Corrías en medio de los árboles, no sabías a dónde te dirigías, pero sabías que algo estaba por ocurrir. Era invierno y sentías mucho frío a pesar de que el día estaba soleado. Llevabas puesto botas de montaña, jeans oscuros, una camisa y una campera negra.
El bosque se hacía menos espeso y podías sentir los débiles rayos del Sol que se hacían más abundantes a medida que avanzabas. Sentías un ruido raro, que te atraía, te hacía recordar a tus campamentos de verano. Recordabas esas maravillosas tardes junto a tu padre, tardes por las cuales darías todo para volver a repetirlas. Sabías lo que había adelante, aumentaste la velocidad y por un momento volviste a tu infancia. Cerraste los ojos y pudiste ver a tu padre ayudándote con el reel, a tu hermano mirándolos con admiración y tu tío haciendo chistes. Una escena que para cualquier otra persona carecería de sentido, pero para ti era volver a tu esencia, volver a sentirte vivo por una fracción de segundo. Terminaste dando de lleno contra la orilla de un río, con la diferencia de que esta vez no había nadie que te hiciera sentir seguro, te tocaba enfrentarlo solo.
Te tiraste al agua, la única manera de avanzar era lanzarte al río, enfrentarlo y cruzarlo. Nunca en tu vida habías sentido tanto frío. Mientras dabas brazadas intentando vencer a la corriente tu mente salió de tu cuerpo. Abandonaste por unos segundos a tu materia, te alejaste del frío, de los dedos entumecidos, del dolor en el pecho y de tus extremidades cansadas. Visualizaste en cambio una escena anterior casi tan gélida como la que estabas viviendo.
—A lo que voy es que no se, no siento que te siga queriendo —dijo ella mientras miraba el té que recién le habías preparado.
—Pero no entiendo, hace dos días planeábamos vivir juntos —respondiste con la voz quebrantada.
—No se, no quiero esto en mi vida. Es algo que decidí hace poco. Vos no me hacés feliz.
—Pero..
Volviste de golpe y las aguas gélidas golpearon tus huesos haciéndote gritar. Agonizabas pero no te querías rendir, no querías terminar allí, a la deriva de un río, rumbo a lo desconocido.
Pudiste cruzar luego de varios minutos y al pararte en tierra firme notaste que ya no sentías frío y que te encontrabas seco. Le restaste importancia a eso, sabías que tenías que continuar.
Caminabas por un sendero en medio de los pinos, sentías su aroma fresco en tus narices, el aire puro de ese lugar te llenaba de vida. Luego de un rato de andar divisaste una roca muy grande en medio de un claro. Te acercaste a la roca y viste que encima había dos personas sentadas, dos personas pequeñas. A medida que avanzabas notaste que eran dos niños los que estaban sobre la misma, y a uno lo conocías, eras vos mismo. Te estabas mirando a vos mismo pero con muchos años menos encima, posiblemente a tus seis años. Al lado de tu yo pequeño había una niña de la misma edad, no sabías exactamente quien era, pero sabías bien que habías visto esos ojos soñadores en algún otro lado, posiblemente en medio de muchas luces. Te pusiste más cerca y escuchaste un diálogo.
—¿Sabés dónde está el corazón? —preguntó el niño
—Si, está acá conmigo, siempre nos acompaña —respondió la niña.
—Ah, yo pensaba que el corazón se perdía y que luego aparecía alguien que nos lo devolvía. No se, a veces siento que perdí el mío —dijo el niño.
—Nunca había pensado en eso, pero es interesante. ¿Vamos a buscar nuestros corazones?
—Si, pero estoy seguro que el mío lo tenés escondido vos —dijo el niño mientras sonreía.
—Y vos el mío, pero aún no es tiempo de que nos lo devolvamos —luego de eso se marcharon ambos y se perdieron en medio de los árboles, mientras tu mirabas sin decir una palabra.
Te tocaste el pecho y te preguntaste si tu corazón estaría allí, o si se habría perdido sin que lo notaras.
Nubes se amontonaban en el cielo y comenzaban a ocultar al Sol, al mismo tiempo que un ventarrón se formaba. Tu cabello, que estaba bastante largo, se movía sin parar y por momentos te tapaba la visión.
Seguiste con tu travesía, adentrándote otra vez al bosque, que estaba más oscuro debido a las nubes. A medida que avanzabas otro sonido te llamaba la atención. Sonaba lejano, provenía de entre los árboles. Decidiste seguirlo y averiguar de que se trataba, parecía como una especie de campana que sonaba de manera rítmica sin detenerse.
