Cualquier semejanza con la realidad puede que no sea mera coincidencia

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  • norte - Mi corazón idiota, como dice la canción, pero ya no brilla. Recorro tus calles, en silencio, algo falta. Alguien falta. Fantasmas que me visitan en sueños...

domingo, diciembre 21

Poema: Antídoto

Luz que entra por la ventana de la habitación,
resplandor que me llena de emoción.
Entre tanta magia aparece tu sonrisa, risueña.
Entra tanto ruido escucho tu canción.

El Sol, al horizonte, trae consigo calor.
Ahora todo tiene tu aroma encantador.
El espacio y el tiempo ya no existen,
solo tus ojos veo en este mar abrazador.

Desde las estrellas las musas me hablan sin parar,
dicen que tu mirada sobre mi alma se ha de posar.
En el cielo vuelan aves de cartón,
ahora somos uno, empezamos a amar.

Suspiro aliviado mientras te oigo cantar,
tu voz me dice que todo se puede sanar.
En tus brazos están mis brazos,
y entre tanto caos al fin puedo soñar.

Poema: Veneno

Ahogo penurias en este veneno que no mata,
lo intento pero la maldita parece no querer venir.
Le preparé un té, y hasta le serví galletas,
pero no quiso aparecer por estos lares.

Aquí, sigo mirando el techo, fingiendo que soy feliz.
Aspiro ese humo mágico que la llama.
Siento como cada segundo se desvanece.
Intento repetir tu nombre en voz alta, pero nada pasa.
La lluvia golpea afuera e imagino que es el fin.

Porque tu no estás es que la necesito a ella.
¡Oh! Bendito alivio que nunca llega.
Ya nada sirve para tapar el vacío.
Todo es carbón en mi boca, 
todo es insípido en mi paladar.

Me miro al espejo, arrugado y viejo.
Éstas canas que nunca viste pronto se irán.
Cerré con llave todas las puertas, así nadie me molestará.
Ahora que agonizo y ella no viene a buscarme,
pienso que la debo apurar.

Casi tambaleando, gracias a un elixir,
camino hasta el desván.
Allí guardo la escopeta, todo estallará.
Creo que la escucho golpeando, 
sabe bien que voy a disparar.

martes, diciembre 16

Historias: Donde van las almas en pena

     Me pregunté a donde iban las almas en pena cuando aún estaban vivas. Abandoné aquel edificio sabiendo lo que había sucedido. Traté de ignorar todo lo que esa maldita voz gritaba en mi cabeza, pero era en vano. Encendí un cigarrillo y caminé bajo las penumbras de la noche. Eran casi las cuatro de la madrugada y la ciudad aún no despertaba de su letargo. Me sentí solo en el mundo, abandonado, sin rumbo cierto. Caminé un par de cuadras sin saber exactamente a que lugar ir. Pensé en ir a casa y dormir, pero no quería volver allí, quería escaparme de cualquier cosa que me hiciera recordar la realidad. Me quedé inmóvil, mirando al cielo que estaba cubierto, esperando que tal vez alguna estrella apareciera y me indicara el camino. Un relámpago sonó a lo lejos y cayeron gotas que mojaron mi pálido rostro. No llevaba ningún paraguas conmigo y mi cabello ya se sentía empapado por la lluvia. Saqué del bolsillo de mi gabardina una petaca que contenía restos de un fino escocés que guardaba para situaciones angustiantes como aquella. Bebí un sorbo, y luego otro, y así hasta terminar lo que quedaba en aquel envase color plata, con una insignia en oro que recuerdo en alguna época significó mucho para mí, pero ahora era solamente un bonito adorno. 
     
