—¿Sabés una cosa? —me dijo el viejo mientras
revolvía su café.— Todo pasa, la vida pasa, el dolor pasa, incluso el amor a
veces pasa.
***
Empecé a recordar entonces el
primer momento en el que nos vimos, en medio de tantas luces. Ella estaba
contra una barra, llevaba puesto un abrigo violeta y me miraba tímidamente
mientras tomaba agua mineral, si, estaba tomando agua mineral en un pub. Podría
jurar que todo se detuvo allí y que de pronto todos los clichés tuvieron
sentido para mí. Creo que la vida te da una especie de guiño cuando alguien va
a ser muy importante en tu vida, pero es cruel y no te deja saber cuando ni de
que manera, te deja con la sensación de que algo va a pasar y te hace sufrir
con la espera.
Entendí en ese momento que el
magnetismo y la química entre las personas es algo muy real, nunca me había
pasado de tener tanta facilidad con alguien. Era como si la conociera de toda
la vida, como si pudiese contarle todo lo que pensaba y supiese que todo iba a
estar bien.
Me acuerdo la primera vez que fuimos
a la playa, ella me invitó luego de que le dijera que hacía mucho tiempo que no
veía el mar. Estábamos los dos sentados en la arena, sin hablar, mirándonos,
luego mirando al agua. A ella le gustaban los libros de Tolkien, pero me dijo
que quería leer más a Fitzgerald. Le había aburrido Coelho y aún no conocía lo
que escribía yo. Me encontraba por primera vez en mucho tiempo lejos de casa,
del caos y de los problemas. Me había olvidado por unas horas de la soledad y
la tristeza. Me encontraba ahí, ante una mujer que hace poco era una extraña,
contemplando el paisaje y deseando no volver nunca. Siempre me pregunté que
habrá pensado ella.
Le gustaban los musicales, el
rock y hasta el country, era libre e independiente y eso me fascinaba.
Soñábamos con ir juntos a Nueva York, comer pizza y tomar cerveza. Era capaz de
convertir en simple hasta el más grande de mis problemas, le daba un sentido a
todo y hacía que lo malo se desvaneciera.
Conocí sus abrazos en una noche
fría, cuando se quedó dormida sobre mí en la vereda de un bar, estábamos los
dos sentados, creo que fue ahí que me di cuenta que me estaba enamorando de
ella.
Otro día, mirando una película,
sentí ganas de agarrarle la mano, poco tiempo después me confesó que ella
también pensó lo mismo.
Sus besos los conocí en otra
noche fría, cuando le dije que me encantaba todo de ella.
Un día, sin previo aviso, me
confesó que me amaba, era la primera vez que amaba a alguien. Yo también la
amaba, recuerdo la timidez con la que me lo dijo, era algo nuevo para
ella.
Me prometí a mi mismo que nunca
la lastimaría, y que tampoco la iba a defraudar. Me prometí que haría hasta lo
imposible para estar siempre juntos. Me encantaba verla reír, me encantaba como
besaba, como me abrazaba y lo bien que me sentía al verla feliz.
No se como ni cuando me empecé
a olvidar de las promesas. No se en que momento la lastimé con mi forma de ser.
No se porqué discutimos la primera vez, ni tampoco la segunda. No recuerdo el
motivo de sus lágrimas. Todo sucedió rápido.
En algún lugar del camino la
cama comenzó a sentirse más fría, como si no hubiese nadie más allí. En algún
momento miré hacia otro lado y pensé en correr en vez de quedarme.
Lo que si recuerdo es el dolor
que sentí al ver que le estaba rompiendo el corazón en mil pedazos. El mío
sufría por igual. Me acuerdo de su rostro, inexpresivo e incrédulo al decirle
que no me sentía bien con nada. Me acuerdo como ignoré a la voz que me decía
que iba a cometer el error más grande de mi vida. Me acuerdo como me paré y me
fui. Me acuerdo del frío que hacía que mis huesos dolieran.
El tiempo se detuvo ahí, pero
yo no me di cuenta. Todo pasó de ser una película a convertirse en una foto a
blanco y negro. Estática, sin vida, sin sonido. El frío nunca se fue, ni
tampoco amaneció, todo es noche y todo es ella, su imagen, su recuerdo. Yo me
fui y ya no puedo volver, me quedé atrapado en una especie de limbo, una
especie de mundo cruel y patético.
***
El viejo me estaba mirando
fijamente. Me conocía tanto que sabía exactamente en lo que pensaba.
—¿Pero cuánto tarda en pasar todo? ¿Cuándo va a
dejar de doler? —le dije.
—Todo pasa, menos los recuerdos. Los recuerdos
quedan para siempre. En algún momento dejan de doler y empezás a sonreír. No se
cuando, nadie lo sabe. Pero... ¿Vos estás seguro qué diste lo mejor de vos,
pibe? ¿Estás seguro que es el final?
***
Pasa, todo pasa, pero los recuerdos siempre van a
estar.
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