Cualquier semejanza con la realidad puede que no sea mera coincidencia

Ahora en Medium

  • norte - Mi corazón idiota, como dice la canción, pero ya no brilla. Recorro tus calles, en silencio, algo falta. Alguien falta. Fantasmas que me visitan en sueños...

viernes, julio 26

Insanidad: Algo cambió

   Mirabas el vaso de whisky que recién te había sido servido. Pensabas en ella, esa única persona con la cual te gustaría estar esa noche, y sin embargo ahí te encontrabas, solo, tirado contra la barra de un lúgubre bar. Habían pocas luces y tu mirada se encontraba fija en el hielo que se iba derritiendo poco a poco, mezclándose con la bebida que estabas a punto de llevar a tu boca. Ya no sabías cuantas dosis habías tomado, pero eran las suficientes como para hacerte sentir mareado y con un leve dolor de cabeza, que más que nada era provocado por la falta de sueño que padecías.
     El lugar estaba casi vacío, además de vos estaban un hombre en la caja registradora que a cada tanto le hacía chistes del estilo "¿Sabés cómo te dicen a vos?" a la muchacha que te servía los tragos, haciendo que tu estancia allí fuese un poco menos deprimente; y una pareja que estaba sentada en una mesa al fondo de todo. 
     Tomaste un sorbo y volviste a pensar en su rostro, en sus ojos tristes y su mirada perdida, en sus labios fríos y su cabello castaño totalmente despeinado. Recordaste el día en el cual todo se volvió confuso para ti, en medio de tantas luces, cerveza y una sonrisa; todo bajo el mismo techo. Estabas buscando un par de ojos brillantes en medio de tanta oscuridad, sentías la necesidad de que alguien viniera a salvarte ese día. ¿Quién diría que serían tus ojos los que iban a terminar brillando? Sin embargo no querías que brillaran, querías salir de aquél lugar, ver el Sol, correr y sentir el olor a sal que provenía del mar; y no aquello. Pero brillaban, tus ojos despedían luz y podías sentir como quemaban cada vez que la mirabas. Y no es que no la hubieses notado antes, es que no lo habías hecho de esa manera. 
     Cerraste los ojos un rato, te acordaste de la primera vez que hablaste con ella y te preguntaste como todo había sucedido de manera tan rápida, sin que lo notaras. Hasta que tus pensamientos fueron interrumpidos.
—Un fernet con coca, por favor —dijo una voz femenina que provenía de tu derecha. Se había sentado a tu lado sin que lo notaras, mientras viajabas en tu mente. La miraste y quedaste atónito con lo que viste, pudiste sentir como tu corazón latía sin parar, parecía que saldría despedido de tu caja torácica en cualquier momento. Era ella, la mujer con la que te estabas lamentando hace unos minutos. Rememoraste entonces la razón por la cual te encontrabas allí, recordaste tus ganas de irte a algún lugar soleado, de tirarte al mar y no pensar en nada. Sentías ahora que tu corazón quedaba congelado de golpe y que un par de cadenas lo apretaban cada vez más fuerte. 
—¿Qué hacés acá? —fue lo único que atinaste a decir. 
—Te andaba buscando, necesitaba decirte algo.
—A vos no te gusta el fernet, es decir, nunca lo probaste.
—Quiero saber si es tan bueno como decís —dijo mientras esbozaba una sonrisa.
—¿Qué necesitás decirme? —le reprochaste. Estabas un poco confundido ante aquella situación, hacía días que no sabías de ella. La miraste detenidamente a los ojos, esos ojos marrones que tanto te gustaban. No era la mujer más linda de la ciudad, ni tampoco algo de otro mundo, pero para ti era un ángel. Era alguien por quien darías todo lo que tenías, alguien que te hacía pensar en colores en medio de tanta oscuridad. De esas mujeres a las cuales no sabías si tirarte a sus pies o salir corriendo y rezar para que nunca te pasara algo igual con otra. Es que sabías bien que amar a una mujer era un arma de doble filo. 
—Te extraño, no se desde cuando, pero te extraño mucho —dijo mientras miraba el piso. 
—¿Cómo qué me extrañás?
—No se, te extraño y no entiendo nada. Me siento una pelotuda contándote esto —la sonrisa que te había mostrado hace unos instantes se había ido, su rostro solo era preocupación— Hace días que no se nada de vos y al estar así, sola, me puse a pensar en muchas cosas. ¿Por qué carajo me escribiste ese mensaje? ¿Por qué tuvo que cambiar todo? —pudiste notar como sus ojos empezaban a brillar y una pequeña lágrima se asomaba tímidamente por su ojo izquierdo.
     Se vinieron a tu mente imágenes de aquella noche en la cual la habías visto por última vez y no sabías que iba a ser ella la responsable de tanto caos en tu cabeza. Esa misma noche cuando en medio de una cerveza la tenías sentada en frente, mientras sus demás colegas reían y contaban historias, le escribiste"Me encantás" en una servilleta y se la entregaste. Ella te miró y te hizo un gesto de preocupación mientras movía la cabeza de un lado a otro y se retiró del lugar rápidamente sin decir nada, mientras todos se preguntaban que había pasado.