     Decidí que lo mejor era buscar un bar de mala muerte donde poder pasar hasta que pasara la lluvia, supuse que era ahí donde iban las almas en pena que aún estaban vivas. Caminé un par de cuadras, sin éxito alguno. Mientras me movía por la acera me vi encandilado por una luz que venía de frente. Un vehículo se aproximaba a una velocidad muy lenta, casi como si estuviese ahí para buscarme. Era un taxímetro, noté que tenía el cartel de "libre" encendido. Como por una corazonada, alcé mi mano y le hice señas para que se detuviese. El coche, un Chevrolet Impala de los años sesenta, aparcó a mi lado, me subí asiento trasero y quedé en silencio por algunos segundos. Miré hacia el espejo del retrovisor y noté que el chofer tenía su mirada en mí, eran unos ojos cansinos, de un hombre de aproximadamente sesenta años de edad, ya bastante canoso y con ojeras grandes. El hombre vestía un traje negro, con una camisa blanca y corbata de color azul oscuro o negra, no lo supe distinguir por la oscuridad que había en el interior del vehículo. Acto seguido le dije:
—¿A dónde van las almas en pena que aún están vivas en esta ciudad? —casi en un suspiro.

El chofer miró por el espejo a mis ojos con una mirada penetrante, que me hizo erizar y esbozó una leve sonrisa.

—Se exactamente a donde llevarlo — respondió mientras ponía en marcha al automóvil.

     El vehículo se desplazó por toda la ciudad, hasta llegar a una zona más antigua de la misma, cerca del puerto. El lugar estaba lleno de edificios viejos, de principios del siglo XIX. El chofer no emitió ni una sola palabra en todo el recorrido, tampoco lo hice yo, ambos estuvimos en silencio. No sabía exactamente a donde iba, pero en aquel momento cualquier lugar me servía. El taxi se detuvo frente a una casona de dos plantas, de aspecto lúgubre, con ventanas grandes que estaban cerradas y una puerta de dos hojas de madera oscura adornadas por unos llamadores de color dorado.

—¿Dónde estamos? —pregunté.
—Lo están esperando adentro, por favor golpeé siete veces y sabrán que es usted.
—¿Pero qué lugar es? —volví a preguntar
—Un lugar donde lo están esperando —dijo el chofer sin vacilar.
—Bueno... ¿cuánto le debo?
—Hoy es gratis —respondió.
—¿Cómo?
—Dije que es gratis, por favor bájese —dijo con voz alta mientras se daba la vuelta y me enseñaba una mirada bastante aterradora, sus ojos estaban más oscuros de lo normal y su cara demasiado pálida.

     Bastante confundido me bajé del vehículo y me dirigí hasta la puerta de aquel lugar. Me pregunté a que se refería con que me estaban esperando, y porque se había negado a cobrarme el viaje. Todo aquello se estaba poniendo cada vez más extraño, pero ya era tarde y necesitaba ir al lugar donde van las almas en pena que aún están vivas. Golpeé siete veces la puerta y escuché pisadas fuertes que se acercaban cada vez más. Una de las hojas de la puerta se abrió y un rostro espectral se asomó por la misma. Era un hombre bajo de estatura, bastante viejo y evidentemente se estaba quedando calvo, apenas unas canas adornaban su nuca y la parte de atrás de sus orejas. Vestía una camisa blanca y un pantalón negro.

—¿Qué se le ofrece? —preguntó.
—Busco un lugar donde van las almas en pena que aún están vivas en esta ciudad —respondí sin pensar muy bien en lo absurdo que sonaba.
—Hmmm... Si, entiendo, pase —dijo mientras me miraba de arriba abajo.

     Entré a la casona, había un largo pasillo bastante oscuro, apenas un par de faroles tenues colgaban del techo. El hombre, quien dijo llamarse Alfred, me llevó hasta una puerta que estaba al final del corredor. Entré y era una especie de bar, con muy poca luz, apenas se divisaban sombras sentadas alrededor de mesas redondas. Habrían allí una veintena de personas, no lo podría saber con exactitud debido a la lobreguez de la sala. En la barra estaba otro hombre, veterano, con bigote, que preparaba un trago a otra silueta oscura que no parecía tener rostro. 

     Me senté en una silla y Alfred me preguntó si quería algo de beber, le dije que me trajera un whisky escocés en las rocas. Luego de un par de minutos el anciano apareció con mi bebida y se marchó, perdiéndose en la oscuridad de aquel lugar. Mientras disfrutaba de mi elixir escuché una voz femenina.

