Cualquier semejanza con la realidad puede que no sea mera coincidencia

Ahora en Medium

  • norte - Mi corazón idiota, como dice la canción, pero ya no brilla. Recorro tus calles, en silencio, algo falta. Alguien falta. Fantasmas que me visitan en sueños...

viernes, diciembre 27

Poema VIII

Estaba claro que me partirías el corazón, 
como también estaba claro que me iría.
Era obvia la idea de que te haría llorar,
estaba en evidencia que no podía soñar.
Éramos tan distintos, tan diversos.
A ti te gustaba el mar, las olas y el viento.
Yo en cambio soñaba con Paris, y el frío invierno.
Tú soñabas con bailar por horas,
yo solamente quería sentarme a mirar el cielo.
¿Cómo pudo ser que seres tan lejanos
se aguantaran durante tanto tiempo?
Éramos masoquistas, empujados por el odio a la vida.
Es que todo eso que nos acercó, un día nos alejó.
Y tu te marchaste por la puerta grande,
dando un gran espectáculo, mostrándote al mundo.
Yo en cambio quise hacerlo por la puerta trasera,
en silencio y sin llamar la atención.
Hasta nuestra partida fue desigual. 
Y hoy estás allá, con tu mar, tus olas y tu viento.
Yo estoy acá, aún no llego a París, pero volví a soñar.

jueves, diciembre 26

Poema XXIV

Hermosa dama, no esperaba verte ahí.
No te esperara, pero allí estabas.
Mirando seriamente como yo te observaba.
En ese choque de miradas, supe que te iba a amar.
Compartimos un largo viaje, 
con muchas vueltas, demasiadas.
Y saliste a buscarme, era la señal que faltaba.
Y fue tu sonrisa la que me dijo que no renunciara.
Como tus labios, que dijeron que te besara.
También hubieron palabras, que te dejaron cautivada.
No se si estaremos a la altura de un gran cuento de amor,
pero en esto hay mucha magia.
Contigo comparto cosas que creía extintas,
contigo comparto el alma.
Tal vez sos todo eso que siempre esperé que llegara.
Tal vez lo sos todo, y no exagero en nada.
Cuan magnifico es el mundo ahora que estamos acá.
Cuan magnifico es el mundo ahora que te amo. Y me amas.

domingo, diciembre 1

Historias: Libre

     Francisco cerró los ojos y recordó su infancia, recordó cuando todo era un poco más simple y hasta más hermoso. Su mente se transportó hasta cierto día en el cual bajo un árbol, protegido por su sombra, una calurosa tarde de verano, escuchó algo majestuoso. Ante sus oídos eran entonadas una sucesión de bellas notas, casi perfectas, para él era la melodía más maravillosa de todas, algo que nunca más volvió a escuchar. 
     Francisco se levantó y comenzó a caminar en busca de la fuente de tal maravilla. Caminó varios metros y quedó perplejo observando a un pequeño pájaro de color dorado. Era increíble como un animal tan pequeño podía entonar algo tan grande, tan imponente. Intentó acercarse un poco más, pero el ave salió volando y la perdió de vista. Fue envuelto por el silencio, pero aún así no paraba de sonreír, estaba anonadado por todo aquello.
     El joven abrió los ojos y volvió en si, su viaje al pasado había terminado y caía otra vez en la cotidianidad, en lo monótono que era su vida. Estaba ahí, en su oficina, sentado, tecleando y calculando impuestos de una multinacional que ni siquiera sabía de su existencia. Francisco no pasaba de un número de empleado, una cifra, algo que era facturable en horas, no importaba si estaba inspirado o no, ni tampoco si se sentía feliz, allí importaba que los números cerraran al final del mes. Allí nadie le preguntaba por sus sueños, ni por sus metas, allí era uno más, un número más entre los miles que tecleaban al mismo tiempo. El sonido de las teclas y de los clicks que hacían los ratones formaba una especie de melodía, pero a diferencia de la sinfonía del ave dorada, este sonido causaba miedo, pánico de morir en ese círculo vicioso en el cual se había convertido su vida. 
     Francisco no lo notaba, pero algo en su interior estaba cambiando y de a poco empezaba a florecer en su exterior. Hacía meses que no se cortaba el pelo y ya no le importaba andar presentable. Sentía que usar ropa cara, estar prolijo y arreglado era ocultar su esencia. Sentía que aquello era ponerle una linda máscara a todo el vacío en el cual se encontraba sumido, era fingir algo que no existía, como su sonrisa todas las mañanas al llegar a la oficina.
     Tecleaba sin parar, como de costumbre, cuando sintió un impulso repentino. Se puso de pie y caminó hasta la puerta, sin decir nada, se fue. 
     Salió del edificio y fue encandilado por la luz del Sol, que le dio de frente. Se sacó la corbata, los zapatos y las medias, y los dejó en un cesto de basura. Caminaba y sentía como si estuviera despertando de una larga siesta, de un sueño profundo que había durado años.
     Miró al cielo y vio algo que lo dejó perplejo, aquel pequeño pájaro que lo había maravillado de niño se encontraba dando vueltas sobre él, revoloteando, como invitándolo a vivir la vida, por primera vez. 
     Francisco comenzó a seguir al pequeño animal, sabiendo que por fin empezaba a tomar riendas de su destino, sabiendo que por fin volvía a escuchar la sinfonía perfecta, aquel sonido que uno escucha al nacer y luego lo vuelve a escuchar pocas veces en la vida, solamente cuando uno siente que va por el camino correcto. Era libre.
     

martes, octubre 22

Historias: Amanecer

   Esto ocurrió cuando el mundo era distinto para mí, para vos y para nosotros. Yo era más joven e inocente, tenía el corazón roto y nadaba en un mar de cicatrices, y cometía el error de querer mostrarlas. Vos en cambio bailabas la sinfonía del aburrimiento y sonreías un poco menos. 
"Nunca vi un amanecer, al menos no uno que me haga sentir viva", dijiste. Yo estaba preocupado por recomponer pedazos de un artefacto que ya no tenía arreglo, no de la manera que intentaba repararlo, y no te presté atención. Fue ese mi primer error, mirar al lugar equivocado, o a la persona equivocada.
     Pensá en un amanecer y en todo el simbolismo que lo envuelve. Pensá que significa renacer, volver a la vida y creo que era eso lo que necesitaba. Pero mientras vos pensabas en el alba, yo estaba viviendo la peor noche de mi vida. Fue esa falta de sintonía, esa leve desincronización la que no nos trajo el Sol en aquel momento.
     En febrero aparecieron por primera vez estrellas en mi cielo, luego de una niebla oscura que cubrió la madrugada fría que tuve que soportar. Fue cuando en medio de esa leve claridad que amainaba, que te noté, pero no te traje el amanecer que anhelabas.
     Dicen que antes de que amanezca siempre todo se vuelve muy oscuro, ese exacto segundo antes de que la vida nos regale un poco de luz, uno tiene que vivir la oscuridad máxima, la que parece no tener salida. 
     Dura una fracción de segundo, pero uno siente como si fuese una eternidad, algo que no parece tener fin, algo que llega y se estanca en tu cabeza y te martilla, te golpea y te lastima. Supongo que gracias a eso uno valora más los primeros rayos de Sol que te llegan en un momento particular, inesperado, así, sin avisar, como llegaste vos.
     Es que luego de tanta oscuridad, al fin entendí que lo que seguía era el amanecer, esa luz absoluta que te envuelve, te entibia y te hace sentir vivo otra vez.
     En ese momento de plenitud fue cuando nuestras miradas se cruzaron, fue cuando te volviste a preguntar por el amanecer y cuando yo pude entender que era lo que significaba, fue ahí cuando me acerqué, cuando te acercaste y nos acercamos.
      Y fue mirándote a los ojos que comprendí que no necesitábamos palabras, todo lo que nos queríamos decir era transmitido con el sonido de nuestras respiraciones, fuertes y sincronizadas; con el calor de nuestras pieles cada vez que nos tocábamos y con la suavidad de nuestros labios al besarnos. Fue en ese momento, en aquel exacto lugar, que comprendí que eras todo lo que necesitaba. Fue en ese exacto momento que para nosotros amaneció.  

jueves, octubre 10

Historias: Búsqueda

Aún recuerdo el día en el que todo se volvió confuso, aún recuerdo el momento en el cual sentí que algo colapsaba en mi interior. Aún recuerdo el sonido de los pasos que mi sanidad hizo al marcharse, y también recuerdo el grito de mi razón, gritaba tu nombre pero nadie parecía escuchar. Aún recuerdo el momento en el cual dejaste de existir, posiblemente para siempre.
     
     Desperté esa mañana pensando que sería un día normal, un típico domingo. Había sido una semana bastante agotadora, el trabajo era un caos y sentía que todo se iba desmoronando sobre mí. Sentía que estaba jugando a una especie de ruleta rusa con la vida y solo necesitaba un detonante que hiciera que la única bala que giraba en ese tambor saliera disparada.
     Sin embargo no todo era malo, aún estabas vos. Aún tenía tu sonrisa que me iluminaba. Aún tenía tus besos que como por arte de magia borraban todos mis problemas. Aún tenía tu mirada, aún tenía tus brazos que me sostenían con fuerza cada vez que me caía. 

     Estaba nublado, me dirigí hasta la cocina y me quedé contemplando por la ventana mientras bebía el café más amargo que había probado en mi vida. Es cierto que desde que te conocí lo bebía sin azúcar, porque era así como te gustaba a ti, y eso me hacía sentir que te tenía más cerca. Pero por algún extraño motivo ese día tenía un sabor más amargo, más fuerte, como anunciando el golpe que recibiría en cualquier momento. 

     Pensaba en que en tan solo unas horas te vería y eso me hacía sentir mejor. No quería pensar en otra cosa, todos los problemas que me azotaban parecían lejanos cuando ocupaba mi cabeza contigo, con tu imagen, casi podía sentir tu aroma al cerrar mis ojos. Suspiré, volví a abrir los ojos y miré la taza. 

