Cualquier semejanza con la realidad puede que no sea mera coincidencia

Ahora en Medium

  • norte - Mi corazón idiota, como dice la canción, pero ya no brilla. Recorro tus calles, en silencio, algo falta. Alguien falta. Fantasmas que me visitan en sueños...

viernes, septiembre 20

Poema 11

Tengo mil tareas que acabar,
cincuenta libros por terminar
y toda una vida de discos por escuchar.
Hay un extranjero que me quiere matar,
trece mil mochilas que me hacen cargar
y hasta me cuesta caminar.
De cerca me quieren vigilar
personas de otra realidad que no disfrutan soñar.
En la mesa hay un café que se enfría,
tres mil notas que no están en sintonía.
Un cigarrillo me llama, dice que me traerá alegría
Los viernes parecen lunes, la semana es una agonía.

Pero luego existís vos y existen tus besos.
Existe la calma, existe paz.
Todo tiene un orden y las rimas no son necesarias.
Existen tus brazos donde reposaría horas y horas.
Existe tu sonrisa que alivia toda mi carga
y también existe tu mirada en mi mirada.
Existen tus sueños y tus locuras,
que juntos con los míos parecen congeniar.
Existe tu pelo, tu perfume y tu pasión.
Existe todo, solo cuando estás vos.

viernes, septiembre 13

Historias: El tiempo

—¿La extrañás?
—Claro que si. Todo el tiempo la extraño —respondiste.

     Estabas sentado en el banco de una plaza en el corazón de la ciudad, era un día ventoso, gris y frío, muy frío. Tenías puesto tu bufanda, tu sobretodo negro y también guantes. Te gustaba mirar el vapor que salía de tu boca cada vez que hablabas, debido a la notoria diferencia entre tu temperatura corporal y la externa, te hacía recordar a tu infancia, a cuando le decías a tu vieja que eras un tren o un dragón.

     Miraste las nubes que cubrían el cielo en su totalidad, te preguntaste porque no habías aprovechado más los días de Sol hermosos que hubieron la semana anterior. Estuviste trabajando sin descanso, entrabas a las ocho y salías cuando el cielo ya se estaba oscureciendo. Solo te enterabas de lo maravilloso que estaba todo afuera por la pantalla de tu computadora y el pequeño indicador de temperatura con un Sol dibujado que aparecía en la ventana del navegador.

     Te preguntaste también cuantos libros tendrías acumulados en casa esperando a ser leídos y cuantas canciones que tenías para escuchar y poder disfrutarlas junto a un buen cigarrillo, o algún té. 

—¿Tenés un cigarrillo? Quiero fumar algo —dijiste.
—Claro, servite —te respondió quien estaba a tu lado mientras te extendía una cajilla roja repleta de tu ansiado calmante.

     Encendiste tu cigarrillo y le diste una calada, sentiste el aire cargado entrar a tus pulmones y exhalaste el humo luego de una breve pausa. Habías empezado a fumar hace un par de años, a causa del estrés que te provocaba tu ambiente laboral. Tenías que tomar decisiones importantes todo el tiempo y no sabías como manejar tantas cosas a tus tan cortos veintitrés años. Ahora tenías veinticinco y tampoco sabías como hacer para equilibrar todo.

     Te pusiste a pensar en que estaría haciendo ella, la mujer que amabas. Te preguntaste si te estaría esperando en casa con el reproductor de la televisión en pausa, pronta para mirar su serie preferida, acompañados por un par de cervezas. Te gustaba hacer eso y abrazarla fuerte y sentir el aroma de su cabello. Te sentías protegido cada vez que la tenías entre tus brazos, era raro porque ella decía exactamente lo mismo, que tu la hacías sentir protegida. 

     La habías conocido en una librería mientras buscabas un regalo para tu hermana. En cierto momento te diste cuenta que estaban los dos mirando al mismo libro y riéndose de lo gracioso que sonaba el título. Fue una escena tan tierna como infantil a la vez. Se miraron a los ojos y de cierta manera supiste que ella era especial. Tenía una mirada distinta a cualquier otra mirada que hayas visto en tu vida y según ella esa mirada era provocada solamente por tu presencia, de eso te enteraste meses después, cuando empezaron a salir.