—¿Está ocupado este asiento? —dijo con firmeza.
—Eh... No, para nada —respondí un tanto confundido, no había notado su presencia antes.
—Me parece bien, Benjamin —dijo para mi sorpresa.
—¿Cómo sabes mi nombre? —pregunté enajenado.
—Se muchas cosas sobre ti, se a que viniste.

     Levanté mi mirada que hasta ese momento se encontraba fija en el vaso y noté sus ojos azules, un color azul brillante que parecía no ir con la tonalidad de aquel lugar. Llevó su mano hasta el centro de la mesa, donde una vela permanecía apagada y la encendió con un yesquero que sacó de su abrigo negro. Era una mujer muy hermosa, pude notar que tenía cabello rubio platinado, me sentí muy atraído hacia ella, pero no como me sentiría por cualquier mujer bonita que me cruce por la calle, era algo más, sentía cierta conexión, como si ya la conociera. 

—¿Quién eres? —le pregunté mirándola a los ojos.
—Me llamo Marie —respondió sonriendo.
—¿Pero cómo sabes mi nombre? ¿Nos conocemos?
—Por supuesto, nos hemos cruzado varias veces, solo que no lo recuerdas.

     Traté de pensar en todas las noches y días de mi vida, a pesar del esfuerzo que hice no pude recordar su pálido rostro, ni tampoco sus labios color rosa, o sus ojos azules como el más hermoso de los zafiros. Pero algo había allí, una conexión, su presencia me hacía sentir bien y a la vez parecía dentro de mí sabía bien que no era un a extraña, pero no podía recordar nada de ella.

—¿Dónde nos hemos cruzado? No te recuerdo para nada.
—Eso no importa ahora, lo que importa es porque viniste —dijo con un tono serio.— Estoy aquí porque buscabas el lugar al que van las almas en pena que aún están vivas.
—¿Cómo lo sabes?
—Se muchas cosas de ti, se porque saliste corriendo de aquel edificio, porque no querías volver a tu casa, y porque caminaste bajo la lluvia de la ciudad. Se que tu alma está rota, y que tu corazón también. Mi pregunta es, ¿quieres volver a estar vivo?
—Pero estoy vivo —dije.
—¿Cuándo fue la última vez que sentiste placer en los brazos de una mujer? ¿Cuándo fue la última vez que besar a alguien hizo que tu corazón vaya más deprisa? ¿Cuándo fue la última vez que sentiste ese amor que te quema por dentro? 
—No lo se —dije pensativo. 

     Hacía mucho que las relaciones humanas me eran insípidas, ya no sentía nada al estar con otra persona, ni tampoco al hacer las cosas que tanto me gustaban antes. Ya no disfrutaba del paisaje cuando salía a correr por las mañanas, ni tampoco el agua del mar. Mi vida se había vuelto un círculo vicioso de desgracias personales, donde siempre terminaba haciendo cosas de las cuales me arrepentía y ni siquiera me sentía bien mientras las hacía. Había entregado mi alma a las adicciones mundanas pensando que serían una vía de escapatoria a toda la realidad que tanto me abrumaba, pero sin embargo cada día despertaba peor que antes y ya la vida me sabía a poco, o a nada directamente.

—¿Recuerdas algo de lo que sucedió hoy?
—No, no mucho.

     Traté de pensar e inmediatamente mi cabeza se sintió como le dieran con un hacha, el dolor era insoportable. Marie llevó su mano a mi rostro y me vi agobiado por una serie de imágenes que aparecieron ante mis ojos. Me encontraba en una habitación, parado, frente a una mujer que lloraba, pero no sabía el motivo. En una mesa de luz había un polvo blanco y un par de tarjetas de crédito al lado de un billete de cien dólares enrollado como un tubo, y también muchas botellas de whisky por el piso del dormitorio. La mujer sollozaba,y decía cosas que no entendía, pero sabía que le había hecho mucho daño, no físico, pero la había lastimado de cierta forma. Sentí cierta repulsión hacia mi persona, arrepentido, asqueado, con ganas de vomitar. Estallé en llantos ante dicha escena, pero aquello no se detuvo allí, inmediatamente muchas imágenes siguieron, donde una vez tras otra volvía a escenas parecidas, donde le hacía el mal a otros, donde me sentía odiado, y me odiaba a mi mismo. Comencé a gritar desesperado, sentía como si mil puñales me estuviesen atravesando el cuerpo y mi cabeza no paraba de doler. 