     Fui interrumpido por el ruido del teléfono que comenzaba a sonar en el living. Dejé mi café a medías sobre la mesada y fui corriendo a ver quien podría estar llamándome un domingo a la mañana.
     —Hola —dije al levantar el tubo.
     —¡Hermanito! ¿Cómo estás? —exclamó una voz chillona del otro lado de la línea.
     —¡Ah! ¡Gimena! Tanto tiempo, hace días que no se nada de vos. Estoy bien. ¿Vos? —Gimena era mi hermana mayor, me llevaba tan solo un par de años de diferencia.
     —Acá ando, pensaba en ir al cine hoy. ¿Querés ir?
     —¿A qué hora? Pensaba ver a Mariana un rato, pasé toda la semana sin verla.
     —¿Mariana? ¿Qué Mariana? ¿¡Estás saliendo con alguien y no me contaste!? —exclamó asombrada.
     —¿Me estás jodiendo? Mariana, tu mejor amiga. Me la presentaste vos.
     —Franco, dejá las drogas, te están haciendo mal. No tengo ninguna amiga llamada así, y si tuviera no te la presentaría. ¡Sos un buitre, nene!
     —No entiendo lo que me decís. Si me estás haciendo una broma, no es para nada graciosa.
     —No, no te estoy jodiendo. Quien está para la joda sos vos. Cuando te decidas si vas o no avisame —y luego de eso colgó.

     Me quedé inmóvil por un rato, no entendía nada de lo que había sucedido. Gimena y vos habían sido amigas desde hacía mucho tiempo, eran compañeras en la facultad. A pesar de eso, yo te veía pocas veces y siempre eran encuentros breves, hasta que un día, en un cumpleaños de mi hermana, tuvimos la oportunidad de conocernos mejor. Luego de un tiempo comenzamos a salir y desde hacía un par de meses éramos novios. 

     Luego de eso volví a la cocina, mi café se había enfriado y afuera había comenzado a llover. Fui hasta la computadora y decidí escribirte un mensaje para pactar a que hora nos íbamos a ver. La broma de mi hermana seguía dando vueltas por mi cabeza. Comencé a redactarte algo, cuando terminé y me propuse a enviarlo fui alertado por el sistema, me decía que el contacto al cual quería escribir no existía. Pensé que se trataría de un error, comencé a buscarte entre mi lista de contactos y de hecho no existías, no estabas. Por un momento me pregunté si mi hermana sería capaz de meterse en mi cuenta y borrarte, pero pensé que sería demasiado enfermizo llevar una broma hasta tal punto.

     Me levanté de la silla y caminé por la habitación pensando que podría estar sucediendo, trataba de razonar pero no me explicaba como podías no estar allí. Miré a mi teléfono móvil que estaba reposando sobre la mesa de luz y me decidí a llamarte, sería más rápido y directo, no se porque no lo hice como primer opción. Disqué tu número, pues lo sabía de memoria, noté que no aparecía tu foto en la pantalla del mismo ni tu nombre, tan solo una cadena de números, tú número. Me llevé el celular al oído y escuché algo que me dejó helado, la operadora decía "el número al que usted llama no es correcto, verifique o solicite..." Colgué y empecé a buscarte en mi agenda, pensando que tal vez, por primera vez, había discado mal tu número, no estabas. Creo que fue ahí cuando comenzó a desmoronarse todo.

     Entré en pánico, me puse a buscar por mi móvil fotos tuyas, o nuestras, y tampoco había nada. Era como si no existieras, pensaba que era una broma bastante macabra a esta altura. Luego observé que era imposible que alguien pudiera acceder a mi teléfono y borrar tu número de mi agenda, y tampoco podía llamarte directamente, es que tú móvil no existía. 

     ¿Qué pasaría si de verdad no existieras? ¿Era acaso todo un sueño? ¿Eras vos algo de mi imaginación? ¿Te habría soñado yo? ¿La situación actual era lo irreal? Muchas preguntas así pasaron por mi cabeza en una fracción de segundo.

     Salí de casa, no llevaba paraguas y afuera llovía a cántaros. Sentí las frías gotas que me pegaban en la cara y en mi pelo, sentía como escurrían por mi nuca. Caminé unos pasos, sin saber exactamente hacia donde me dirigía. Al alejarme unos metros comencé a correr, tenía que ir a tu casa, tal vez estarías allí. Me moví por las exactas cuarenta y tres cuadras que nos separaban y llegué a la escena que me haría caer definitivamente. Allí, donde antes estaba tu casa no había nada, solo un terreno vacío entre dos edificios.

     Caí al suelo, me detuve ahí, de rodillas y comencé a gritar desesperadamente. No entendía nada de lo que estaba sucediendo. Si aquello era un sueño solo quería despertar y poder abrazarte de nuevo.

     Los días siguientes fueron intensos, tratando de disimular mi inestabilidad mental fui descubriendo que nadie te recordaba, nadie te conocía, nadie sabía que existías. 

     Por tres semanas me encerré en casa y evitaba a toda costa cualquier contacto humano. Me sentía extremadamente cansado pero a pesar de eso no podía dormir, no podía cerrar ojos, cada vez que intentaba hacerlo tu imagen me invadía y sentía una fuerte presión en el pecho y ganas de vomitar y maldecir al mundo. Habría dado todo con tal de poder tenerte o de por lo menos recuperar mi sanidad por un momento y pensar claramente las cosas. 

     Cuando por fin pude salir y ver la luz del Sol otra vez, me dí cuenta de que ya no podía sonreír. Mi cara estaba muerta, inerte, inexpresiva. Muchas personas me preguntaban si algo sucedía conmigo y yo atinaba a responder con monosílabos, no podía decirles la verdad, nadie me creería. A veces hasta dudaba de si de verdad habías existido o eras solo una especie de sueño intenso que tuve. Pero luego recordaba tus besos y sabía que eran reales. Me acordé de un día en el cual esperábamos un ómnibus juntos, en realidad yo te acompañaba, la que te ibas eras vos. Nuestras despedidas siempre eran largas, estábamos más de una hora, sin exagerar, abrazados. Pero ese día se sintió especial, ese día bajo la lluvia que caía sobre nosotros te abracé pero fue algo distinto. Cuando sentí tu cabeza recostada en mi pecho, mis brazos que te rodeaban y el aroma de tu cabello algo raro sucedió; el tiempo se detuvo. Allí mismo, bajo aquella parada mientras la lluvia nos mojaba, todo se congeló. Fue una fracción de segundo pero para mi duró una eternidad, fue el momento exacto en el cual empecé a sentir la magia. Hubo silencio, un silencio que no fue incómodo, al contrarió, se disfrutó, parecía que nos entendíamos sin decir una sola palabra. Nos dijimos muchas cosas sin decir nada. Fue ese el momento en el cual me empecé a dar cuenta de que te verdad te amaba. Me estaba enamorando de vos, perdidamente.

     Enamorarme, es gracioso, con el corazón tan destrozado pude volver a sentir algo así por alguien, y fue contigo. Vos terminaste de repararlo, creo que eso pasó. Luego fue trágico que hayas desaparecido, justo en el momento en el cual todo se empezaba a sentir bien. Creo que a la vida no le gusta la calma, trata de devolvernos caos de vez en cuando. 

     No se que te pasó, ni tampoco se donde estarás. Hoy me puse a pensar en si en algún otro universo existirás vos y seré yo el que desapareció. ¿Me extrañarías tanto? ¿Estarías tan desesperada como yo lo estoy? ¿Habrás pasado semanas sin poder dormir? Nunca pude enterarme si también me amabas, porque nunca te confesé lo que sentía. Te fuiste antes de que pudiera hacerlo. También te fuiste antes de que pudiera decirte muchas otras cosas, como que me encantaba cuando te ponías infantil, o cuando te ponías a cantar cosas sin sentido. Son cosas que carecen de coherencia, pero son cosas que sentía y pensaba, y nunca te las hice saber. 

     Siento que no debería aceptar esto, no debería quedarme con un mundo sin vos, porque un mundo así se siente horrible, es una mierda. Esto no fue algo que ni vos ni yo causamos, entonces tengo que hacer algo. 

     Voy a salir a buscarte, se que en algún lado debés estar y en el fondo siento que me vas a estar esperando. No se para que lado partir pero me voy a dejar llevar, como tantas veces me lo pediste, que piense y analice menos y me deje llevar más. No se si me voy a tardar una semana o un año, pero lo haré aunque me lleve lo que me quede de vida. Hasta entonces, cuidate.

viernes, septiembre 20

Poema 11

Tengo mil tareas que acabar,
cincuenta libros por terminar
y toda una vida de discos por escuchar.
Hay un extranjero que me quiere matar,
trece mil mochilas que me hacen cargar
y hasta me cuesta caminar.
De cerca me quieren vigilar
personas de otra realidad que no disfrutan soñar.
En la mesa hay un café que se enfría,
tres mil notas que no están en sintonía.
Un cigarrillo me llama, dice que me traerá alegría
Los viernes parecen lunes, la semana es una agonía.

Pero luego existís vos y existen tus besos.
Existe la calma, existe paz.
Todo tiene un orden y las rimas no son necesarias.
Existen tus brazos donde reposaría horas y horas.
Existe tu sonrisa que alivia toda mi carga
y también existe tu mirada en mi mirada.
Existen tus sueños y tus locuras,
que juntos con los míos parecen congeniar.
Existe tu pelo, tu perfume y tu pasión.
Existe todo, solo cuando estás vos.

viernes, septiembre 13

Historias: El tiempo

—¿La extrañás?
—Claro que si. Todo el tiempo la extraño —respondiste.

     Estabas sentado en el banco de una plaza en el corazón de la ciudad, era un día ventoso, gris y frío, muy frío. Tenías puesto tu bufanda, tu sobretodo negro y también guantes. Te gustaba mirar el vapor que salía de tu boca cada vez que hablabas, debido a la notoria diferencia entre tu temperatura corporal y la externa, te hacía recordar a tu infancia, a cuando le decías a tu vieja que eras un tren o un dragón.

     Miraste las nubes que cubrían el cielo en su totalidad, te preguntaste porque no habías aprovechado más los días de Sol hermosos que hubieron la semana anterior. Estuviste trabajando sin descanso, entrabas a las ocho y salías cuando el cielo ya se estaba oscureciendo. Solo te enterabas de lo maravilloso que estaba todo afuera por la pantalla de tu computadora y el pequeño indicador de temperatura con un Sol dibujado que aparecía en la ventana del navegador.

     Te preguntaste también cuantos libros tendrías acumulados en casa esperando a ser leídos y cuantas canciones que tenías para escuchar y poder disfrutarlas junto a un buen cigarrillo, o algún té. 

—¿Tenés un cigarrillo? Quiero fumar algo —dijiste.
—Claro, servite —te respondió quien estaba a tu lado mientras te extendía una cajilla roja repleta de tu ansiado calmante.