     Volviste a pensar en tu trabajo y en cuantas cosas habías dejado por la mitad, todo iba a ser un caos el lunes siguiente. Ya te dolía la cabeza de solo pensarlo. Te agotaba demasiado, pero por alguna razón no podías dejar de hacerlo. Soñabas con un día renunciar e irte de viaje por el mundo y conocer cosas nuevas, explorar y encontrar la felicidad que tanto anhelabas. Pero no podías, simplemente te costaba renunciar, a pesar de que esa idea era cada vez más tentadora. No sabías si era por el miedo o falta de agallas, o por las dos cosas juntas.

     Tenías veinticinco años y ya te sentías con menos vitalidad que alguien de cincuenta, sentías que envejecías deprisa y que el tiempo se te escapaba de las manos. Si, tiempo, esa maldita palabra que se te vivía escapando. Si tan solo tuvieras un poco más de eso seguramente no estarías lamentándote tantas cosas.

     Miraste una vez más a tu alrededor, a los edificios y a los autos que iban y venían por la avenida. Pensaste en cuantas almas andarían por ahí cargando el mismo peso que vos y maldiciendo a todos los dioses. Te preguntaste si quedaría algún alma libre en esa ciudad, o si ya todos estarían enjaulados, castigados por la rutina, tal como tú.

—Bueno, es hora —te dijo tu acompañante.
—Me parece bien. ¿Cómo funciona esto?
—Es simple. En treinta segundos vas a venir por aquella esquina de allá —dijo mientras señalaba a la intersección que se encontraba a tu derecha, a unos treinta metros de distancia, y luego añadió— vas a cruzar la calle distraído, como de costumbre. En la avenida que se cruza, un chofer de ómnibus que viene arrastrando varias noches sin dormir a causa de problemas con su esposa y con sus deudas bancarias, va a demorar en reaccionar ante el cambio de luces en el semáforo. No va a frenar a tiempo y va a seguir de largo, justo en el momento en el que tu estás cruzando. No es su culpa, ni la tuya, son cosas que pasan.
—Me parece bien. Ojalá pudiera decirle una vez más que la amo, me encantaría poder sentir sus besos, sentir sus abrazos, y verla sonreír antes de que pase. Ella era la única que me hacía sentir bien. Ojalá hubiese tenido más tiempo.
—El tiempo, todos me dicen lo mismo.

Y así sucedió, así perdiste la vida en un fatídico accidente de tránsito. Pero quieras o no, para ti la vida se había ido terminando de a poco desde hacía mucho, exactamente desde ese día en el cual empezaste a sentir que necesitabas más tiempo para hacer las cosas y cuando dejaste de hacer lo que te apasionaba, cuando abandonaste tus sueños y te entregaste a la cotidianidad.  

miércoles, septiembre 11

Insanidad: La nota

Romina despertó tarde esa mañana y se dirigió a la cocina. Allí había solo una taza sucia sobre la mesa con una nota al lado, que decía lo siguiente:

"El café sabe distinto, sabe mejor. Sin embargo ya no le echo azúcar, no la necesita, debe ser por tu dulzura. Como tampoco necesito seguir caminando, no por ahora. Siento que debo detenerme a tomar un descanso. Quiero reposar en tus brazos mientras te miro de cerca.

Sabés, hoy noté que hablo de la muerte muy seguido. No lo hago por gusto, es que simplemente no le temo a morir. ¿Sabés a qué le temo? A no vivir, a perderme de vivir estando acá.
Creo que si me muero hoy no estaría del todo satisfecho con lo que fue mi vida hasta ahora, porque aún tengo muchos sueños y muchas metas. Pero estate segura que lo que viví contigo hasta ahora haría que estuviese bastante más satisfecho que antes de conocerte; no del todo, pero bastante más. Vos hacés una diferencia enorme en mi vida. También por eso tendría que añadirle algo más a la idea de que no le temo a la muerte pero a la vez no quiero que suceda ahora, es que también estás vos y muchas metas y sueños quiero que sean contigo a mi lado.