—¡¡¡BASTA!!! —grité, espantado.

     Las imágenes se detuvieron y volví a estar sentado frente a Marie, ambos llorábamos. Me tambaleé en la silla y me caí al suelo, suspirando entre lágrimas. Ella se levantó de su asiento y me sostuvo entre sus brazos. Sentí su calor, sentí como si mi alma estuviese más tibia. El vacío que sentía en el pecho parecía estar llenándose. Noté que tenía la camisa manchada de rojo, podría ser sangre o vino, pero no recordaba haberme lastimado o derramado nada. 

—Espero que nuestro encuentro te haya servido de algo. ¿Quieres volver a estar vivo? —preguntó mientras sentía sus brazos envolviéndome.
—Si, por favor —respondí con la voz temblorosa. 

     Todo se volvió luz de golpe.


***


—¡Despejen! —exclamó una voz femenina.

     Sentí una descarga que recorría mi cuerpo de punta a punta. Luego el frío asfalto bajo la espalda, la lluvia sobre mi rostro y un dolor descomunal por todos lados. Abrí los ojos, veía todo borroso, pude notar dos siluetas a mi alrededor. Una de ellas pertenecía a la voz femenina que había escuchado antes, era una mujer pelirroja que llevaba puesta una campera donde podía leer la palabra "Paramédico". A su lado se encontraba un joven con la misma campera y un aparato en sus manos. 

—Tenemos pulso —dijo la paramédica mientras miraba a su compañero.— Preparen el traslado —ordenó.

     Me encontraba en una calle, tirado y sin entender que sucedía. ¿Qué había pasado en aquel bar? ¿Cómo había llegado hasta esa calle? 

—Benjamin, soy Micaela, paramédica, tuviste un accidente de tránsito, un vehículo te chocó de frente mientras cruzabas la calle. Te vamos a llevar al hospital, por favor quedate conmigo, no cierres los ojos, todo va a estar bien —exclamó mientras me miraba a los ojos. 

     Miré a un costado de la calle y vi un taxi estacionado, bajo la lluvia que caía sin parar y de pie a su lado estaba aquel mismo hombre que me había llevado hasta el bar, fumando un cigarrillo, mientras me miraba con una sonrisa en su macabro rostro.

jueves, noviembre 20

Caos: Los hombres del bosque - Parte I

     Se despertó a la madrugada, agitado, había dormido poco y se sentía nervioso. Estaba helado, a pesar de que la calefacción de su cabaña estaba andando perfectamente. Afuera nevaba y estaba oscuro, apenas se podía distinguir algo entre lo vasto del bosque que rodeaba su casa. No sabía porque estaba tan nervioso, se sentía vigilado, aunque sabía que solamente él y su hijo pequeño, que dormía en la otra habitación, estaban en aquel remoto lugar.
     
     Recordó como había terminado allí, como había hecho de aquel lugar recóndito su hogar. Esa casa era una herencia de su abuela y se fue a vivir allí hacía unos diez años, luego de un matrimonio fallido. Estaba cansado de la vida agitada de la ciudad y se refugió en la calma del bosque, en la tranquilidad de los árboles. Con su anterior esposa había tenido un hijo varón, el cual iba a visitarlo frecuentemente. Se acordaba de como su fallecida abuela le decía que tuviera cuidado en aquel bosque, dado que criaturas malas, como decía ella, habitaban allí. Está claro que nunca le prestó mucha atención a esas palabras, pensaba que eran producto de su avanzada edad y su deterioro mental.