     Encendiste tu cigarrillo y le diste una calada, sentiste el aire cargado entrar a tus pulmones y exhalaste el humo luego de una breve pausa. Habías empezado a fumar hace un par de años, a causa del estrés que te provocaba tu ambiente laboral. Tenías que tomar decisiones importantes todo el tiempo y no sabías como manejar tantas cosas a tus tan cortos veintitrés años. Ahora tenías veinticinco y tampoco sabías como hacer para equilibrar todo.

     Te pusiste a pensar en que estaría haciendo ella, la mujer que amabas. Te preguntaste si te estaría esperando en casa con el reproductor de la televisión en pausa, pronta para mirar su serie preferida, acompañados por un par de cervezas. Te gustaba hacer eso y abrazarla fuerte y sentir el aroma de su cabello. Te sentías protegido cada vez que la tenías entre tus brazos, era raro porque ella decía exactamente lo mismo, que tu la hacías sentir protegida. 

     La habías conocido en una librería mientras buscabas un regalo para tu hermana. En cierto momento te diste cuenta que estaban los dos mirando al mismo libro y riéndose de lo gracioso que sonaba el título. Fue una escena tan tierna como infantil a la vez. Se miraron a los ojos y de cierta manera supiste que ella era especial. Tenía una mirada distinta a cualquier otra mirada que hayas visto en tu vida y según ella esa mirada era provocada solamente por tu presencia, de eso te enteraste meses después, cuando empezaron a salir.

     Volviste a pensar en tu trabajo y en cuantas cosas habías dejado por la mitad, todo iba a ser un caos el lunes siguiente. Ya te dolía la cabeza de solo pensarlo. Te agotaba demasiado, pero por alguna razón no podías dejar de hacerlo. Soñabas con un día renunciar e irte de viaje por el mundo y conocer cosas nuevas, explorar y encontrar la felicidad que tanto anhelabas. Pero no podías, simplemente te costaba renunciar, a pesar de que esa idea era cada vez más tentadora. No sabías si era por el miedo o falta de agallas, o por las dos cosas juntas.

     Tenías veinticinco años y ya te sentías con menos vitalidad que alguien de cincuenta, sentías que envejecías deprisa y que el tiempo se te escapaba de las manos. Si, tiempo, esa maldita palabra que se te vivía escapando. Si tan solo tuvieras un poco más de eso seguramente no estarías lamentándote tantas cosas.

     Miraste una vez más a tu alrededor, a los edificios y a los autos que iban y venían por la avenida. Pensaste en cuantas almas andarían por ahí cargando el mismo peso que vos y maldiciendo a todos los dioses. Te preguntaste si quedaría algún alma libre en esa ciudad, o si ya todos estarían enjaulados, castigados por la rutina, tal como tú.

—Bueno, es hora —te dijo tu acompañante.
—Me parece bien. ¿Cómo funciona esto?
—Es simple. En treinta segundos vas a venir por aquella esquina de allá —dijo mientras señalaba a la intersección que se encontraba a tu derecha, a unos treinta metros de distancia, y luego añadió— vas a cruzar la calle distraído, como de costumbre. En la avenida que se cruza, un chofer de ómnibus que viene arrastrando varias noches sin dormir a causa de problemas con su esposa y con sus deudas bancarias, va a demorar en reaccionar ante el cambio de luces en el semáforo. No va a frenar a tiempo y va a seguir de largo, justo en el momento en el que tu estás cruzando. No es su culpa, ni la tuya, son cosas que pasan.
—Me parece bien. Ojalá pudiera decirle una vez más que la amo, me encantaría poder sentir sus besos, sentir sus abrazos, y verla sonreír antes de que pase. Ella era la única que me hacía sentir bien. Ojalá hubiese tenido más tiempo.
—El tiempo, todos me dicen lo mismo.

Y así sucedió, así perdiste la vida en un fatídico accidente de tránsito. Pero quieras o no, para ti la vida se había ido terminando de a poco desde hacía mucho, exactamente desde ese día en el cual empezaste a sentir que necesitabas más tiempo para hacer las cosas y cuando dejaste de hacer lo que te apasionaba, cuando abandonaste tus sueños y te entregaste a la cotidianidad.  

miércoles, septiembre 11

Insanidad: La nota

Romina despertó tarde esa mañana y se dirigió a la cocina. Allí había solo una taza sucia sobre la mesa con una nota al lado, que decía lo siguiente:

"El café sabe distinto, sabe mejor. Sin embargo ya no le echo azúcar, no la necesita, debe ser por tu dulzura. Como tampoco necesito seguir caminando, no por ahora. Siento que debo detenerme a tomar un descanso. Quiero reposar en tus brazos mientras te miro de cerca.

Sabés, hoy noté que hablo de la muerte muy seguido. No lo hago por gusto, es que simplemente no le temo a morir. ¿Sabés a qué le temo? A no vivir, a perderme de vivir estando acá.
Creo que si me muero hoy no estaría del todo satisfecho con lo que fue mi vida hasta ahora, porque aún tengo muchos sueños y muchas metas. Pero estate segura que lo que viví contigo hasta ahora haría que estuviese bastante más satisfecho que antes de conocerte; no del todo, pero bastante más. Vos hacés una diferencia enorme en mi vida. También por eso tendría que añadirle algo más a la idea de que no le temo a la muerte pero a la vez no quiero que suceda ahora, es que también estás vos y muchas metas y sueños quiero que sean contigo a mi lado.

Salí a dar una vuelta, cuando vuelva se que vas a estar esperándome con una sonrisa de oreja a oreja, esa sonrisa que día a día me vuelve a enamorar.
Te quiero." 

Era domingo y estaba soleado, era el primer domingo soleado en mucho tiempo.



martes, septiembre 10

Personal: Realidad (Utopía II)

Si me hubieran dicho lo importante que ibas a ser la primera vez que te vi, no me lo creería. Tampoco la primera vez que te escuché nombrar. [...]  El mundo era distinto en ese entonces, por lo menos mi mundo lo era, pero tantas cosas pasaron. [...] Luego vino el silencio, demasiado supongo.
Apareciste en medio de una tormenta, en medio del caos [...]  Es raro, siempre supiste cuando más te necesitaba, sin que yo mismo lo supiera. No se como hacés, pero seguí haciéndolo.
Dejame decirte que me pareciste muy linda. Te sentaste a mi izquierda y no hablamos mucho, eras bastante tímida [...]

[...] Nunca entendí porque te trataba mal a veces; nunca me pareciste así. Ni al verte por primera vez ni al empezar a conocerte. [...] Sinceramente me parecés hermosa, muy hermosa. Y acariciarte estuvo entre mis planes más de una vez. A lo que voy es que no se, no me explico porque tengo que ser tan hipócrita contigo, porque debería ocultar tanto lo que siento. [...] Sos grandiosa, sos maravillosa y debería recordartelo todos los días y no seguir con esta tontería [...]  
A veces parece que de verdad te querés encasillar en ese personaje que mostrás, tratás de protegerte, de sobrevivir. [...] No tengo la más mínima idea, porque trato de no analizarte, solamente quiero vivirte, quiero aprovechar cada minuto que paso a tu lado. Sonreír cuando te veo y cuando no, también. Pero estoy malgastando todo esto tratando de no ser excedente en cuanto a lo que siento. [...] Antes solía estudiar cada movimiento tuyo, cada mirada, cada señal, tratar de adivinar que significaba pero ahora no quiero, me niego a eso también. [...] Solo quiero verte sonreir ¿Es mucho pedir eso? Bueno, más de una vez me pregunté a que saben tus labios, [...], ahora lo se. Últimamente hablamos al mismo tiempo o nos completamos las frases y hay cierta magia ahí, [...] Igual me gusta, me gusta todo de vos.

[...] Aún no descubro exactamente que es lo que me atrae tanto, pero solo se que cuando estás cerca todo tiene sentido. Es como que me transmitís cierta paz, cierta tranquilidad. 
[...] Es todo difícil de explicar y se me enredan los pensamientos, es como que pienso en todo y a la vez no pienso en nada. Me desarmás tan fácilmente que hasta asusta. [...] Se siente bien quererte, se siente bien abrazarte, todo se siente bien [...]

[...] gracias por todo, gracias de verdad. Gracias por haber mirado aquel día en medio de tantas luces, gracias por haber seguido y gracias por caminar a mi lado ahora [...]

lunes, septiembre 9

Historias: El Camino

     Corrías en medio de los árboles, no sabías a dónde te dirigías, pero sabías que algo estaba por ocurrir. Era invierno y sentías mucho frío a pesar de que el día estaba soleado. Llevabas puesto botas de montaña, jeans oscuros, una camisa y una campera negra.
 
     El bosque se hacía menos espeso y podías sentir los débiles rayos del Sol que se hacían más abundantes a medida que avanzabas. Sentías un ruido raro, que te atraía, te hacía recordar a tus campamentos de verano. Recordabas esas maravillosas tardes junto a tu padre, tardes por las cuales darías todo para volver a repetirlas. Sabías lo que había adelante, aumentaste la velocidad y por un momento volviste a tu infancia. Cerraste los ojos y pudiste ver a tu padre ayudándote con el reel, a tu hermano mirándolos con admiración y tu tío haciendo chistes. Una escena que para cualquier otra persona carecería de sentido, pero para ti era volver a tu esencia, volver a sentirte vivo por una fracción de segundo. Terminaste dando de lleno contra la orilla de un río, con la diferencia de que esta vez no había nadie que te hiciera sentir seguro, te tocaba enfrentarlo solo.

     Te tiraste al agua, la única manera de avanzar era lanzarte al río, enfrentarlo y cruzarlo. Nunca en tu vida habías sentido tanto frío. Mientras dabas brazadas intentando vencer a la corriente tu mente salió de tu cuerpo. Abandonaste por unos segundos a tu materia, te alejaste del frío, de los dedos entumecidos, del dolor en el pecho y de tus extremidades cansadas. Visualizaste en cambio una escena anterior casi tan gélida como la que estabas viviendo.
—A  lo que voy es que no se, no siento que te siga queriendo —dijo ella mientras miraba el té que recién le habías preparado.
—Pero no entiendo, hace dos días planeábamos vivir juntos —respondiste con la voz quebrantada.
—No se, no quiero esto en mi vida. Es algo que decidí hace poco. Vos no me hacés feliz.
—Pero..