Salí a dar una vuelta, cuando vuelva se que vas a estar esperándome con una sonrisa de oreja a oreja, esa sonrisa que día a día me vuelve a enamorar.
Te quiero." 

Era domingo y estaba soleado, era el primer domingo soleado en mucho tiempo.



martes, septiembre 10

Personal: Realidad (Utopía II)

Si me hubieran dicho lo importante que ibas a ser la primera vez que te vi, no me lo creería. Tampoco la primera vez que te escuché nombrar. [...]  El mundo era distinto en ese entonces, por lo menos mi mundo lo era, pero tantas cosas pasaron. [...] Luego vino el silencio, demasiado supongo.
Apareciste en medio de una tormenta, en medio del caos [...]  Es raro, siempre supiste cuando más te necesitaba, sin que yo mismo lo supiera. No se como hacés, pero seguí haciéndolo.
Dejame decirte que me pareciste muy linda. Te sentaste a mi izquierda y no hablamos mucho, eras bastante tímida [...]

[...] Nunca entendí porque te trataba mal a veces; nunca me pareciste así. Ni al verte por primera vez ni al empezar a conocerte. [...] Sinceramente me parecés hermosa, muy hermosa. Y acariciarte estuvo entre mis planes más de una vez. A lo que voy es que no se, no me explico porque tengo que ser tan hipócrita contigo, porque debería ocultar tanto lo que siento. [...] Sos grandiosa, sos maravillosa y debería recordartelo todos los días y no seguir con esta tontería [...]  
A veces parece que de verdad te querés encasillar en ese personaje que mostrás, tratás de protegerte, de sobrevivir. [...] No tengo la más mínima idea, porque trato de no analizarte, solamente quiero vivirte, quiero aprovechar cada minuto que paso a tu lado. Sonreír cuando te veo y cuando no, también. Pero estoy malgastando todo esto tratando de no ser excedente en cuanto a lo que siento. [...] Antes solía estudiar cada movimiento tuyo, cada mirada, cada señal, tratar de adivinar que significaba pero ahora no quiero, me niego a eso también. [...] Solo quiero verte sonreir ¿Es mucho pedir eso? Bueno, más de una vez me pregunté a que saben tus labios, [...], ahora lo se. Últimamente hablamos al mismo tiempo o nos completamos las frases y hay cierta magia ahí, [...] Igual me gusta, me gusta todo de vos.

[...] Aún no descubro exactamente que es lo que me atrae tanto, pero solo se que cuando estás cerca todo tiene sentido. Es como que me transmitís cierta paz, cierta tranquilidad. 
[...] Es todo difícil de explicar y se me enredan los pensamientos, es como que pienso en todo y a la vez no pienso en nada. Me desarmás tan fácilmente que hasta asusta. [...] Se siente bien quererte, se siente bien abrazarte, todo se siente bien [...]

[...] gracias por todo, gracias de verdad. Gracias por haber mirado aquel día en medio de tantas luces, gracias por haber seguido y gracias por caminar a mi lado ahora [...]

lunes, septiembre 9

Historias: El Camino

     Corrías en medio de los árboles, no sabías a dónde te dirigías, pero sabías que algo estaba por ocurrir. Era invierno y sentías mucho frío a pesar de que el día estaba soleado. Llevabas puesto botas de montaña, jeans oscuros, una camisa y una campera negra.
 
     El bosque se hacía menos espeso y podías sentir los débiles rayos del Sol que se hacían más abundantes a medida que avanzabas. Sentías un ruido raro, que te atraía, te hacía recordar a tus campamentos de verano. Recordabas esas maravillosas tardes junto a tu padre, tardes por las cuales darías todo para volver a repetirlas. Sabías lo que había adelante, aumentaste la velocidad y por un momento volviste a tu infancia. Cerraste los ojos y pudiste ver a tu padre ayudándote con el reel, a tu hermano mirándolos con admiración y tu tío haciendo chistes. Una escena que para cualquier otra persona carecería de sentido, pero para ti era volver a tu esencia, volver a sentirte vivo por una fracción de segundo. Terminaste dando de lleno contra la orilla de un río, con la diferencia de que esta vez no había nadie que te hiciera sentir seguro, te tocaba enfrentarlo solo.

