Cualquier semejanza con la realidad puede que no sea mera coincidencia

Ahora en Medium

  • norte - Mi corazón idiota, como dice la canción, pero ya no brilla. Recorro tus calles, en silencio, algo falta. Alguien falta. Fantasmas que me visitan en sueños...

jueves, julio 11

Insanidad: La mesa y el corazón que late.

      Eran casi las dos de la mañana y hacía mucho frío, demasiado para tu gusto. Afuera se escuchaba al viento resoplar y alguna sirena lejana que te hacía pensar que tal vez existía la posibilidad de que alguien la estuviera pasando peor que vos. Es que hacía unas semanas que estabas mentalmente bloqueado, así le decías a tu estado actual, en donde no eras capaz de hacer nada, te sentías agotado. Parecía como si te hubiesen sacado las baterías, o como si en el lugar donde debería estar tu cerebro tuvieras solamente una especie de masa muy pesada e inútil, incapaz de procesar información nueva o retener algo por mucho tiempo, te sentías como automatizado. No sabías si era porque dormías poco, o el estar así alteraba tu sueño, ya no recordabas como había empezado todo. Las horas se te escapaban de las manos y los días parecían irse demasiado rápido, te sentías como un niño que deja caer la arena entre sus dedos en la playa, impotente e incapaz de hacer algo para evitarlo. 
      Miraste por la ventana y a lo lejos podías notar diferentes puntos luminosos, eran las ventanas de edificios cercanos. Te preguntaste entonces cuántas personas estarían plácidamente dormidas en ese momento, descansando, a diferencia de vos. Decidiste ir al baño a lavarte la cara, eso tal vez te ayudaría a despabilarte. Al entrar y ponerte en frente al espejo viste tu rostro, no parecía el de un joven de tu edad. Estabas sin afeitar desde hacía días y tus ojeras daban miedo, estabas demacrado. Tu mirada demostraba cansancio y un poco de tristeza, tu cabello estaba largo y despeinado, eras un desastre. Abriste la canilla y mojaste tu rostro sin lograr cambio alguno en tu estado, el agua fría no te despertó ni cambió esa horrible sensación que tenías dentro. Sentías el tiempo como detenido en tu cabeza, pero cada vez que mirabas el reloj este parecía ir más rápido de lo normal. 
      Volviste hasta la mesa en donde estabas sentado, en el comedor de tu apartamento, y pusiste un poco de música clásica en la computadora. Miraste la pila de libros que aún tenías para estudiar, los ejercicios que querías hacer y un par de cuentos que habías empezado a escribir pero sin poder salir del primer párrafo.             
      Enseguida recordaste que al otro día tenías que trabajar y solo te quedaban unas pocas horas de sueño, simplemente estabas viviendo lo que venías viviendo desde hacía varios días. Era como un círculo vicioso o una bola de nieve que se hacía cada vez más grande mientras caía por esa montaña que era tu mente. Recordaste también que hacía muchos días desde tu último contacto físico con una mujer y mucho más desde la última vez en la cual sentiste algo parecido al amor. En ese instante el vacío de tu cabeza comenzó a replicarse en tu pecho y eso te produjo ganas de vomitar, pero no lo hiciste.
     Miraste tus notas, llenas de ecuaciones, fórmulas, gráficas y cosas que parecían volverse borrosas cada vez que las intentabas analizar. Recordaste como era todo hace un par de años, cuando con tan solo mirar algo ya lo aprendías. Cuando tu creatividad estaba al máximo, cuando no cometías errores y eras el mejor en todo. Te preguntaste que había pasado con ese ser, lleno de sueños, metas y esperanzas. Te preguntaste que había cambiado, donde te habrías equivocado y en que momento o lugar del camino habrías tropezado.