     Volviste de golpe y las aguas gélidas golpearon tus huesos haciéndote gritar. Agonizabas pero no te querías rendir, no querías terminar allí, a la deriva de un río, rumbo a lo desconocido. 

     Pudiste cruzar luego de varios minutos y al pararte en tierra firme notaste que ya no sentías frío y que te encontrabas seco. Le restaste importancia a eso, sabías que tenías que continuar. 

     Caminabas por un sendero en medio de los pinos, sentías su aroma fresco en tus narices, el aire puro de ese lugar te llenaba de vida. Luego de un rato de andar divisaste una roca muy grande en medio de un claro. Te acercaste a la roca y viste que encima había dos personas sentadas, dos personas pequeñas. A medida que avanzabas notaste que eran dos niños los que estaban sobre la misma, y a uno lo conocías, eras vos mismo. Te estabas mirando a vos mismo pero con muchos años menos encima, posiblemente a tus seis años. Al lado de tu yo pequeño había una niña de la misma edad, no sabías exactamente quien era, pero sabías bien que habías visto esos ojos soñadores en algún otro lado, posiblemente en medio de muchas luces. Te pusiste más cerca y escuchaste un diálogo.
—¿Sabés dónde está el corazón? —preguntó el niño
—Si, está acá conmigo, siempre nos acompaña —respondió la niña.
—Ah, yo pensaba que el corazón se perdía y que luego aparecía alguien que nos lo devolvía. No se, a veces siento que perdí el mío —dijo el niño.
—Nunca había pensado en eso, pero es interesante. ¿Vamos a buscar nuestros corazones? 
—Si, pero estoy seguro que el mío lo tenés escondido vos —dijo el niño mientras sonreía.
—Y vos el mío, pero aún no es tiempo de que nos lo devolvamos —luego de eso se marcharon ambos y se perdieron en medio de los árboles, mientras tu mirabas sin decir una palabra. 

     Te tocaste el pecho y te preguntaste si tu corazón estaría allí, o si se habría perdido sin que lo notaras.

     Nubes se amontonaban en el cielo y comenzaban a ocultar al Sol, al mismo tiempo que un ventarrón se formaba. Tu cabello, que estaba bastante largo, se movía sin parar y por momentos te tapaba la visión. 

     Seguiste con tu travesía, adentrándote otra vez al bosque, que estaba más oscuro debido a las nubes. A medida que avanzabas otro sonido te llamaba la atención. Sonaba lejano, provenía de entre los árboles. Decidiste seguirlo y averiguar de que se trataba, parecía como una especie de campana que sonaba de manera rítmica sin detenerse.

     Luego de caminar un rato te encontraste con una escena bastante peculiar, ahí, en medio de los árboles, había una cabina telefónica que estaba sonando, ese era el sonido que venías escuchando. Te acercaste y viste que tu nombre estaba escrito en el identificador de llamadas del aparato. Decidiste atender.
—¿Hola? —dijiste
¿No estás seguro de si saludás o no? ¿Por qué preguntás un saludo? —respondió la voz del otro lado de la línea. Era una voz masculina, bastante áspera, como de una persona bastante mayor, un anciano posiblemente.
—Es que no sabía si iba a responder alguien. No se, creo que esas preguntas no vienen al caso —dijiste.
Tenés razón, no es el motivo por el cual te estaba llamando.
—¿Cuál es el motivo?
Se acerca y lo sabés bien, el temblor está a la vuelta de la esquina y tenés que estar preparado  y luego de decir esas palabras se lo escuchó colgar el teléfono, dejándote sin la posibilidad de preguntar o decir otra cosa.

     Saliste del bosque, tenías ante ti una enorme pradera, tan verde y majestuosa que casi te pusiste a llorar. Esa pradera te transmitía cierta alegría, cierta tranquilidad, cosas que no podías describir, solo las podías sentir. Decidiste echarte al suelo y mirar hacia el cielo que volvía a despejarse lentamente. Recordaste tu infancia, cuando solías mirar las nubes y buscar figuras en ellas. Estuviste allí tirado unos cuantos minutos viendo distinta formas, intentando descifrar lo que las nubes te estaban diciendo.
     
     Te levantaste y seguiste caminando en medio de aquella llanura cuando a lo lejos divisaste a una persona, vestida totalmente de blanco. 

     Te fuiste acercando, al estar a pocos metros notaste que era una mujer y que estaba sentada en el suelo con los ojos cerrados, como si estuviera meditando. Cuando te paraste a un par de metros la misteriosa dama abrió los ojos y te habló.
—Te estaba esperando, tengo un mensaje para tí —dijo mientras te miraba a los ojos. Te era familiar, ya la habías visto antes. 
—¿Un mensaje? ¿Qué clase de mensaje?
—Recorriste un largo camino para llegar hasta acá, aún te queda otro poco que recorrer. Tenés que saber que todo lo que sucedió tuvo un motivo, una causa y en breve lo vas a entender. Puede que sientas que perdiste muchas cosas, a muchas personas y que nada vale la pena, pero todo eso se pondrá mejor. Se que la extrañás y mucho aunque ya hayan pasado varios años. Pero la vas a volver a ver porque sus caminos fueron hechos para estar juntos. Recordá las luces, las manos tibias y como todo tenía sentido cuando ella estaba cerca, todo parecía mágico. En realidad lo era, pero como todo tuvo que terminar porque así es la vida. Tenemos varios ciclos que vivir y tu necesitabas enfrentar la soledad para poder avanzar y ver lo que hay más adelante. Estás preparado, seguí adelante —y al terminar de decir eso desapareció.

     Te quedaste parado en el mismo lugar pensando, recordando a aquella mujer a la que habías amado y como se había ido tan inesperadamente. Recordaste su sonrisa, sus besos. Recordaste besarla bajo la lluvia y las estrellas. Cerraste los ojos y casi pudiste oír su voz entonando aquella canción que se habían dedicado varias veces. Pero eso estaba muy lejano y tenías que continuar. Sabías que faltaba poco.

     La pradera se extendía hasta los pies de una montaña que tenía un sendero que seguía hasta su cima. Al principio del camino había un letrero que decía "La cima del mundo". 

     Luego de un rato andando por el sendero diste contra un lago pequeño que estaba en una especie de falda de la montaña. Te acercaste y viste tu reflejo, tu cabello estaba gris y tus ojos cansados, demasiado dirías. Tu cara tenía unas cuantas arrugas y tu barba que apenas estaba naciendo tenía el mismo tono platinado que tu cabellera. Te preguntaste cuando habrías envejecido tanto sin que te dieras cuenta, sentías que tu vida había pasado demasiado rápido como si fuese arena que se te escapaba de los dedos. 

     Llegaste a la cima luego de un par de horas, no era una montaña muy alta. Estabas tan solo y había tanto silencio, te sentiste en paz. Observaste el vasto paisaje que se te era ofrecido desde aquella altura. Todo era tan hermoso, y tenía tanto orden. Comprendiste la belleza que hay en esas pequeñeces, como un paisaje majestuoso, una sonrisa o un abrazo. Te sentías un poco raro, parecía como si todos tus pensamientos acumulados a lo largo de tu vida estuvieran siendo procesados otra vez por tu mente. Sentías que algo estaba por ocurrir.

     Te tiraste al suelo y miraste al cielo una vez más, viste algo que se aproximaba, parecía tener alas. Sonreíste, eras libre.

lunes, septiembre 2

Insanidad: El café, la lluvia y las integrales

 —Deberías decirle —te dijo el viejo mientras le daba una calada a su cigarrillo.
—¿De qué hablás? —le respondiste mientras bebías tu café.

      Llovía sin cesar y estaban los dos ahí, sentados en un bar. Aún era temprano y por eso habían decidido beber café en vez de pedir las cervezas de siempre. A pesar de que había un chaparrón, optaron por sentarse afuera, al resguardo de la marquesina, así el viejo podría sucumbir ante su vicio tranquilamente.

—Sabés de que hablo muchacho, esa chica que ronda en tus pensamientos últimamente. Deberías decirle lo que sentís.
—Traté de hacerlo una vez, pero las cosas se pusieron complicadas. Se pusieron raras.
—Si, lo sé. Pero al final de cuentas nunca se lo dijiste mientras la mirabas a los ojos. Es decir, un mensaje bajo efectos del alcohol confundiría a cualquiera. 
—¿Vinimos acá para qué me aconsejes sobre compañeras de facultad? —preguntaste un poco enojado.
—No. Vinimos a disfrutar de la lluvia, a tomar café y a fumar un poco. Pero bueno, estos temas siempre salen en medio de una conversación entre dos amigos. Solo quiero ayudarte pibe.
—Lo se, es que no he dormido bien esta semana. Por eso ando tan susceptible.
—A veces pensás demasiado y por eso siempre andás cansado.
—Puede ser. Siento que no descanso a pesar de que duerma doce o seis horas. Es como que siempre es lo mismo.
—Pensás demasiado y gastás demasiada energía tratando de analizar todo, supongo que es eso —comentó el viejo
—Y este maldito bloqueo que tengo. No puedo escribir viejo, no puedo... —miraste a tu taza de café y te preguntaste cuanto hacía que no escribías una sola línea que ante tus ojos tuviera coherencia. No te salía nada, todo lo que intentabas expresar a través de la escritura te parecía absurdo o de poco valor y lo terminabas descartando. No entendías la razón de todo eso.
—Puede que sea por ella —dijo el viejo, interrumpiendo tus pensamientos.
—¿Por ella? ¿Volvemos al mismo tema?
—No te das cuenta Bruce. Esto te está empezando a dejar mal. Deberías decirle todo lo que te pasa, lo que sentís. Basta de ser tan cobarde, por una vez en tu vida tomá el riesgo. Se que hay chances de que pierdas, pero pensá en que también puede que ganes. Arriesgate, es ahora o nunca.
—Es que tengo que ordenar tantas cosas en mi cabeza antes de poder pensar en eso. Además no quiero perderla, me gusta tenerla siempre cerca —dijiste en medio de un suspiro.
—Pero no es la forma en la cual la querés tener. Y eso de ordenar tu cabeza no va a pasar. Tu cabeza es un caos y es bueno que sea así, no podés pretender pasar toda una vida esperando el equilibrio para tomar decisiones. Vas a morir en la espera, vas a perder oportunidades muy valiosas. El momento es ahora —dijo el viejo sacándose las gafas y mirándote a los ojos.
—Creo que tenés razón. Es que el miedo me supera a veces. 
—Si, te entiendo. También pasé por situaciones como la tuya. Pero te digo, lo mejor es aceptar que nunca es el momento exacto salvo cuando vos querés que sea, sos vos quien tiene que tomar las riendas y hacerlo. 
     Te quedaste mirando a la calle, veías a los autos pasar. A la gente que corría bajo la lluvia y a algunos que iban con calma y por un momento todo se hizo un poco más difuso.