     Te tiraste al agua, la única manera de avanzar era lanzarte al río, enfrentarlo y cruzarlo. Nunca en tu vida habías sentido tanto frío. Mientras dabas brazadas intentando vencer a la corriente tu mente salió de tu cuerpo. Abandonaste por unos segundos a tu materia, te alejaste del frío, de los dedos entumecidos, del dolor en el pecho y de tus extremidades cansadas. Visualizaste en cambio una escena anterior casi tan gélida como la que estabas viviendo.
—A  lo que voy es que no se, no siento que te siga queriendo —dijo ella mientras miraba el té que recién le habías preparado.
—Pero no entiendo, hace dos días planeábamos vivir juntos —respondiste con la voz quebrantada.
—No se, no quiero esto en mi vida. Es algo que decidí hace poco. Vos no me hacés feliz.
—Pero..

     Volviste de golpe y las aguas gélidas golpearon tus huesos haciéndote gritar. Agonizabas pero no te querías rendir, no querías terminar allí, a la deriva de un río, rumbo a lo desconocido. 

     Pudiste cruzar luego de varios minutos y al pararte en tierra firme notaste que ya no sentías frío y que te encontrabas seco. Le restaste importancia a eso, sabías que tenías que continuar. 

     Caminabas por un sendero en medio de los pinos, sentías su aroma fresco en tus narices, el aire puro de ese lugar te llenaba de vida. Luego de un rato de andar divisaste una roca muy grande en medio de un claro. Te acercaste a la roca y viste que encima había dos personas sentadas, dos personas pequeñas. A medida que avanzabas notaste que eran dos niños los que estaban sobre la misma, y a uno lo conocías, eras vos mismo. Te estabas mirando a vos mismo pero con muchos años menos encima, posiblemente a tus seis años. Al lado de tu yo pequeño había una niña de la misma edad, no sabías exactamente quien era, pero sabías bien que habías visto esos ojos soñadores en algún otro lado, posiblemente en medio de muchas luces. Te pusiste más cerca y escuchaste un diálogo.
—¿Sabés dónde está el corazón? —preguntó el niño
—Si, está acá conmigo, siempre nos acompaña —respondió la niña.
—Ah, yo pensaba que el corazón se perdía y que luego aparecía alguien que nos lo devolvía. No se, a veces siento que perdí el mío —dijo el niño.
—Nunca había pensado en eso, pero es interesante. ¿Vamos a buscar nuestros corazones? 
—Si, pero estoy seguro que el mío lo tenés escondido vos —dijo el niño mientras sonreía.
—Y vos el mío, pero aún no es tiempo de que nos lo devolvamos —luego de eso se marcharon ambos y se perdieron en medio de los árboles, mientras tu mirabas sin decir una palabra. 

     Te tocaste el pecho y te preguntaste si tu corazón estaría allí, o si se habría perdido sin que lo notaras.

     Nubes se amontonaban en el cielo y comenzaban a ocultar al Sol, al mismo tiempo que un ventarrón se formaba. Tu cabello, que estaba bastante largo, se movía sin parar y por momentos te tapaba la visión. 

     Seguiste con tu travesía, adentrándote otra vez al bosque, que estaba más oscuro debido a las nubes. A medida que avanzabas otro sonido te llamaba la atención. Sonaba lejano, provenía de entre los árboles. Decidiste seguirlo y averiguar de que se trataba, parecía como una especie de campana que sonaba de manera rítmica sin detenerse.

     Luego de caminar un rato te encontraste con una escena bastante peculiar, ahí, en medio de los árboles, había una cabina telefónica que estaba sonando, ese era el sonido que venías escuchando. Te acercaste y viste que tu nombre estaba escrito en el identificador de llamadas del aparato. Decidiste atender.
—¿Hola? —dijiste
¿No estás seguro de si saludás o no? ¿Por qué preguntás un saludo? —respondió la voz del otro lado de la línea. Era una voz masculina, bastante áspera, como de una persona bastante mayor, un anciano posiblemente.
—Es que no sabía si iba a responder alguien. No se, creo que esas preguntas no vienen al caso —dijiste.
Tenés razón, no es el motivo por el cual te estaba llamando.
—¿Cuál es el motivo?
Se acerca y lo sabés bien, el temblor está a la vuelta de la esquina y tenés que estar preparado  y luego de decir esas palabras se lo escuchó colgar el teléfono, dejándote sin la posibilidad de preguntar o decir otra cosa.

