Cualquier semejanza con la realidad puede que no sea mera coincidencia

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  • norte - Mi corazón idiota, como dice la canción, pero ya no brilla. Recorro tus calles, en silencio, algo falta. Alguien falta. Fantasmas que me visitan en sueños...

domingo, diciembre 1

Historias: Libre

     Francisco cerró los ojos y recordó su infancia, recordó cuando todo era un poco más simple y hasta más hermoso. Su mente se transportó hasta cierto día en el cual bajo un árbol, protegido por su sombra, una calurosa tarde de verano, escuchó algo majestuoso. Ante sus oídos eran entonadas una sucesión de bellas notas, casi perfectas, para él era la melodía más maravillosa de todas, algo que nunca más volvió a escuchar. 
     Francisco se levantó y comenzó a caminar en busca de la fuente de tal maravilla. Caminó varios metros y quedó perplejo observando a un pequeño pájaro de color dorado. Era increíble como un animal tan pequeño podía entonar algo tan grande, tan imponente. Intentó acercarse un poco más, pero el ave salió volando y la perdió de vista. Fue envuelto por el silencio, pero aún así no paraba de sonreír, estaba anonadado por todo aquello.
     El joven abrió los ojos y volvió en si, su viaje al pasado había terminado y caía otra vez en la cotidianidad, en lo monótono que era su vida. Estaba ahí, en su oficina, sentado, tecleando y calculando impuestos de una multinacional que ni siquiera sabía de su existencia. Francisco no pasaba de un número de empleado, una cifra, algo que era facturable en horas, no importaba si estaba inspirado o no, ni tampoco si se sentía feliz, allí importaba que los números cerraran al final del mes. Allí nadie le preguntaba por sus sueños, ni por sus metas, allí era uno más, un número más entre los miles que tecleaban al mismo tiempo. El sonido de las teclas y de los clicks que hacían los ratones formaba una especie de melodía, pero a diferencia de la sinfonía del ave dorada, este sonido causaba miedo, pánico de morir en ese círculo vicioso en el cual se había convertido su vida. 
     Francisco no lo notaba, pero algo en su interior estaba cambiando y de a poco empezaba a florecer en su exterior. Hacía meses que no se cortaba el pelo y ya no le importaba andar presentable. Sentía que usar ropa cara, estar prolijo y arreglado era ocultar su esencia. Sentía que aquello era ponerle una linda máscara a todo el vacío en el cual se encontraba sumido, era fingir algo que no existía, como su sonrisa todas las mañanas al llegar a la oficina.
     Tecleaba sin parar, como de costumbre, cuando sintió un impulso repentino. Se puso de pie y caminó hasta la puerta, sin decir nada, se fue. 
     Salió del edificio y fue encandilado por la luz del Sol, que le dio de frente. Se sacó la corbata, los zapatos y las medias, y los dejó en un cesto de basura. Caminaba y sentía como si estuviera despertando de una larga siesta, de un sueño profundo que había durado años.
     Miró al cielo y vio algo que lo dejó perplejo, aquel pequeño pájaro que lo había maravillado de niño se encontraba dando vueltas sobre él, revoloteando, como invitándolo a vivir la vida, por primera vez. 
     Francisco comenzó a seguir al pequeño animal, sabiendo que por fin empezaba a tomar riendas de su destino, sabiendo que por fin volvía a escuchar la sinfonía perfecta, aquel sonido que uno escucha al nacer y luego lo vuelve a escuchar pocas veces en la vida, solamente cuando uno siente que va por el camino correcto. Era libre.
     

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