[...]

—Bruce... ¿Te pasa algo? Quedaste colgado en la nada por un momento —te dijo Romina mientras te miraba con cara de preocupación.
—No, solo me estaba acordando de algo. Una pavada —le dijiste.
—Bueno, pero respondeme. ¿Qué te dio en el ejercicio 2? El de la integral.
—A ver, dejame ver —dijiste mientras movías las notas que tenías en la mesa.
—A veces me pregunto que pasará por tu cabeza cuando te ponés a viajar como recién.
—Pavadas, pavadas.

lunes, agosto 5

Historias: Orquídeas



—Mañana me caso —dijo Patricio con los ojos en lágrimas. —Mañana me caso y en vez de estar en casa preparándome para el gran día, estoy acá, hablándote. No debería decírtelo pero ya lo sabés, me encantaría que fueses vos la que me estuviera esperando en el altar. No es que no la ame a Fernanda, es que sencillamente no me pude olvidar de vos, de eso que vivimos juntos. Fer fue una de las mejores cosas que me pasó en la vida, es maravillosa y agradezco cada día que paso a su lado. Casi puedo afirmar que ella me salvó la vida. Ella apareció justo cuando pensaba que todo estaba perdido. Pero lo que teníamos vos Sofía, era algo que difícilmente vuelva a pasar.


»En casa las cosas están mejor. Las peleas con papá no son tan seguidas y hasta a veces hablamos. Tenías razón cuando me decías que tenía que tratar de entender su punto de vista y no cerrarme en mis ideas. Creo que tenías razón en muchas cosas que me pasaban. Fue injusto que me diera cuenta de todo eso cuando vos ya no estabas —se puso a mirar el cielo, que estaba despejado esa noche.

»Muchas veces tuve ganas de seguirte, de ir hasta donde estabas. Luego me di cuenta de que el mundo no funciona así. A pesar de todo el dolor que sentía, no podía dejarlo todo, tenía que ser fuerte y saber que la tormenta iba a pasar tarde o temprano. Y pasó, la tormenta pasó, pero nunca pude olvidarte del todo. Nunca dejé de extrañarte en realidad. Siempre que cerraba los ojos te veía ahí, sonriéndome, como en los viejos tiempos.

»Cuando venía para acá me puse a pensar en el día en el que nos conocimos. Fue algo tan raro, tan casual y a la vez tan mágico. Recuerdo que estaba parado por entrar a una clase en la facultad y apareciste preguntando si sabía donde quedaba el salón de actos, dado que ahí ibas a tener una charla sobre tu carrera. Yo era nuevo y no estaba seguro de en donde quedaba pero te ofrecí ayuda para encontrarlo. Nunca llegaste a esa charla, terminamos tomando un helado mirando el lago que está en el parque, aquel que tanto te gustaba. Luego sabemos como todo terminó, éramos el uno para el otro. Es como si en ese mismo instante en el cual nos miramos a los ojos por primera vez hubiésemos sabido que andábamos buscándonos de toda la vida. Si tan solo pudiera volver a vivir ese día una vez más, no sabés lo feliz que sería.

»Me acuerdo de tus ojos verdes, y tu cabello dorado. Eras como un ángel, de cierta manera siempre lo fuiste. Me acuerdo de tu manera de caminar, un poco torpe, parecía que te ibas a desarmar y sin embargo terminaste siendo una de las mujeres más fuertes que conocí. Siempre decidida a luchar por tus sueños, y por los míos también y en su momento por los nuestros. Me acuerdo de tu acento extraño, porque no eras de este lugar, venías de muy lejos y aún conservabas esa tonalidad tan dulce. Más de una vez te quedé mirando mientras me preguntaba como hacías para ser tan perfecta, tan perfecta para mí.

»Siento que soy injusto al decir esto, pues mañana voy a jurarle amor eterno a otra mujer. Es que necesitaba desahogarme, hay tantas cosas dando vueltas en mi cabeza.


»Es tan difícil todo... —suspiró.

»A Fernanda la amo, ya te lo dije. Me hace muy feliz y se que la hago feliz a ella. Fue quien me devolvió la sonrisa cuando creía que ya nada me iba a hacer querer vivir de nuevo. Hace seis años que estamos juntos y pasó todo tan rápido. Me acuerdo de cuando te conté que la conocí, estaba muy nervioso ese día. Era como si luego de tanto sufrimiento al fin pudiera volver a ser feliz, todo volvía a valer la pena. Se que si la conocieras te caería bien, supongo que ya lo hacés también.


»En fin, creo que debería volver. No se si habrán notado mi ausencia y además debo descansar para mañana. Gracias por escucharme Sofi —dijo mientras las lágrimas comenzaban a brotar cada vez más de sus ojos. —Te traje algo —se levantó de donde estaba sentado, se acercó a la lápida y dejó una docena de orquídeas.

»Son tus favoritas, se que te van a encantar. Voy a venir a verte pronto para contarte como salió todo, aunque se que estés donde estés, siempre me estás observando y cuidando. Sos mi ángel, siempre rezo por vos. Te amo, te amo.