     Saliste del bosque, tenías ante ti una enorme pradera, tan verde y majestuosa que casi te pusiste a llorar. Esa pradera te transmitía cierta alegría, cierta tranquilidad, cosas que no podías describir, solo las podías sentir. Decidiste echarte al suelo y mirar hacia el cielo que volvía a despejarse lentamente. Recordaste tu infancia, cuando solías mirar las nubes y buscar figuras en ellas. Estuviste allí tirado unos cuantos minutos viendo distinta formas, intentando descifrar lo que las nubes te estaban diciendo.
     
     Te levantaste y seguiste caminando en medio de aquella llanura cuando a lo lejos divisaste a una persona, vestida totalmente de blanco. 

     Te fuiste acercando, al estar a pocos metros notaste que era una mujer y que estaba sentada en el suelo con los ojos cerrados, como si estuviera meditando. Cuando te paraste a un par de metros la misteriosa dama abrió los ojos y te habló.
—Te estaba esperando, tengo un mensaje para tí —dijo mientras te miraba a los ojos. Te era familiar, ya la habías visto antes. 
—¿Un mensaje? ¿Qué clase de mensaje?
—Recorriste un largo camino para llegar hasta acá, aún te queda otro poco que recorrer. Tenés que saber que todo lo que sucedió tuvo un motivo, una causa y en breve lo vas a entender. Puede que sientas que perdiste muchas cosas, a muchas personas y que nada vale la pena, pero todo eso se pondrá mejor. Se que la extrañás y mucho aunque ya hayan pasado varios años. Pero la vas a volver a ver porque sus caminos fueron hechos para estar juntos. Recordá las luces, las manos tibias y como todo tenía sentido cuando ella estaba cerca, todo parecía mágico. En realidad lo era, pero como todo tuvo que terminar porque así es la vida. Tenemos varios ciclos que vivir y tu necesitabas enfrentar la soledad para poder avanzar y ver lo que hay más adelante. Estás preparado, seguí adelante —y al terminar de decir eso desapareció.

     Te quedaste parado en el mismo lugar pensando, recordando a aquella mujer a la que habías amado y como se había ido tan inesperadamente. Recordaste su sonrisa, sus besos. Recordaste besarla bajo la lluvia y las estrellas. Cerraste los ojos y casi pudiste oír su voz entonando aquella canción que se habían dedicado varias veces. Pero eso estaba muy lejano y tenías que continuar. Sabías que faltaba poco.

     La pradera se extendía hasta los pies de una montaña que tenía un sendero que seguía hasta su cima. Al principio del camino había un letrero que decía "La cima del mundo". 

     Luego de un rato andando por el sendero diste contra un lago pequeño que estaba en una especie de falda de la montaña. Te acercaste y viste tu reflejo, tu cabello estaba gris y tus ojos cansados, demasiado dirías. Tu cara tenía unas cuantas arrugas y tu barba que apenas estaba naciendo tenía el mismo tono platinado que tu cabellera. Te preguntaste cuando habrías envejecido tanto sin que te dieras cuenta, sentías que tu vida había pasado demasiado rápido como si fuese arena que se te escapaba de los dedos. 

     Llegaste a la cima luego de un par de horas, no era una montaña muy alta. Estabas tan solo y había tanto silencio, te sentiste en paz. Observaste el vasto paisaje que se te era ofrecido desde aquella altura. Todo era tan hermoso, y tenía tanto orden. Comprendiste la belleza que hay en esas pequeñeces, como un paisaje majestuoso, una sonrisa o un abrazo. Te sentías un poco raro, parecía como si todos tus pensamientos acumulados a lo largo de tu vida estuvieran siendo procesados otra vez por tu mente. Sentías que algo estaba por ocurrir.

