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viernes, junio 5

Historias: La muerte, la ambulancia y el frío - Parte I

     Todavía recuerdo el día en el cual la vida se nos fue de las manos, no es que nunca hubiésemos presenciado una muerte, pero era la primera vez que sucedía bajo nuestra responsabilidad.

     Fue durante nuestra primer semana en la residencia de cirugía, nos tocaba en el hospital más grande de la ciudad, era un sueño hecho realidad. 

     Ella, Lucía, había sido mi compañera durante casi todo el internado y fue una especie de suerte terminar juntos en la residencia. Recuerdo sus ojos verdes, grandes y brillantes mirándome en la sala de operaciones, era como si me hablara con su mirada, yo la entendía y ella me entendía a mí. Pocas veces podíamos entrar juntos a las cirugías, pero cuando sucedía, todo parecía más fácil, todo pasaba con cierta naturalidad.

     Ese día en especial, tuvimos a una paciente que había ingresado por lo que parecía ser un cuadro estomacal con vómitos. Sin embargo, al consultar con el médico de guardia pudimos constatar que esa mujer estaba teniendo un infarto y necesitaba una cirugía urgente. 

     Fue en el instante en el que el cirujano, al que estábamos asistiendo, constató que había una ruptura en una pared ventricular cuando sentimos que la arena se nos escapaba entre los dedos. A pesar de todos los esfuerzos que hicimos no pudimos salvarla. El sonido del monitor, largo, incesante, eterno, retumbaba en nuestros tímpanos y luego de apagarlo y declarar la muerte, el silencio se adueñó del quirófano, nadie se atrevió a decir nada más. Me miré las manos, mis guantes blancos estaban empapados en sangre, parte de mi ropa también estaba cubierta por ese líquido escarlata. A un costado la paciente que hacía unos minutos estaba sentada, hablando, en la puerta de emergencia, yacía inerte, inexpresiva y pálida. Sentí un enorme vacío por dentro, era la primera vez que se moría alguien en una cirugía a la cual estaba asistiendo. Lucía me miró con sus ojos, ahora llorosos, y supe que no estaba bien. A pesar de tener la mitad de su rostro cubierta por el tapabocas, sabía que estaba haciendo esa mueca que siempre pone cuando siente dolor.

     Era invierno y a pesar del frío congelante, nos encontrábamos los dos parados contra una ambulancia estacionada en el patio del hospital. Estábamos sin abrigo, solo usando nuestros uniformes color azul oscuro y la túnica blanca por encima. Su cabello largo, muy largo y negro como el carbón se movía suavemente con el viento, su rostro era inexpresivo y solo miraba al piso. Ninguno decía una palabra, sentíamos que podríamos haber hecho más, pero la realidad era distinta. No se si a todo el mundo le pesa así esa primer muerte, pero para nosotros eso era una especie de funeral. 

—¿No sentís frío? —dije, tratando de cortar el silencio.

—No, estoy bien —respondió Lucía, sin mirarme.

     La volví a mirar y sentí que tenía que decirle algo más, no soportaba verla así. Ella me importaba mucho, era una gran amiga, éramos un equipo y tenía que hacerla sentir mejor.

—Lo que pasó hace un rato... Digo, hicimos todo lo que pudimos, no te sientas culpable —le dije.

—Si, lo se. Pero... ¿Por qué se siente tan feo? —dijo con la voz temblorosa.

—No lo se, creo que es porque es la primera vez que se nos muere alguien.


     Lucía había comenzado a llorar, me sentí un poco torpe porque no sabía exactamente que hacer. Estiré mi brazo y lo pase por su espalda, tratando de calmarla. Ella se me acercó y apretó su cara contra mi pecho, llorando cada vez más fuerte. Comencé a acariciarle la cabeza y el pelo, tratando de calmarla. Levantó su cabeza, era un poco más baja que yo, y me miró a los ojos, estaba muy cerca de mi cara. Nos quedamos mirando por unos segundos que parecieron minutos. Sus ojos grandes y verdes estaban ahora más cerca que nunca, podía sentir su respiración haciéndose más fuerte. De un instante a otro nuestros labios se juntaron, sin previo aviso. Nos estábamos besando, allí, contra una ambulancia en el patio del hospital, en una fría noche de julio. Sentía sus labios tibios y su rostro húmedo por las lágrimas. Acariciaba su pelo con una mano y con la otra la agarraba de la cintura. Era como si ese beso hubiese estado guardado durante mucho tiempo, esperando la oportunidad de salir. Luego de tantas noches juntos, de tantos momentos tensos en aquel internado que parecía interminable, luego de discusiones, peleas y acercamientos, y de finalmente compartir esa felicidad absoluta e indescriptible el día que nos recibimos de médicos, estábamos cruzando la línea que separa una simple amistad de algo más. No se exactamente cuanto tiempo estuvimos así. Nos quedamos mirando otro rato más y ella ya no lloraba, me miraba seria, como si quisiera decir algo. Ninguno habló, ella titubeó pero fuimos interrumpidos por el sonido de las sirenas de otra ambulancia que estaba ingresando. Nos fuimos corriendo hasta la entrada de emergencias a esperarla.  

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