamos hablar, esto no está funcionando. Creo que hice algo malo, no se, quiero verte y decírtelo en persona, perdoname. Las cosas iban mal y sabés que no podía aguantar más."  

     Días después estabas en lo de un amigo contándole el trágico final de tu relación. Elena, la mujer que amabas, a pesar de todos los problemas que tenían, te había dejado sin razón aparente. Le decías que no entendías como todo había cambiado de un momento al otro. 
     Es que si tal vez le hubieses pedido a la voz que te leyera el contrato, si tal vez hubieses dudado un segundo y dicho que no, o no hubieses llamado y pedido una solución tan cobarde, no estarías allí. Lo que sucedía era que en aquel pergamino decía que tu no te ibas a acordar de tal negocio, que nunca ibas a recordar tu encuentro con la voz, pero su trabajo iba a ser hecho sin que lo notaras. Estabas viviendo exactamente lo que habías pedido, solo que nunca lo ibas a saber.  

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