     Te tiraste al suelo y miraste al cielo una vez más, viste algo que se aproximaba, parecía tener alas. Sonreíste, eras libre.

lunes, septiembre 2

Insanidad: El café, la lluvia y las integrales

 —Deberías decirle —te dijo el viejo mientras le daba una calada a su cigarrillo.
—¿De qué hablás? —le respondiste mientras bebías tu café.

      Llovía sin cesar y estaban los dos ahí, sentados en un bar. Aún era temprano y por eso habían decidido beber café en vez de pedir las cervezas de siempre. A pesar de que había un chaparrón, optaron por sentarse afuera, al resguardo de la marquesina, así el viejo podría sucumbir ante su vicio tranquilamente.

—Sabés de que hablo muchacho, esa chica que ronda en tus pensamientos últimamente. Deberías decirle lo que sentís.
—Traté de hacerlo una vez, pero las cosas se pusieron complicadas. Se pusieron raras.
—Si, lo sé. Pero al final de cuentas nunca se lo dijiste mientras la mirabas a los ojos. Es decir, un mensaje bajo efectos del alcohol confundiría a cualquiera. 
—¿Vinimos acá para qué me aconsejes sobre compañeras de facultad? —preguntaste un poco enojado.
—No. Vinimos a disfrutar de la lluvia, a tomar café y a fumar un poco. Pero bueno, estos temas siempre salen en medio de una conversación entre dos amigos. Solo quiero ayudarte pibe.
—Lo se, es que no he dormido bien esta semana. Por eso ando tan susceptible.
—A veces pensás demasiado y por eso siempre andás cansado.
—Puede ser. Siento que no descanso a pesar de que duerma doce o seis horas. Es como que siempre es lo mismo.
—Pensás demasiado y gastás demasiada energía tratando de analizar todo, supongo que es eso —comentó el viejo
—Y este maldito bloqueo que tengo. No puedo escribir viejo, no puedo... —miraste a tu taza de café y te preguntaste cuanto hacía que no escribías una sola línea que ante tus ojos tuviera coherencia. No te salía nada, todo lo que intentabas expresar a través de la escritura te parecía absurdo o de poco valor y lo terminabas descartando. No entendías la razón de todo eso.
—Puede que sea por ella —dijo el viejo, interrumpiendo tus pensamientos.
—¿Por ella? ¿Volvemos al mismo tema?
—No te das cuenta Bruce. Esto te está empezando a dejar mal. Deberías decirle todo lo que te pasa, lo que sentís. Basta de ser tan cobarde, por una vez en tu vida tomá el riesgo. Se que hay chances de que pierdas, pero pensá en que también puede que ganes. Arriesgate, es ahora o nunca.
—Es que tengo que ordenar tantas cosas en mi cabeza antes de poder pensar en eso. Además no quiero perderla, me gusta tenerla siempre cerca —dijiste en medio de un suspiro.
—Pero no es la forma en la cual la querés tener. Y eso de ordenar tu cabeza no va a pasar. Tu cabeza es un caos y es bueno que sea así, no podés pretender pasar toda una vida esperando el equilibrio para tomar decisiones. Vas a morir en la espera, vas a perder oportunidades muy valiosas. El momento es ahora —dijo el viejo sacándose las gafas y mirándote a los ojos.
—Creo que tenés razón. Es que el miedo me supera a veces. 
—Si, te entiendo. También pasé por situaciones como la tuya. Pero te digo, lo mejor es aceptar que nunca es el momento exacto salvo cuando vos querés que sea, sos vos quien tiene que tomar las riendas y hacerlo. 
     Te quedaste mirando a la calle, veías a los autos pasar. A la gente que corría bajo la lluvia y a algunos que iban con calma y por un momento todo se hizo un poco más difuso.

[...]

—Bruce... ¿Te pasa algo? Quedaste colgado en la nada por un momento —te dijo Romina mientras te miraba con cara de preocupación.
—No, solo me estaba acordando de algo. Una pavada —le dijiste.
—Bueno, pero respondeme. ¿Qué te dio en el ejercicio 2? El de la integral.
—A ver, dejame ver —dijiste mientras movías las notas que tenías en la mesa.
—A veces me pregunto que pasará por tu cabeza cuando te ponés a viajar como recién.
—Pavadas, pavadas.

Disponible en Amazon