Se llevó las manos a la cara, aún recostado sobre la fría cama. No podía creer que pasaría otra noche en vela, se sentía enfermo, hacía días que no sabía lo que era un buen descanso. Además la sensación de estar vigilado todo el tiempo lo hacía temblar, el frío bajaba por su columna y hacía que su médula se sintiese como un largo bloque de hielo que solo era capaz de refrigerar su sangre.

     Decidió levantarse e ir hasta el baño a lavarse la cara. Al entrar se miró al espejo, sus ojeras espantaban, no tanto como las arrugas que se le estaban formando en su rostro de cuarenta años de edad. Sus ojos verdes parecían dos esmeraldas cuyo brillo había sido quitado, se veían oscuros, perdidos, como sin vida. Su cabellera rubia y despeinada, junto con su barba, lo hacían parecer un pordiosero, algo lejos de la realidad.

     Había escrito su primer bestseller a los veinticinco, y a los treinta ya tenía ocho novelas publicadas y dos libros de poemas; sin embargo hacía años que no escribía una sola línea. Estaba totalmente aislado del mundo y solo era recordado porque su nombre aparecía de vez en cuando en la estantería de alguna que otra librería. Ahora mismo no quería volver a escribir, se sentía frustrado y nada lo hacía sentirse motivado o inspirado. 
     Sintió un ruido extraño fuera de su habitación, como pasos que hacían rechinar las tablas de madera del piso. Se preguntó si su hijo se habría levantado o en el peor de los casos, si alguien habría entrado a la casa. Salió del baño que estaba pegado a su dormitorio y se dirigió a la puerta del mismo. La abrió y se adentró en las penumbras del pasillo que separaba ambas habitaciones. Comenzó a caminar lentamente y sintió que el ambiente se volvía cada vez más frío, sentía como si una delgada línea de agua helada recorriera su espalda. Estaba temblando y no se podía explicar la razón. Siguió caminando rumbo a la habitación de su hijo, tratando de hacer poco ruido y de agudizar su oído y así lograr identificar algún otro sonido. 

     Al llegar a la puerta de la habitación sintió un ruido que lo dejó petrificado, era como la mezcla del maullido de un gato con el sonido que haría alguien al golpear su lengua contra el paladar. Abrió la puerta de golpe y vio algo que lo marcó, algo que le generó un miedo que jamás había sentido en su vida. Allí, al lado de la cama de su hijo estaba un extraño ser humanoide, con piel de reptil color verde oscuro. Tenía uñas largas y cinco dedos en cada mano y en cada pie. Lo más intrigante era el rostro de aquel ser, carecía de ojos y tenía una boca muy grande y llena de dientes puntiagudos y una lengua larga que salía de la cavidad bucal y se movía por todos lados. El ente lo miró, a pesar de no tener ojos sabía que lo estaba mirando, y emitió otra vez aquel aterrador sonido. Vio que su hijo yacía acostado en la cama, pero estaba petrificado, por más que quería no podía moverse. La criatura tomó al niño entre sus brazos, la horrible bestia estaba agarrando a su único hijo y él no podía hacer nada para detenerlo. Gritó, y trató de dar un paso, pero la criatura tomó al infante y salió por la ventana rápidamente y se perdió entre los árboles.

lunes, agosto 4

Historias: El botón de reinicio

Eran casi las diez de la noche cuando te encontrabas ahí, sentado en aquella sala tan peculiar. No sabías si era el olor a incienso o el aire caliente que provenía de la estufa lo que te hacía sentir algo mareado. Habías ido hasta allí para realizar una entrevista a un gurú que supuestamente sabía los secretos de la vida y estaba dispuesto a revelarte un par para publicarlos en la revista en la cual trabajabas.

El gurú era un tipo bajito y pelado, un viejo con cara de bueno. Hablaba muy pausado y eso hacía que por momentos sintieras ganas de bostezar y echarte a dormir mientras escuchabas su relato. Te estaba contando de los verdaderos Dioses, te decía que eran muchos en realidad pero que actualmente solo tres estaban mirando a la Tierra, los demás se habían ido a otros mundos porque la humanidad era simplemente aburrida.