     Levantaste la vista y lo que sucedió a continuación te sigue perturbando hasta el día de hoy, algo que en aquel momento te dejó petrificado. Tenías delante de ti, sentado en la otra punta de la mesa, a un ser que te miraba de manera sonriente, casi como un niño. Pero no era un infante, era un hombre de piel blanca como la nieve y ojos negros, muy negros. Su cabello también era oscuro y largo, casi por los hombros y no usaba barba o bigote. Tendría un par de años más que vos, entre veinticinco y veintisiete. Llevaba puesto un sobretodo negro y traía consigo una especie de morral de cuero.
     No reaccionaste, no pudiste decir nada. No sabías si gritar, correr o partirle una silla en la cabeza. Había un tipo sentado del otro lado de la mesa, alguien se había metido a tu casa y no tenías idea como. Pensabas que tal vez era un sueño pero podías sentir el olor a café que venía desde la taza que tenías olvidada a unos centímetros de la pila de libros, y sabías muy bien que en los sueños es imposible percibir olores con tanta claridad y que si fuese algo de tu cabeza en frente tendrías a una pelirroja de ojos verdes y no a un tipo desconocido. Lo miraste, miraste su morral, preguntándote que habría allí adentro y te imaginabas los titulares del día siguiente diciendo que un tipo había sido asesinado en su propio apartamento por un lunático que se había metido de manera inexplicable.
—Hola. Perdón por interrumpir así —dijo con alarmante naturalidad.
—¿Quién sos y qué hacés acá? —respondiste, tratando de mantener la calma. 
—Vamos por partes. No te pongas nervioso, no te voy a lastimar. En realidad vengo a ayudarte. El bloqueo es algo temporal, ya va a pasar —dijo y eso te alarmó. El tipo sabía lo que te estaba pasando y eso te asustaba. Esto se ponía cada vez más raro y tu calma se estaba yendo, así como se te iban las horas.
—¿Me estás espiando? ¡Decime quien carajo sos! —exclamaste mientras dabas un golpe seco en la mesa.
—Está bien, me parece justo que me presente. Me llamo Sabathiel y tengo algo para vos —te contó.
—¿Sabathiel? ¿Sos un ángel?
—¿Acaso ves alas? No importa que soy, simplemente tenés que prestarme atención —dijo, hacía un buen rato desde que se había aparecido y su sonrisa seguía ahí en su rostro. Era una sonrisa soñadora y al mirarlo con atención comenzó a transmitirte cierta paz. 
—Me parece bien. Adelante, te escucho —decidiste seguirle el juego, después de todo ya estaba todo tan distorsionado y distante de la realidad que no podías hacer otra cosa más que escuchar.
Sabathiel abrió su morral y sacó algo que te dió escalofríos con solo mirarlo. Era una especie de masa gris que se asemejaba a la carne en textura. Enseguida, cuando pensabas que aquello no podía ponerse más raro, volvió a meter su mano en el morral y sacó algo que te paralizó. Tenía en su mano izquierda un corazón, que parecía humano, y aún latía. Pero dicho corazón estaba raro, como agrietado o roto, parecía que con cada latido se iba a desarmar. La calma con la que tu intruso hacía todo esto era insólita. 
—¿Sabés qué son estas cosas? —dijo mientras te miraba a los ojos.
—Un corazón y lo otro no se —respondiste titubeando.
—Un corazón y un cerebro. ¿Sabés de dónde salieron?
—No, no tengo idea —dijiste, algo confundido por la pregunta. ¿Habría asesinado a alguien antes de ir a tu casa y te estaba mostrando lo que te iba a pasar a vos? Enseguida pensaste que era imposible, los corazones no latían luego de que eran arrancados de un cuerpo. En realidad nada de aquello era posible.
—¿No hay dos grandes vacíos que sentís en este momento? —y acto seguido empezaste a entender. Querías gritar, correr, romperle una silla en la cabeza y luego vomitar. Querías volver a esos días donde todo era perfecto y caminar descalzo pisando pasto a las seis de la mañana mientras el sol que se asomaba te empezaba a calentar la cara. Pero sabías bien que no podías. Estabas en tu casa, cansado y con un extraño que te estaba mostrando sobre la mesa del comedor un corazón y un cerebro que eran tuyos. 