—Estaba aterrorizada, no me podías hacer eso. Me tomé el primer taxi que encontré y me fui a casa. Esa noche no dormí, ni tampoco la siguiente. No es que no me gustara lo que me escribiste, es que fue una sorpresa enorme, entré en pánico. Cuando llegué a casa me puse a llorar, no entendía nada. Luego miré una foto nuestra, la que tengo en la pared del cuarto, y noté algo, vos siempre estuviste ahí —dijo mientras se llevaba la mano derecha a la boca y apoyaba sus dedos índice y medio sobre los labios, y el pulgar en la mejilla, algo que siempre hacía cuando se ponía nerviosa.
—¿A qué te referís con que estaba siempre ahí?
—A muchas cosas. Me refiero a que nunca me dejaste sola, a que siempre que necesité a alguien estabas vos. Como cuando perdía un examen y no quería saber de nada y vos aparecías en casa con una botella de cerveza y los chocolates que me gustan —dijo mientras miraba al piso.
—Eso lo haría cualquiera. Sabía que estabas mal y necesitabas hablar con alguien.
—Pero solo lo hiciste vos. Al igual que el día que me peleé con mis viejos y no tenía con quien descargarme, vos me fuiste a buscar a casa y salimos a caminar. Me escuchaste y me abrazaste fuerte cuando me puse a llorar, y sabés bien que no lloro seguido. Es como si siempre supieras lo que necesitaba. Me tratás distinto que todo el mundo, desde el día que hablamos por primera vez lo hacés. Sin embargo algo te pasaba últimamente, ya no eras el mismo. Y luego me saltaste con esa nota —ahora te miraba a los ojos.
—¿Distinto? Yo estoy igual que siempre.
—No, no lo estás. Mirate, en un bar, solo, un jueves por la noche. Y esa actitud arrogante que tenés conmigo desde hace semanas. Esa manera de querer demostrarme algo que no se que es, de hablar sin parar cuando estoy cerca. Me demostrabas mucho más cuando callabas y me mirabas a los ojos. Y sobre el alcohol, estás matándote, es como si quisieras autodestruirte. Siempre terminás mal, dado vuelta.
—Al igual que vos yo también estaba asustado —le dijiste mirándola a los ojos.
—¿Asustado por qué?
—Porque me encantás, por eso. ¿Te pensás que fue fácil para mí dejar de verte como una amiga? ¿Pensás que busqué hacerlo? Yo también me asusté y traté de negarlo mucho tiempo, no quería que sucediera eso. Tenía pánico de arruinarlo todo, como lo hago siempre. Pero cada vez que te veía era lo mismo, mi corazón iba más rápido y me sentía torpe. Verte sonreír era como un regalo para mí, me hacía feliz verte así y bastaba con que me miraras unos segundos para desarmarme por completo. Desde que te conocí me pareciste hermosa, pero a medida que me fui acercando más ese sentimiento fue cambiando, fue creciendo demasiado hasta que no lo pude controlar. Por eso en un momento intenté ser más distante y luego me volví así como decís, arrogante, porque estaba nervioso, aterrorizado, y quería evitar a toda costa que algo malo sucediera entre nosotros. No te quería perder, se que es confuso, al final te terminé alejando un poco más. Te quiero y no se desde cuando, no se como ni porqué lo hago, solo se que cuando estás cerca todos mis problemas se reducen a nada. Cuando te tengo al lado solo somos vos y yo y el universo simplemente deja de existir. Nunca te lo dije porque no quería que todo se pusiera raro entre nosotros, no sabía si a vos te pasaba lo mismo. Pero luego te vi en el bar aquella noche, estabas preciosa. Tenías el pelo suelto y tu perfume —suspiraste— era como volar. No aguantaba más, tenía que sacarme esa carga de encima y por eso te escribí la nota.
—Sos un estúpido —dijo y notaste como empezaba a llorar— ¿Pero sabés qué? Sos un estúpido del cual me enamoré sin darme cuenta. ¡Vos también me encantás! —se puso la mano en el bolsito y sacó la servilleta en la cual le habías escrito la otra noche— La guardé, y la voy a seguir guardando porque...
     Y la interrumpiste con un beso. Tus labios se juntaron con los suyos y sentiste como te correspondía; sentiste la suavidad de sus labios, su respiración poniéndose más rápida al igual que su corazón. La rodeaste con tus brazos y ella hizo lo mismo, y se quedaron ahí un rato demostrándole al mundo, o por lo menos a ese bar, que los finales felices también existen. 
     Se retiraron de aquel lugar luego de unos minutos. Salieron a la calle y paraste un taxi, se subieron al asiento trasero. Ya estaba amaneciendo, el Sol comenzaba a iluminar las frías calles de aquella ciudad. Te sentaste a su lado y apoyaste tu cabeza sobre su pecho mientras ella te abrazaba y acariciaba tu pelo. Miraste por la ventanilla del auto y viste una paloma que volaba cerca del coche, por primera vez en mucho tiempo no le prestaste atención a ese evento. Simplemente apretaste tu cabeza contra tu acompañante y cerraste los ojos, sonreíste.