—Y cómo te iba contando, los demás Dioses se aburrieron y se fueron, quedaron acá tres, que son los más venerados actualmente en occidente y medio oriente —te decía el viejo.

—¡Ah! —exclamás mientras tomás notas.

—Si. Es muy interesante. Pero lo más interesante pasó cuando estos Dioses que quedaron también se aburrieron. En vez de irse, decidieron hacer un juego, una especie de regalo y castigo a la humanidad, lo llamaron “El botón de reinicio” —te sigue contando con la misma tranquilidad de siempre.

—¿El botón de reinicio? —preguntás, ahora si un poco más interesado en el tema.

—Dejame explicarte, el botón de reinicio consiste en, como ya lo dice su nombre, en un botón que va cambiando de lugar todo el tiempo, hoy puede ser la llave de luz que está al lado de la puerta, pero la próxima vez puede ser el botón de un ascensor en alguna casa de masajes de Bangkok. El botón cambia de lugar cada vez que es presionado.

—¿Pero qué hace exactamente ese botón?

—Reinicia al mundo, como si fuese un juego de esos que están de moda ahora. ¿Viste cuando perdés una vida y querés volver a empezar? Así funciona. Es más, creo que esa idea de los juegos pudo haber salido de algún vivo que se enteró del botón, o habrán sido los Dioses mismos que mandaron esto, así nos podemos divertir como ellos.

—¿Pero cómo lo reinicia exactamente? —ahora estabas fascinado ante las palabras del gurú, no sabías si eran ciertas o tan solo se trataba de un invento provocado por los delirios de un anciano que casi llegaba a los cien años de vida.

—Digamos que el mundo vuelve exactamente al mismo punto en el que se encontraba la última vez que fue presionado el botón, y luego desaparece hasta que pasa el tiempo desde el punto al cual se regresa y el punto en el cual se presionó luego, a partir de ahí el botón comienza a vagar por el planeta de forma aleatoria, esperando a que alguien vuelva a reiniciar todo. Entonces se van creando muchas realidades distintas, se van generando cambios.

—¿Quiere decir que si lo presiono ahora y vuelvo a un punto, supongamos de tres días atrás, tendrían que pasar esos tres días para que el botón pueda volver a ser presionado? ¿Y nadie lo nota? —preguntaste mientras tomabas cada vez más notas y tratabas de imaginar todo aquello y de entenderlo, aunque te costaba mucho.

—Más o menos, sí. Lo interesante es que todas las personas que murieron desde el último reseteo van a poder volver al instante de su muerte y tienen una especie de regalo, digamos que pueden saber con un minuto de anticipación lo que va a suceder. Es un gran rompecabezas que tarda mucho en completarse. Es caos, y es hermoso —dijo y luego continuó—. ¿Nunca estuviste a punto de cruzar la calle y dudaste por un segundo? ¿Nunca tuviste una corazonada de qué tal vez ese día sería mejor ir caminando al trabajo que en tu auto? ¿Nunca sentiste que la muerte estaba cerca de ti y que la habías esquivado magníficamente y por poco? Bueno, todas esas situaciones se dieron a causa de éste reseteo.

—Sí, muchas veces —respondiste sin poder agregar más palabras, estabas atónito. Nada de aquello tenía mucho sentido, pero por alguna razón le habías creído. Luego de meditar un rato preguntaste—. ¿Pero esos cambios no crean otras realidades?

—Eso no lo sé, los Dioses aún no me lo confían. Son muy cuidadosos a la hora de darme información, hace veinte años que me están contando sobre el botón de reinicio y hace solo pocos días que me dijeron que podría revelarlo a la humanidad. Creo que piensan que nadie me va a creer. Les gusta hablar con gente de aspecto lunático y contarles secretos pues saben que nadie gastaría un segundo de vida en creer sus historias, aunque a veces se equivocan y es ahí cuando nacemos los gurúes. Les gusta usarnos como conejillos, fijate que es muy aburrido allá arriba, son solo tres y no hay mucho que hacer.