viernes, julio 26

Insanidad: Algo cambió

   Mirabas el vaso de whisky que recién te había sido servido. Pensabas en ella, esa única persona con la cual te gustaría estar esa noche, y sin embargo ahí te encontrabas, solo, tirado contra la barra de un lúgubre bar. Habían pocas luces y tu mirada se encontraba fija en el hielo que se iba derritiendo poco a poco, mezclándose con la bebida que estabas a punto de llevar a tu boca. Ya no sabías cuantas dosis habías tomado, pero eran las suficientes como para hacerte sentir mareado y con un leve dolor de cabeza, que más que nada era provocado por la falta de sueño que padecías.
     El lugar estaba casi vacío, además de vos estaban un hombre en la caja registradora que a cada tanto le hacía chistes del estilo "¿Sabés cómo te dicen a vos?" a la muchacha que te servía los tragos, haciendo que tu estancia allí fuese un poco menos deprimente; y una pareja que estaba sentada en una mesa al fondo de todo. 
     Tomaste un sorbo y volviste a pensar en su rostro, en sus ojos tristes y su mirada perdida, en sus labios fríos y su cabello castaño totalmente despeinado. Recordaste el día en el cual todo se volvió confuso para ti, en medio de tantas luces, cerveza y una sonrisa; todo bajo el mismo techo. Estabas buscando un par de ojos brillantes en medio de tanta oscuridad, sentías la necesidad de que alguien viniera a salvarte ese día. ¿Quién diría que serían tus ojos los que iban a terminar brillando? Sin embargo no querías que brillaran, querías salir de aquél lugar, ver el Sol, correr y sentir el olor a sal que provenía del mar; y no aquello. Pero brillaban, tus ojos despedían luz y podías sentir como quemaban cada vez que la mirabas. Y no es que no la hubieses notado antes, es que no lo habías hecho de esa manera. 
     Cerraste los ojos un rato, te acordaste de la primera vez que hablaste con ella y te preguntaste como todo había sucedido de manera tan rápida, sin que lo notaras. Hasta que tus pensamientos fueron interrumpidos.
—Un fernet con coca, por favor —dijo una voz femenina que provenía de tu derecha. Se había sentado a tu lado sin que lo notaras, mientras viajabas en tu mente. La miraste y quedaste atónito con lo que viste, pudiste sentir como tu corazón latía sin parar, parecía que saldría despedido de tu caja torácica en cualquier momento. Era ella, la mujer con la que te estabas lamentando hace unos minutos. Rememoraste entonces la razón por la cual te encontrabas allí, recordaste tus ganas de irte a algún lugar soleado, de tirarte al mar y no pensar en nada. Sentías ahora que tu corazón quedaba congelado de golpe y que un par de cadenas lo apretaban cada vez más fuerte. 
—¿Qué hacés acá? —fue lo único que atinaste a decir. 
—Te andaba buscando, necesitaba decirte algo.
—A vos no te gusta el fernet, es decir, nunca lo probaste.
—Quiero saber si es tan bueno como decís —dijo mientras esbozaba una sonrisa.
—¿Qué necesitás decirme? —le reprochaste. Estabas un poco confundido ante aquella situación, hacía días que no sabías de ella. La miraste detenidamente a los ojos, esos ojos marrones que tanto te gustaban. No era la mujer más linda de la ciudad, ni tampoco algo de otro mundo, pero para ti era un ángel. Era alguien por quien darías todo lo que tenías, alguien que te hacía pensar en colores en medio de tanta oscuridad. De esas mujeres a las cuales no sabías si tirarte a sus pies o salir corriendo y rezar para que nunca te pasara algo igual con otra. Es que sabías bien que amar a una mujer era un arma de doble filo. 
—Te extraño, no se desde cuando, pero te extraño mucho —dijo mientras miraba el piso. 
—¿Cómo qué me extrañás?
—No se, te extraño y no entiendo nada. Me siento una pelotuda contándote esto —la sonrisa que te había mostrado hace unos instantes se había ido, su rostro solo era preocupación— Hace días que no se nada de vos y al estar así, sola, me puse a pensar en muchas cosas. ¿Por qué carajo me escribiste ese mensaje? ¿Por qué tuvo que cambiar todo? —pudiste notar como sus ojos empezaban a brillar y una pequeña lágrima se asomaba tímidamente por su ojo izquierdo.
     Se vinieron a tu mente imágenes de aquella noche en la cual la habías visto por última vez y no sabías que iba a ser ella la responsable de tanto caos en tu cabeza. Esa misma noche cuando en medio de una cerveza la tenías sentada en frente, mientras sus demás colegas reían y contaban historias, le escribiste"Me encantás" en una servilleta y se la entregaste. Ella te miró y te hizo un gesto de preocupación mientras movía la cabeza de un lado a otro y se retiró del lugar rápidamente sin decir nada, mientras todos se preguntaban que había pasado.
—Estaba aterrorizada, no me podías hacer eso. Me tomé el primer taxi que encontré y me fui a casa. Esa noche no dormí, ni tampoco la siguiente. No es que no me gustara lo que me escribiste, es que fue una sorpresa enorme, entré en pánico. Cuando llegué a casa me puse a llorar, no entendía nada. Luego miré una foto nuestra, la que tengo en la pared del cuarto, y noté algo, vos siempre estuviste ahí —dijo mientras se llevaba la mano derecha a la boca y apoyaba sus dedos índice y medio sobre los labios, y el pulgar en la mejilla, algo que siempre hacía cuando se ponía nerviosa.
—¿A qué te referís con que estaba siempre ahí?
—A muchas cosas. Me refiero a que nunca me dejaste sola, a que siempre que necesité a alguien estabas vos. Como cuando perdía un examen y no quería saber de nada y vos aparecías en casa con una botella de cerveza y los chocolates que me gustan —dijo mientras miraba al piso.
—Eso lo haría cualquiera. Sabía que estabas mal y necesitabas hablar con alguien.
—Pero solo lo hiciste vos. Al igual que el día que me peleé con mis viejos y no tenía con quien descargarme, vos me fuiste a buscar a casa y salimos a caminar. Me escuchaste y me abrazaste fuerte cuando me puse a llorar, y sabés bien que no lloro seguido. Es como si siempre supieras lo que necesitaba. Me tratás distinto que todo el mundo, desde el día que hablamos por primera vez lo hacés. Sin embargo algo te pasaba últimamente, ya no eras el mismo. Y luego me saltaste con esa nota —ahora te miraba a los ojos.
—¿Distinto? Yo estoy igual que siempre.
—No, no lo estás. Mirate, en un bar, solo, un jueves por la noche. Y esa actitud arrogante que tenés conmigo desde hace semanas. Esa manera de querer demostrarme algo que no se que es, de hablar sin parar cuando estoy cerca. Me demostrabas mucho más cuando callabas y me mirabas a los ojos. Y sobre el alcohol, estás matándote, es como si quisieras autodestruirte. Siempre terminás mal, dado vuelta.
—Al igual que vos yo también estaba asustado —le dijiste mirándola a los ojos.
—¿Asustado por qué?
—Porque me encantás, por eso. ¿Te pensás que fue fácil para mí dejar de verte como una amiga? ¿Pensás que busqué hacerlo? Yo también me asusté y traté de negarlo mucho tiempo, no quería que sucediera eso. Tenía pánico de arruinarlo todo, como lo hago siempre. Pero cada vez que te veía era lo mismo, mi corazón iba más rápido y me sentía torpe. Verte sonreír era como un regalo para mí, me hacía feliz verte así y bastaba con que me miraras unos segundos para desarmarme por completo. Desde que te conocí me pareciste hermosa, pero a medida que me fui acercando más ese sentimiento fue cambiando, fue creciendo demasiado hasta que no lo pude controlar. Por eso en un momento intenté ser más distante y luego me volví así como decís, arrogante, porque estaba nervioso, aterrorizado, y quería evitar a toda costa que algo malo sucediera entre nosotros. No te quería perder, se que es confuso, al final te terminé alejando un poco más. Te quiero y no se desde cuando, no se como ni porqué lo hago, solo se que cuando estás cerca todos mis problemas se reducen a nada. Cuando te tengo al lado solo somos vos y yo y el universo simplemente deja de existir. Nunca te lo dije porque no quería que todo se pusiera raro entre nosotros, no sabía si a vos te pasaba lo mismo. Pero luego te vi en el bar aquella noche, estabas preciosa. Tenías el pelo suelto y tu perfume —suspiraste— era como volar. No aguantaba más, tenía que sacarme esa carga de encima y por eso te escribí la nota.
—Sos un estúpido —dijo y notaste como empezaba a llorar— ¿Pero sabés qué? Sos un estúpido del cual me enamoré sin darme cuenta. ¡Vos también me encantás! —se puso la mano en el bolsito y sacó la servilleta en la cual le habías escrito la otra noche— La guardé, y la voy a seguir guardando porque...
     Y la interrumpiste con un beso. Tus labios se juntaron con los suyos y sentiste como te correspondía; sentiste la suavidad de sus labios, su respiración poniéndose más rápida al igual que su corazón. La rodeaste con tus brazos y ella hizo lo mismo, y se quedaron ahí un rato demostrándole al mundo, o por lo menos a ese bar, que los finales felices también existen. 
     Se retiraron de aquel lugar luego de unos minutos. Salieron a la calle y paraste un taxi, se subieron al asiento trasero. Ya estaba amaneciendo, el Sol comenzaba a iluminar las frías calles de aquella ciudad. Te sentaste a su lado y apoyaste tu cabeza sobre su pecho mientras ella te abrazaba y acariciaba tu pelo. Miraste por la ventanilla del auto y viste una paloma que volaba cerca del coche, por primera vez en mucho tiempo no le prestaste atención a ese evento. Simplemente apretaste tu cabeza contra tu acompañante y cerraste los ojos, sonreíste.

lunes, julio 15

Insanidad: La sangre que corre y la voz que se ríe

      Era una fría tarde de verano, pero no porque fuese un día inusual, el frío provenía de tu interior. Estabas sentado mirando al mar desde unas escaleras que desembocaban en la playa. No querías pisar la arena, no en ese momento, solo querías sentarte y mirar como las olas rompían en la costa, te gustaba el sonido que provocaban, más bien te calmaba. El cielo ya estaba tomando una tonalidad rosa indicando que el Sol pronto se ocultaría.
     Al igual que el Sol en el horizonte, tu cabeza se encontraba muy distante. Estabas allí sentado pero tu mente no, tus pensamientos se hallaban en otro lugar esa tarde. Al igual que en las últimas semanas solo podías pensar en lo mal que estaba tu relación sentimental. Eras novio de una hermosa chica llamada Elena. Hacía casi tres años que estaban juntos y todo había sido perfecto en un principio, pero al igual que tu mente, esos días se encontraban muy lejanos. No sabías ni en que momento, ni como, ni el porqué de todo eso. No entendías como algo tan perfecto ahora te parecía agobiante. 

     Te quedaste sentado mirando a la nada durante un par de horas, hasta que el cielo se oscureció y la Luna comenzó a brillar sobre tu cabeza, bañándote en una tenue luz plateada. Miraste tu reloj y eran casi las diez de la noche. En cualquier momento tu soledad se vería interrumpida, lo sabías bien. 
—Espero no haberte hecho esperar demasiado —dijo una voz grave que provenía desde un par de escalones más arriba de donde te encontrabas sentado. 
—No. Vine antes porque quería meditar ciertas cosas —respondiste sin apartar tu mirada del agua. 
—Me parece bien —te dijo la voz mientras sentías como bajaba las escaleras. Se sentó a tu lado pero no te miró, al igual que tú se puso a mirar las olas. Estaba completamente vestido de negro la voz, aunque era un hombre nunca te dijo como se llamaba.
     Habías llegado hasta él a través de una tarjeta que dejaron bajo tu puerta hacía un par de semanas. La misma decía "Solucionamos todos tus problemas" y no tenía ningún nombre escrito, solo un teléfono. Sabías de que se trataba, dado que tenías un problema dando vueltas en tu cabeza y no tenías idea de como solucionarlo. En realidad no era un problema, pero así lo pensabas en aquel entonces, momento en el cual tomaste la decisión más cobarde de tu vida. 
—Explicame como funciona esto —le dijiste a la voz.
—Bueno, como hablamos antes vos tenés un problema y yo ofrezco soluciones. Es así de simple.
—Pero aún no te dije que necesito. ¿Cómo podés estar tan seguro de que me podés ayudar? —preguntaste. Tu comunicación con la voz había sido solo por teléfono anteriormente. Solamente habían acordado donde y cuando reunirse, nunca te pidió detalles de tu situación.
—Porque mi trabajo es saber. Decime tu problema, es necesario que lo digas tú.
—Es complicado —suspiraste— pero quiero deshacerme de alguien. 
—Pero no hablamos de un asesinato.
—No, quiero que alguien se vaya de mi vida. Quiero que nos separemos —dijiste mientras girabas la cabeza hacia tu izquierda. Miraste a la voz y notaste que llevaba también un sombrero negro y gafas oscuras, a pesar de que ya era de noche.
—Eso se puede hacer —dijo y agregó: aunque no entiendo tus razones. ¿Te das cuenta qué lo que me pedís tiene ciertas consecuencias?
     Intentaste recordar tu primer beso con Elena, aquel hermoso momento en el cual tus labios se encontraron con los suyos por primera vez. Cuando sentiste su calidez, cuando la abrazaste por la cintura y también sentiste como temblaba a causa del nerviosismo. Sin embargo ahora no eran así, eran casi como una obligación, o un compromiso, secos y rápidos. Y tu tampoco sentías nada al buscar sus labios, era como si la monotonía y la rutina les estuviesen ganando la batalla. 
     Recordaste como solían pasar horas hablando y riendo, como si fuesen mejores amigos, que de hecho, lo eran. Esas noches interminables juntos, y como compartían absolutamente todo. Pero ahora todo había cambiado. Se hablaban mal casi siempre, las peleas eran constantes. Últimamente parecía que todo era una obligación, verse, decirse cosas lindas y cariñosas, y hasta mirarse a los ojos de vez en cuando.
     Sabías que no era su culpa, ni la tuya, era todo algo mutuo. Pero no lograbas entender la razón de que eso sucediera. No sabías si no sabían manejar la rutina, o si el amor simplemente se estaba desvaneciendo. Lo cierto era que ya no te alegraba verla, ya no te hacía suspirar como antes. Y sospechabas que ella tampoco sentía lo mismo, lo notabas en su mirada fría y distante. 
     Ambos estaban asfixiados, cada uno por su lado. Y sentían que cargaban demasiadas cosas, pero ninguno tenía el valor de enfrentar al otro. No tenías el coraje de enfrentarla y decirle que no querías seguir con eso. Tenías miedo de equivocarte, de arrepentirte luego. Y también te daba pánico tener que enfrentar al mundo por ti solo, quien sabe por cuanto tiempo. Eras un egoísta y cobarde, y eso se carcomía por dentro. Querías ponerle un fin, pero no querías se tu el que lo hiciera. Solo querías salir sin cargar con la culpa de nada, no tenías agallas.
     Comprendiste entonces lo que estabas a punto de hacer. Ibas a borrar a alguien de tu vida, y posiblemente no hubiese vuelta atrás. Pero sentías que no tenías escapatoria. No querías seguir con aquel calvario y la idea de tener que enfrentar ese desenlace por tu cuenta te molestaba. Preferías una solución fácil y cómoda.
—Entiendo perfectamente —le dijiste a la voz.
—Bien. Dejame explicarte algo —dijo y prosiguió: se que la muerte está descartada en este caso. Pero es lo que muchos eligen, no se, parece que existe cierto morbo con eso en la sociedad. Obviamente todo sería un accidente y no habría rastros de nada. En tu caso se complica un poco más. Tendré que utilizar más recursos y provocaré muchos cambios en todo tu entorno, y sobretodo en el de ella. Todo eso tiene un costo mayor.
—¿De cuánto hablamos?
—No es un costo monetario, no trabajamos así. Aunque el precio solo te lo puedo decir una vez que cerremos el negocio —expresó.
—No importa, asumiré el riesgo y pagaré lo necesario —respondiste. Estabas decidido a seguir con el plan. No sabías a que se refería con que no era un costo monetario, pero a esa altura nada te iba a detener. Te había costado mucho juntar el valor para llamarlo y solicitar su ayuda.
—Necesito que firmes esto —dijo, mientras sacaba de su bolsillo un rollo de pergamino muy largo. Tenía unas inscripciones raras, con una caligrafía que parecía antigua. No quisiste leerlo, temías que si lo hacías ibas a cambiar de opinión. Decidiste confiar en la voz y seguir adelante.
—¿Tenés una birome?
—No, no la vas a necesitar. Firmarás con sangre.
—¿Qué? —exclamaste. Definitivamente no estabas preparado para eso, estabas un poco asustado. No esperabas que tuvieras que hacer tal cosa, después de todo era una simple transacción lo que iban a realizar. Habías escuchado de ciertos contratos que se firman con sangre, pero no pensabas que fuera algo verdadero.
—El contrato solo es válido si firmás con sangre. Yo también lo tengo que hacer, así nos aseguramos que ambos cumpliremos nuestra parte. Tengo conmigo dos navajas en envase cerrado, ambas están esterilizadas para evitar contratiempos o posibles problemas.
—Está bien, si es necesario lo haré —dijiste. Estabas decidido a hacerlo. Toda la situación te parecía descabellada pero ya habías llegado hasta ahí, no querías retractarte.
     La voz sacó las navajas y te entregó una, estaba adentro de una bolsa plástica. La abriste y observaste como se cortaba la muñeca y dejaba caer unas gotas de sangre sobre el pergamino. Procediste a hacer lo mismo. Sentiste como el frío metal tocaba tu piel, presionaste el filo y lo moviste. Podías sentir una especie de ardor recorriendo la zona de contacto y lentamente la sangre empezó a brotar bajo la navaja. Dejaste caer unas gotas sobre el pergamino cuando escuchaste una leve carcajada.
—Está hecho. Y ahora no hay vuelta atrás —te dijo y pudiste notar una leve sonrisa en su rostro. 
—Ahora decime el costo de todo esto —le reprochaste.
—¿El costo? ¿No te das cuenta? —te preguntó— Acabaste de entregarme el sentimiento más puro que existe sobre la Tierra, el amor. Se que tu situación era agobiante, pero aún había amor ahí y tu me diste lo que quedaba y creeme que hay demasiada energía en eso. La muerte hubiese sido una solución más fácil para ti, lo hubieses superado enseguida, sin embargo lo que acabaste de hacer te va a llevar a sufrir como nunca lo hiciste. Ahora es tiempo de que me ponga a trabajar.
     Luego de decirte eso y dejarte aterrado, se acercó y puso un dedo sobre tu frente mientras comenzaba a reírse a carcajadas. Lo último que viste fue un resplandor enceguecedor.
     