—¿Cómo es posible? ¿Esto es un sueño? De seguro me quedé dormido o tal vez terminé de volverme loco y estoy tirado en un cuarto del manicomio dándome la cabeza contra las paredes —expresaste, tratando de buscarle una explicación a todo.
—¿No te acordás? Tu me los vendiste Bruce —si antes querías vomitar, ahora sentías que ibas hacerlo en cualquier momento. Podías sentir como el sandwich que te habías comido hace una hora empujaba en tu estómago para poder ser devuelto al mundo.
—¿De qué hablás? —respondiste, estabas atónito. 
—Vamos por partes. Lo primero que me vendiste fue el cerebro, hace un par de años. En realidad se lo ibas a vender a cualquiera que pudiera pagar lo que pedías. Yo aparecí porque sabía que tendría que guardarlo y devolvértelo en el momento oportuno. No podía dejar que cayera en manos equivocadas. Un cerebro es algo muy valioso.
—¿Y qué pedí a cambio?
—Escapar de la realidad. Estabas devastado, sentiste que ya no te servía de nada un cerebro así. Pensabas que le habías fallado a todo el mundo. Traté de explicarte pero no quisiste entender, y antes que dejarlo en otras manos decidí darte el escape que necesitabas. Por eso ahora el tiempo se te va de las manos, viajás más rápido que el mundo que te rodea y eso hace que puedas escaparte de él y encerrarte en vos. Pero a lo largo de estos años sin tu máquina central fuiste incapaz de procesar cosas importantes o eventos grandes y eso provocó que colapsaras seguido —su manera de explicar era tan sencilla que no parecía que estuviera hablando de comprar cerebros y guardarlo por años para luego devolverlo porque lo necesitabas. Ya no sabías ni que querías hacer, por suerte las ganas de vomitar se habían ido— Ahora, creo que luego de tanto tiempo de andar así es hora de que te entregue esto. No lo vuelvas a perder o a querer vender. Supongo que habrás aprendido una gran lección con todo esto —y a continuación se puso de pie y camino hacia vos. Tenía en su mano derecha la masa gris y comenzó a empujarla por un costado de tu cabeza, en donde estaba tu oído. Sentiste un dolor insoportable, pensabas que ibas a morir ahí mismo. De pronto al dolor se le sumó la sensación de algo frío que corría por tu canal auditivo, era asqueroso. Te mareaste por un momento y pensaste que ibas a caer desmayado. Luego todo fue calma, tu cabeza se sentía llena pero liviana a la vez. Por primera vez en mucho tiempo no sentías migraña y tus ideas empezaban a aclararse. Miraste y Sabathiel estaba otra vez en su asiento mirándote con esa misma sonrisa que tenía al principio.
—Eso fue por lejos lo más incómodo que me ha pasado. Pero tengo una pregunta. ¿Por qué ahora? ¿Por qué dejaste que pasaran dos años para devolvérmelo? —preguntaste mientras mirabas a las notas que tenías en frente comprobando que parecían más fáciles que antes.
—Porque todo proceso lleva cierto tiempo, y hay que respetar eso. No sabía exactamente cuanto iba a estar con esto en mi poder. Solo sabía que cuando supiera que tenía que devolvértelos lo iba a hacer. Acordate siempre de esto, el tiempo es valioso, es tu mayor consejero, nunca lo subestimes o trates de apurarlo. 
—Me parece bien. ¿Y mi corazón? Tampoco me acuerdo que pasó con él.
—Ahh, si. Esto paso hace unos siete meses. Pero no me lo vendiste, simplemente lo tiraste. Te venía siguiendo el trazo porque sabía que algo te había pasado. Estaba hecho pedazos, recuerdo el momento en el cual te lo arrancaste. Estaba ahí observándote, intenté detenerte pero otra vez no escuchaste. Simplemente metiste una mano en tu pecho y lo arrancaste sin titubear mientras la lluvia caía sobre vos. Como te dije estaba roto y cuando lo agarré traté de repararlo, pero no pude. Aunque con el tiempo se fue poniendo un poco mejor, ahora no se desarma con cada latido —te comentó.