            Estabas sorprendido, habías ido allí porque no tenías otra noticia que cubrir, esperando escuchar a un viejo hablar de jabones para descargar energías negativas o mantos mágicos que curaban el cáncer y en cambio estabas anonadado e hipnotizado ante una historia que seguramente nadie creería pero que en tu interior sabías que era verdadera. No sabías si tu editor iba a aceptarla pero estabas dispuesto a correr el riesgo.

—Una última pregunta —dijiste—. ¿Sabe usted cuándo fue la última vez que se apretó el botón o si estamos esperando a que suceda otra vez?

—Ah, esperaba que preguntaras eso —dijo mientras una sonrisa pícara se dibujaba en su rostro y sacaba un arma del cajón de su escritorio y disparaba a tu pecho sin que pudieras hacer nada—. Hasta el próximo reinicio —dijo y se echó a reír.


lunes, julio 21

Personal: Es lunes.

Es lunes y me duele la cabeza, es lunes y estoy cansado. Odio los lunes, me cuesta arrancar y más si duermo mal. Dormí poco, me duele la espalda. Mañana va a llover, lo leí en el diario, me gusta la lluvia. Me gusta caminar en la lluvia, me tranquiliza. Tengo que estudiar. Estoy trabajando, me comí un sándwich olímpico, espero que no me caiga mal. Hace mucho tiempo que no escribo, estoy muy ocupado. ¿Ocupado? Facultad, trabajo, nada del otro mundo. ¿Por qué pienso que estoy ocupado? No lo sé. Pienso en el sándwich que está en mi estómago, en la gaseosa que está fría (por suerte) y como el sueño hace que me duela un poco la cabeza. Debería volver a estudiar bioquímica, estudiar en la oficina es complicado. ¿Debería renunciar? El examen es el viernes. ¿Podré llegar bien? Creo que puedo, bioquímica es engorrosa pero me gusta. Lo que odio es bioética, pero no es tanto. El aire acondicionado está encendido, es invierno pero siento como si estuviese en uno de esos días de verano en los cuales extrañas el frío. El aire está pesado, deberían apagarlo, el calor me pone de mal humor. Mi termo ya no es como antes, el agua se enfría, me dejó tirado; debería comprar otro. ¿Cuál era la constante de equilibrio? Ya me acordé. ¿Puse a lavar ropa? No, soy un boludo. Tengo muchas servilletas descartables en el escritorio, y más allá está la taza sucia y un cuchillo, esto es un desastre. Debería lavar la taza que usé ayer para tomar café. Soy yo el desastre. Me duele el estómago, sabía que no tendría que haber comprado ese sándwich, me ganó la pereza de caminar más hasta el supermercado. La panadera que me atendió es nueva, no la conozco. Afuera está soleado, junto con el aire acondicionado que me está cocinando de a poco, esto parece un día de verano. En la radio suena una canción muy deprimente, un tipo dice que es raro y se pregunta qué está haciendo en ese lugar, dice que no pertenece allí. ¿Acaso no sentimos todos eso? Es triste, si, nos cuesta encajar, a mí me cuesta encajar. ¿Será la vida un gran rompecabezas? Alguien me enseñó que para armar uno primero tenés que separar las piezas por colores y luego ir por los bordes de a poco. ¿Nos estaremos salteando esos pasos? ¿Será por eso que no encajamos bien? ¿Habremos perdido piezas? Divago y me acuerdo que tengo que estudiar. Genética, me encanta. Extraño mi cama, quiero dar ese examen y dormir una semana. ¿Por qué siempre estoy tan cansado? Necesito algo que me de energía. ¿Debería tomar otro café? Pero aún tengo gaseosa. Tantas preguntas. Me acuerdo que también tengo pendiente el libro de programación. Me meto en muchas cosas a la vez. Voy a explotar. En media hora me voy a casa. ¿Por qué los sándwiches de esa panadería me caen mal? Los bizcochos por suerte no me hacen sentir así, son mi salvación cuando me duermo y no desayuno en casa. Debería escribir más seguido, otra vez, esto me ayuda. ¿Por qué dejé de hacerlo? Cierto. No tengo tiempo. ¿Dónde perdí tantos minutos? ¿Estaré viviendo demasiado? No lo siento así, no siento que esté viviendo tanto. Mi cabeza es un caos, se siente como una guerra. Es una guerra y ni siquiera hay bandos definidos, es una especie de todos contra todos. Me pregunto quién sobrevivirá al final. Mi pelo está muy largo, me gusta así, me siento libre. ¿Libre de qué? Nunca fui un esclavo. No sé, pero me gusta el pelo así. Quiero dormir, estar sentado seis horas arriba de un ómnibus me mata, me duele la espalda. Y venir a la oficina luego, no ayuda. Dejé el libro de métodos en casa, pero creo que tengo un par de anotaciones en la cuadernola. Me quiero ir. Voy a vomitar. No, falsa alarma. ¿Por qué me siento tan nervioso? No es el examen, eso no me quita el sueño. ¿A qué le tengo miedo? No sé, no tengo idea. ¿Y si estoy en la guerra también? ¿Ganaré yo?