      Despertaste en la playa, sobre la arena, miraste tu reloj y era pasada la medianoche. Te preguntabas que había pasado, lo último que recordabas era estar sentado mirando el atardecer. Sentiste como tu celular vibraba y notaste que tenías un mensaje y tres llamabas perdidas, todo de Elena. Te pusiste a leer el mensaje y quedaste petrificado.
     "Necesitamos hablar, esto no está funcionando. Creo que hice algo malo, no se, quiero verte y decírtelo en persona, perdoname. Las cosas iban mal y sabés que no podía aguantar más."  

     Días después estabas en lo de un amigo contándole el trágico final de tu relación. Elena, la mujer que amabas, a pesar de todos los problemas que tenían, te había dejado sin razón aparente. Le decías que no entendías como todo había cambiado de un momento al otro. 
     Es que si tal vez le hubieses pedido a la voz que te leyera el contrato, si tal vez hubieses dudado un segundo y dicho que no, o no hubieses llamado y pedido una solución tan cobarde, no estarías allí. Lo que sucedía era que en aquel pergamino decía que tu no te ibas a acordar de tal negocio, que nunca ibas a recordar tu encuentro con la voz, pero su trabajo iba a ser hecho sin que lo notaras. Estabas viviendo exactamente lo que habías pedido, solo que nunca lo ibas a saber.  

jueves, julio 11

Insanidad: La mesa y el corazón que late.