Luego de caminar un rato te encontraste con una escena bastante peculiar, ahí, en medio de los árboles, había una cabina telefónica que estaba sonando, ese era el sonido que venías escuchando. Te acercaste y viste que tu nombre estaba escrito en el identificador de llamadas del aparato. Decidiste atender.
—¿Hola? —dijiste
—¿No estás seguro de si saludás o no? ¿Por qué preguntás un saludo? —respondió la voz del otro lado de la línea. Era una voz masculina, bastante áspera, como de una persona bastante mayor, un anciano posiblemente.
—Es que no sabía si iba a responder alguien. No se, creo que esas preguntas no vienen al caso —dijiste.
—Tenés razón, no es el motivo por el cual te estaba llamando.
—¿Cuál es el motivo?
—Se acerca y lo sabés bien, el temblor está a la vuelta de la esquina y tenés que estar preparado — y luego de decir esas palabras se lo escuchó colgar el teléfono, dejándote sin la posibilidad de preguntar o decir otra cosa.
Saliste del bosque, tenías ante ti una enorme pradera, tan verde y majestuosa que casi te pusiste a llorar. Esa pradera te transmitía cierta alegría, cierta tranquilidad, cosas que no podías describir, solo las podías sentir. Decidiste echarte al suelo y mirar hacia el cielo que volvía a despejarse lentamente. Recordaste tu infancia, cuando solías mirar las nubes y buscar figuras en ellas. Estuviste allí tirado unos cuantos minutos viendo distinta formas, intentando descifrar lo que las nubes te estaban diciendo.
Te levantaste y seguiste caminando en medio de aquella llanura cuando a lo lejos divisaste a una persona, vestida totalmente de blanco.
Te fuiste acercando, al estar a pocos metros notaste que era una mujer y que estaba sentada en el suelo con los ojos cerrados, como si estuviera meditando. Cuando te paraste a un par de metros la misteriosa dama abrió los ojos y te habló.
—Te estaba esperando, tengo un mensaje para tí —dijo mientras te miraba a los ojos. Te era familiar, ya la habías visto antes.
—¿Un mensaje? ¿Qué clase de mensaje?
—Recorriste un largo camino para llegar hasta acá, aún te queda otro poco que recorrer. Tenés que saber que todo lo que sucedió tuvo un motivo, una causa y en breve lo vas a entender. Puede que sientas que perdiste muchas cosas, a muchas personas y que nada vale la pena, pero todo eso se pondrá mejor. Se que la extrañás y mucho aunque ya hayan pasado varios años. Pero la vas a volver a ver porque sus caminos fueron hechos para estar juntos. Recordá las luces, las manos tibias y como todo tenía sentido cuando ella estaba cerca, todo parecía mágico. En realidad lo era, pero como todo tuvo que terminar porque así es la vida. Tenemos varios ciclos que vivir y tu necesitabas enfrentar la soledad para poder avanzar y ver lo que hay más adelante. Estás preparado, seguí adelante —y al terminar de decir eso desapareció.
Te quedaste parado en el mismo lugar pensando, recordando a aquella mujer a la que habías amado y como se había ido tan inesperadamente. Recordaste su sonrisa, sus besos. Recordaste besarla bajo la lluvia y las estrellas. Cerraste los ojos y casi pudiste oír su voz entonando aquella canción que se habían dedicado varias veces. Pero eso estaba muy lejano y tenías que continuar. Sabías que faltaba poco.
La pradera se extendía hasta los pies de una montaña que tenía un sendero que seguía hasta su cima. Al principio del camino había un letrero que decía "La cima del mundo".
Luego de un rato andando por el sendero diste contra un lago pequeño que estaba en una especie de falda de la montaña. Te acercaste y viste tu reflejo, tu cabello estaba gris y tus ojos cansados, demasiado dirías. Tu cara tenía unas cuantas arrugas y tu barba que apenas estaba naciendo tenía el mismo tono platinado que tu cabellera. Te preguntaste cuando habrías envejecido tanto sin que te dieras cuenta, sentías que tu vida había pasado demasiado rápido como si fuese arena que se te escapaba de los dedos.
Llegaste a la cima luego de un par de horas, no era una montaña muy alta. Estabas tan solo y había tanto silencio, te sentiste en paz. Observaste el vasto paisaje que se te era ofrecido desde aquella altura. Todo era tan hermoso, y tenía tanto orden. Comprendiste la belleza que hay en esas pequeñeces, como un paisaje majestuoso, una sonrisa o un abrazo. Te sentías un poco raro, parecía como si todos tus pensamientos acumulados a lo largo de tu vida estuvieran siendo procesados otra vez por tu mente. Sentías que algo estaba por ocurrir.
Te tiraste al suelo y miraste al cielo una vez más, viste algo que se aproximaba, parecía tener alas. Sonreíste, eras libre.