      Mirabas a tu corazón y por más que tratabas no podías recordar como te lo arrancaste. Recordabas en cambio la escena que te describía Sabathiel. Era una noche de diciembre, muy calurosa a pesar de la lluvia que te bañaba. Estabas en la playa y hacía unos pocos minutos en tu celular habías recibido un mensaje que te había dolido como una patada en la entrepiernas y un golpe en la garganta, al mismo tiempo. Desde ese día tu manera de ver al mundo e interpretar las relaciones había cambiado. No querías saber del amor, lo evitabas a toda costa. A pesar de que te encontrabas rodeado de personas, te sentías cada vez más solo.
—Entiendo. ¿Me lo vas a devolver? No recuerdo cuando fue la última vez que sentí que lo tenía —dijiste mientras recordabas a alguien en especial.
—Si, aunque al estar tanto tiempo sin él es posible que te cueste adaptarte. Vas a tener que terminar de reconstruirlo vos, el tiempo ya hizo todo lo que podía hacer por él. Acordate que estuviste mucho tiempo con corazón y sin cerebro y eso te hacía no tener equilibro emocional. Todo recaía sobre ese pobre músculo y por eso terminó tan dañado. Es importante que la razón y el corazón trabajen juntos, sin cerebro no hay razón. Es por eso que por momentos sentías que cargabas mochilas que no eran tuyas y parecía que ibas a explotar en cualquier segundo. Pero no te preocupes, a partir de ahora todo va a cambiar. Estás preparado, lo se bien —expresó mientras volvía a ponerse de pie. 
      Estabas preparado para otra sesión de tortura, suponías que iba a ser igual de doloroso que lo anterior. Samathiel se acercó con tu corazón en su mano izquierda y lo llevó hasta tu pecho. A diferencia del cerebro, esta vez no había orificio por donde pudiera entrar. A medida que lo acercaba podías notar como este latía más rápido, como si sintiera que luego de un viaje tan largo al fin volvería al lugar que le corresponde. Tenías puesto una remera blanca y cuando tu corazón fue apoyado sobre esta sentiste un calor insoportable. Era como si te pusieran una brasa caliente en medio de la caja torácica. Miraste hacia abajo y notaste como la tela de tu remera comenzaba a quemarse, luego sentiste un dolor muy agudo en tu pecho. Tu piel se estaba quemando y no solo eso, tu esternón comenzaba a crujir. Podías sentir como se separaba para abrirle paso a tu corazón y de nuevo pensabas que te ibas a desmayar. Cerraste los ojos hasta que de pronto sentiste el inconfundible sonido de los latidos pero esta vez venían desde adentro de tu tórax. Abriste los ojos y Sabathiel estaba sentado en su lugar, tu pecho no tenía marcas de nada, por desgracia tu remera no corrió la misma suerte y tenía un enorme agujero en el centro. 
—Creo que mi trabajo aquí está terminado. Un gusto poder hablar contigo y devolverte esto. Nos volveremos a ver algún día. Por favor no vuelvas a cometer el mismo error otra vez —dijo mientras volvía a sonreír. Y así como apareció, sin permitir que emanaras algún sonido, desapareció.
     Abriste los ojos y miraste el reloj, eran las nueve de la mañana. Te habías quedado dormido sobre la mesa y otra vez ibas tarde al trabajo. Aunque había algo distinto en vos y no lo podías explicar. Sonreías sin razón aparente y todo parecía más fácil. Sentías que luego de tanto tiempo al fin estabas encontrando respuestas y podrías tomar decisiones que venían rondando tu cabeza desde hacía mucho tiempo. Miraste a tu alrededor y no había señal alguna de Sabathiel o de alguien más, y la puerta estaba cerrada con llave. Pensaste que había sido un sueño, pero luego miraste a tu remera y tenía un agujero del tamaño de un puño en el centro. Decidiste tirarla a la basura y no pensar más en eso.
     Te habías arreglado para salir a una velocidad digna de un maratonista y te apresurabas a la puerta cuando sentiste que vibraba tu celular. Lo sacaste del bolsillo y tenías un mensaje de Romina que decía "Buenos días. Ayer tuve un sueño raro, contigo. Luego te cuento. Beso" y por primera vez en mucho tiempo tu corazón se aceleró.

No hay comentarios :

Publicar un comentario

Disponible en Amazon