      Eran casi las dos de la mañana y hacía mucho frío, demasiado para tu gusto. Afuera se escuchaba al viento resoplar y alguna sirena lejana que te hacía pensar que tal vez existía la posibilidad de que alguien la estuviera pasando peor que vos. Es que hacía unas semanas que estabas mentalmente bloqueado, así le decías a tu estado actual, en donde no eras capaz de hacer nada, te sentías agotado. Parecía como si te hubiesen sacado las baterías, o como si en el lugar donde debería estar tu cerebro tuvieras solamente una especie de masa muy pesada e inútil, incapaz de procesar información nueva o retener algo por mucho tiempo, te sentías como automatizado. No sabías si era porque dormías poco, o el estar así alteraba tu sueño, ya no recordabas como había empezado todo. Las horas se te escapaban de las manos y los días parecían irse demasiado rápido, te sentías como un niño que deja caer la arena entre sus dedos en la playa, impotente e incapaz de hacer algo para evitarlo. 
      Miraste por la ventana y a lo lejos podías notar diferentes puntos luminosos, eran las ventanas de edificios cercanos. Te preguntaste entonces cuántas personas estarían plácidamente dormidas en ese momento, descansando, a diferencia de vos. Decidiste ir al baño a lavarte la cara, eso tal vez te ayudaría a despabilarte. Al entrar y ponerte en frente al espejo viste tu rostro, no parecía el de un joven de tu edad. Estabas sin afeitar desde hacía días y tus ojeras daban miedo, estabas demacrado. Tu mirada demostraba cansancio y un poco de tristeza, tu cabello estaba largo y despeinado, eras un desastre. Abriste la canilla y mojaste tu rostro sin lograr cambio alguno en tu estado, el agua fría no te despertó ni cambió esa horrible sensación que tenías dentro. Sentías el tiempo como detenido en tu cabeza, pero cada vez que mirabas el reloj este parecía ir más rápido de lo normal. 
      Volviste hasta la mesa en donde estabas sentado, en el comedor de tu apartamento, y pusiste un poco de música clásica en la computadora. Miraste la pila de libros que aún tenías para estudiar, los ejercicios que querías hacer y un par de cuentos que habías empezado a escribir pero sin poder salir del primer párrafo.             
      Enseguida recordaste que al otro día tenías que trabajar y solo te quedaban unas pocas horas de sueño, simplemente estabas viviendo lo que venías viviendo desde hacía varios días. Era como un círculo vicioso o una bola de nieve que se hacía cada vez más grande mientras caía por esa montaña que era tu mente. Recordaste también que hacía muchos días desde tu último contacto físico con una mujer y mucho más desde la última vez en la cual sentiste algo parecido al amor. En ese instante el vacío de tu cabeza comenzó a replicarse en tu pecho y eso te produjo ganas de vomitar, pero no lo hiciste.
     Miraste tus notas, llenas de ecuaciones, fórmulas, gráficas y cosas que parecían volverse borrosas cada vez que las intentabas analizar. Recordaste como era todo hace un par de años, cuando con tan solo mirar algo ya lo aprendías. Cuando tu creatividad estaba al máximo, cuando no cometías errores y eras el mejor en todo. Te preguntaste que había pasado con ese ser, lleno de sueños, metas y esperanzas. Te preguntaste que había cambiado, donde te habrías equivocado y en que momento o lugar del camino habrías tropezado.
     Levantaste la vista y lo que sucedió a continuación te sigue perturbando hasta el día de hoy, algo que en aquel momento te dejó petrificado. Tenías delante de ti, sentado en la otra punta de la mesa, a un ser que te miraba de manera sonriente, casi como un niño. Pero no era un infante, era un hombre de piel blanca como la nieve y ojos negros, muy negros. Su cabello también era oscuro y largo, casi por los hombros y no usaba barba o bigote. Tendría un par de años más que vos, entre veinticinco y veintisiete. Llevaba puesto un sobretodo negro y traía consigo una especie de morral de cuero.
     No reaccionaste, no pudiste decir nada. No sabías si gritar, correr o partirle una silla en la cabeza. Había un tipo sentado del otro lado de la mesa, alguien se había metido a tu casa y no tenías idea como. Pensabas que tal vez era un sueño pero podías sentir el olor a café que venía desde la taza que tenías olvidada a unos centímetros de la pila de libros, y sabías muy bien que en los sueños es imposible percibir olores con tanta claridad y que si fuese algo de tu cabeza en frente tendrías a una pelirroja de ojos verdes y no a un tipo desconocido. Lo miraste, miraste su morral, preguntándote que habría allí adentro y te imaginabas los titulares del día siguiente diciendo que un tipo había sido asesinado en su propio apartamento por un lunático que se había metido de manera inexplicable.
—Hola. Perdón por interrumpir así —dijo con alarmante naturalidad.
—¿Quién sos y qué hacés acá? —respondiste, tratando de mantener la calma. 
—Vamos por partes. No te pongas nervioso, no te voy a lastimar. En realidad vengo a ayudarte. El bloqueo es algo temporal, ya va a pasar —dijo y eso te alarmó. El tipo sabía lo que te estaba pasando y eso te asustaba. Esto se ponía cada vez más raro y tu calma se estaba yendo, así como se te iban las horas.
—¿Me estás espiando? ¡Decime quien carajo sos! —exclamaste mientras dabas un golpe seco en la mesa.
—Está bien, me parece justo que me presente. Me llamo Sabathiel y tengo algo para vos —te contó.
—¿Sabathiel? ¿Sos un ángel?
—¿Acaso ves alas? No importa que soy, simplemente tenés que prestarme atención —dijo, hacía un buen rato desde que se había aparecido y su sonrisa seguía ahí en su rostro. Era una sonrisa soñadora y al mirarlo con atención comenzó a transmitirte cierta paz. 
—Me parece bien. Adelante, te escucho —decidiste seguirle el juego, después de todo ya estaba todo tan distorsionado y distante de la realidad que no podías hacer otra cosa más que escuchar.
Sabathiel abrió su morral y sacó algo que te dió escalofríos con solo mirarlo. Era una especie de masa gris que se asemejaba a la carne en textura. Enseguida, cuando pensabas que aquello no podía ponerse más raro, volvió a meter su mano en el morral y sacó algo que te paralizó. Tenía en su mano izquierda un corazón, que parecía humano, y aún latía. Pero dicho corazón estaba raro, como agrietado o roto, parecía que con cada latido se iba a desarmar. La calma con la que tu intruso hacía todo esto era insólita. 
—¿Sabés qué son estas cosas? —dijo mientras te miraba a los ojos.
—Un corazón y lo otro no se —respondiste titubeando.
—Un corazón y un cerebro. ¿Sabés de dónde salieron?
—No, no tengo idea —dijiste, algo confundido por la pregunta. ¿Habría asesinado a alguien antes de ir a tu casa y te estaba mostrando lo que te iba a pasar a vos? Enseguida pensaste que era imposible, los corazones no latían luego de que eran arrancados de un cuerpo. En realidad nada de aquello era posible.
—¿No hay dos grandes vacíos que sentís en este momento? —y acto seguido empezaste a entender. Querías gritar, correr, romperle una silla en la cabeza y luego vomitar. Querías volver a esos días donde todo era perfecto y caminar descalzo pisando pasto a las seis de la mañana mientras el sol que se asomaba te empezaba a calentar la cara. Pero sabías bien que no podías. Estabas en tu casa, cansado y con un extraño que te estaba mostrando sobre la mesa del comedor un corazón y un cerebro que eran tuyos. 
—¿Cómo es posible? ¿Esto es un sueño? De seguro me quedé dormido o tal vez terminé de volverme loco y estoy tirado en un cuarto del manicomio dándome la cabeza contra las paredes —expresaste, tratando de buscarle una explicación a todo.
—¿No te acordás? Tu me los vendiste Bruce —si antes querías vomitar, ahora sentías que ibas hacerlo en cualquier momento. Podías sentir como el sandwich que te habías comido hace una hora empujaba en tu estómago para poder ser devuelto al mundo.
—¿De qué hablás? —respondiste, estabas atónito. 
—Vamos por partes. Lo primero que me vendiste fue el cerebro, hace un par de años. En realidad se lo ibas a vender a cualquiera que pudiera pagar lo que pedías. Yo aparecí porque sabía que tendría que guardarlo y devolvértelo en el momento oportuno. No podía dejar que cayera en manos equivocadas. Un cerebro es algo muy valioso.
—¿Y qué pedí a cambio?
—Escapar de la realidad. Estabas devastado, sentiste que ya no te servía de nada un cerebro así. Pensabas que le habías fallado a todo el mundo. Traté de explicarte pero no quisiste entender, y antes que dejarlo en otras manos decidí darte el escape que necesitabas. Por eso ahora el tiempo se te va de las manos, viajás más rápido que el mundo que te rodea y eso hace que puedas escaparte de él y encerrarte en vos. Pero a lo largo de estos años sin tu máquina central fuiste incapaz de procesar cosas importantes o eventos grandes y eso provocó que colapsaras seguido —su manera de explicar era tan sencilla que no parecía que estuviera hablando de comprar cerebros y guardarlo por años para luego devolverlo porque lo necesitabas. Ya no sabías ni que querías hacer, por suerte las ganas de vomitar se habían ido— Ahora, creo que luego de tanto tiempo de andar así es hora de que te entregue esto. No lo vuelvas a perder o a querer vender. Supongo que habrás aprendido una gran lección con todo esto —y a continuación se puso de pie y camino hacia vos. Tenía en su mano derecha la masa gris y comenzó a empujarla por un costado de tu cabeza, en donde estaba tu oído. Sentiste un dolor insoportable, pensabas que ibas a morir ahí mismo. De pronto al dolor se le sumó la sensación de algo frío que corría por tu canal auditivo, era asqueroso. Te mareaste por un momento y pensaste que ibas a caer desmayado. Luego todo fue calma, tu cabeza se sentía llena pero liviana a la vez. Por primera vez en mucho tiempo no sentías migraña y tus ideas empezaban a aclararse. Miraste y Sabathiel estaba otra vez en su asiento mirándote con esa misma sonrisa que tenía al principio.
—Eso fue por lejos lo más incómodo que me ha pasado. Pero tengo una pregunta. ¿Por qué ahora? ¿Por qué dejaste que pasaran dos años para devolvérmelo? —preguntaste mientras mirabas a las notas que tenías en frente comprobando que parecían más fáciles que antes.
—Porque todo proceso lleva cierto tiempo, y hay que respetar eso. No sabía exactamente cuanto iba a estar con esto en mi poder. Solo sabía que cuando supiera que tenía que devolvértelos lo iba a hacer. Acordate siempre de esto, el tiempo es valioso, es tu mayor consejero, nunca lo subestimes o trates de apurarlo. 
—Me parece bien. ¿Y mi corazón? Tampoco me acuerdo que pasó con él.
—Ahh, si. Esto paso hace unos siete meses. Pero no me lo vendiste, simplemente lo tiraste. Te venía siguiendo el trazo porque sabía que algo te había pasado. Estaba hecho pedazos, recuerdo el momento en el cual te lo arrancaste. Estaba ahí observándote, intenté detenerte pero otra vez no escuchaste. Simplemente metiste una mano en tu pecho y lo arrancaste sin titubear mientras la lluvia caía sobre vos. Como te dije estaba roto y cuando lo agarré traté de repararlo, pero no pude. Aunque con el tiempo se fue poniendo un poco mejor, ahora no se desarma con cada latido —te comentó.
      Mirabas a tu corazón y por más que tratabas no podías recordar como te lo arrancaste. Recordabas en cambio la escena que te describía Sabathiel. Era una noche de diciembre, muy calurosa a pesar de la lluvia que te bañaba. Estabas en la playa y hacía unos pocos minutos en tu celular habías recibido un mensaje que te había dolido como una patada en la entrepiernas y un golpe en la garganta, al mismo tiempo. Desde ese día tu manera de ver al mundo e interpretar las relaciones había cambiado. No querías saber del amor, lo evitabas a toda costa. A pesar de que te encontrabas rodeado de personas, te sentías cada vez más solo.
—Entiendo. ¿Me lo vas a devolver? No recuerdo cuando fue la última vez que sentí que lo tenía —dijiste mientras recordabas a alguien en especial.
—Si, aunque al estar tanto tiempo sin él es posible que te cueste adaptarte. Vas a tener que terminar de reconstruirlo vos, el tiempo ya hizo todo lo que podía hacer por él. Acordate que estuviste mucho tiempo con corazón y sin cerebro y eso te hacía no tener equilibro emocional. Todo recaía sobre ese pobre músculo y por eso terminó tan dañado. Es importante que la razón y el corazón trabajen juntos, sin cerebro no hay razón. Es por eso que por momentos sentías que cargabas mochilas que no eran tuyas y parecía que ibas a explotar en cualquier segundo. Pero no te preocupes, a partir de ahora todo va a cambiar. Estás preparado, lo se bien —expresó mientras volvía a ponerse de pie. 
      Estabas preparado para otra sesión de tortura, suponías que iba a ser igual de doloroso que lo anterior. Samathiel se acercó con tu corazón en su mano izquierda y lo llevó hasta tu pecho. A diferencia del cerebro, esta vez no había orificio por donde pudiera entrar. A medida que lo acercaba podías notar como este latía más rápido, como si sintiera que luego de un viaje tan largo al fin volvería al lugar que le corresponde. Tenías puesto una remera blanca y cuando tu corazón fue apoyado sobre esta sentiste un calor insoportable. Era como si te pusieran una brasa caliente en medio de la caja torácica. Miraste hacia abajo y notaste como la tela de tu remera comenzaba a quemarse, luego sentiste un dolor muy agudo en tu pecho. Tu piel se estaba quemando y no solo eso, tu esternón comenzaba a crujir. Podías sentir como se separaba para abrirle paso a tu corazón y de nuevo pensabas que te ibas a desmayar. Cerraste los ojos hasta que de pronto sentiste el inconfundible sonido de los latidos pero esta vez venían desde adentro de tu tórax. Abriste los ojos y Sabathiel estaba sentado en su lugar, tu pecho no tenía marcas de nada, por desgracia tu remera no corrió la misma suerte y tenía un enorme agujero en el centro. 
—Creo que mi trabajo aquí está terminado. Un gusto poder hablar contigo y devolverte esto. Nos volveremos a ver algún día. Por favor no vuelvas a cometer el mismo error otra vez —dijo mientras volvía a sonreír. Y así como apareció, sin permitir que emanaras algún sonido, desapareció.
     Abriste los ojos y miraste el reloj, eran las nueve de la mañana. Te habías quedado dormido sobre la mesa y otra vez ibas tarde al trabajo. Aunque había algo distinto en vos y no lo podías explicar. Sonreías sin razón aparente y todo parecía más fácil. Sentías que luego de tanto tiempo al fin estabas encontrando respuestas y podrías tomar decisiones que venían rondando tu cabeza desde hacía mucho tiempo. Miraste a tu alrededor y no había señal alguna de Sabathiel o de alguien más, y la puerta estaba cerrada con llave. Pensaste que había sido un sueño, pero luego miraste a tu remera y tenía un agujero del tamaño de un puño en el centro. Decidiste tirarla a la basura y no pensar más en eso.
     Te habías arreglado para salir a una velocidad digna de un maratonista y te apresurabas a la puerta cuando sentiste que vibraba tu celular. Lo sacaste del bolsillo y tenías un mensaje de Romina que decía "Buenos días. Ayer tuve un sueño raro, contigo. Luego te cuento. Beso" y por primera vez en mucho tiempo tu corazón se aceleró.

Disponible en Amazon