Es lunes y me duele la cabeza.

domingo, febrero 2

Poema: Invierno

Quiero conocer las playas de Lagomar en invierno,
y también quiero saber saber como es tu rostro de hielo.
Quiero erizarme con tus manos tibias en los días gélidos
y también quiero que tu nariz fría aparezca con los besos.
Quiero saber como son tus sueños 
y también quiero verte ruborizada a causa de la helada.
Quiero besarte bajo árboles deshojados 
y también quiero sentir como el viento nos despeina.
Quiero que te pongas mi abrigo negro
y también quiero que me pidas abrazos todo el tiempo.
Quiero hacer de cuenta que hibernamos
y también quiero julio y agosto sobre tu pecho.
Quiero que colorees mi cielo gris
y también quiero que me tomes de la bufanda.
Quiero que en el piso las botas sean más de un par
y también quiero que aún bajo cero, lleguemos a sudar.
Quiero que sobre la nieve salgamos a jugar
y también quiero que por el mundo vayamos a viajar.
Quiero que seas vos la de esta historia,
y también quiero que no sea nadie más.

lunes, enero 27

Poema: Nunca

Nunca me enseñaron que la guerra duraría, 
nunca me enseñaron que las noches eran frías. 
Nunca me enseñaron que los golpes dolían, 
ni tampoco me dijeron que tan solo estaría. 

Nunca me enseñaron que hay más de un camino, 
nunca me enseñaron que las verdades causaban agonía. 
Nunca me enseñaron que a veces no importa. 
ni tampoco me contaron que las razones no alcanzan. 

Nunca me enseñaron que el mar era vasto, 
nunca me enseñaron que el cielo estaba lejos. 
Nunca me enseñaron que el infierno se sentía cerca, 
ni tampoco me explicaron que nunca lo entendería. 

Nunca me enseñaron que la caida dolería, 
nunca me enseñaron que levantarme costaría. 
Nunca me enseñaron que las heridas no se irían, 
ni tampoco me alertaron que un gran peso cargaría. 

Nunca me prepararon para esta batalla, 
nunca supe que morir me tentaría. 
Supongo que nunca entendí de que la vida trataría.

jueves, enero 2

Poema: Sueños

Soñábamos con conquistar el mundo a los veinte,
soñábamos con trazar lo inexistente.
Queríamos ver lo que había del otro lado del muro,
queríamos viajar, explorar tierras inexplorables.
Cantábamos con entusiasmo cada vez que salía el Sol,
cantábamos sonidos que no se podían escuchar.
Éramos una utopía viviente, tratando de salirnos de acá.
Sin embargo, fallamos.
Sin cumplir sueños, dejamos de cantar.
Nos sumimos en la rutina, en el aburrimiento.
Bebíamos el café amargo de más, y fumábamos sin ganas.
Ya no disfrutábamos la vida, algo estaba mal.
¿Qué nos pasó? ¿Se fueron todos esos años de gloria? 
Ahora me encuentro flotando en un mar oscuro,
escuchando risas a lo lejos, yendo a lo desconocido.
Sin embargo siento que algún día el Sol saldrá 
y volveré a cantar como antes.

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