lunes, julio 15

Insanidad: La sangre que corre y la voz que se ríe

      Era una fría tarde de verano, pero no porque fuese un día inusual, el frío provenía de tu interior. Estabas sentado mirando al mar desde unas escaleras que desembocaban en la playa. No querías pisar la arena, no en ese momento, solo querías sentarte y mirar como las olas rompían en la costa, te gustaba el sonido que provocaban, más bien te calmaba. El cielo ya estaba tomando una tonalidad rosa indicando que el Sol pronto se ocultaría.
     Al igual que el Sol en el horizonte, tu cabeza se encontraba muy distante. Estabas allí sentado pero tu mente no, tus pensamientos se hallaban en otro lugar esa tarde. Al igual que en las últimas semanas solo podías pensar en lo mal que estaba tu relación sentimental. Eras novio de una hermosa chica llamada Elena. Hacía casi tres años que estaban juntos y todo había sido perfecto en un principio, pero al igual que tu mente, esos días se encontraban muy lejanos. No sabías ni en que momento, ni como, ni el porqué de todo eso. No entendías como algo tan perfecto ahora te parecía agobiante. 

     Te quedaste sentado mirando a la nada durante un par de horas, hasta que el cielo se oscureció y la Luna comenzó a brillar sobre tu cabeza, bañándote en una tenue luz plateada. Miraste tu reloj y eran casi las diez de la noche. En cualquier momento tu soledad se vería interrumpida, lo sabías bien. 
—Espero no haberte hecho esperar demasiado —dijo una voz grave que provenía desde un par de escalones más arriba de donde te encontrabas sentado. 
—No. Vine antes porque quería meditar ciertas cosas —respondiste sin apartar tu mirada del agua. 
—Me parece bien —te dijo la voz mientras sentías como bajaba las escaleras. Se sentó a tu lado pero no te miró, al igual que tú se puso a mirar las olas. Estaba completamente vestido de negro la voz, aunque era un hombre nunca te dijo como se llamaba.
     Habías llegado hasta él a través de una tarjeta que dejaron bajo tu puerta hacía un par de semanas. La misma decía "Solucionamos todos tus problemas" y no tenía ningún nombre escrito, solo un teléfono. Sabías de que se trataba, dado que tenías un problema dando vueltas en tu cabeza y no tenías idea de como solucionarlo. En realidad no era un problema, pero así lo pensabas en aquel entonces, momento en el cual tomaste la decisión más cobarde de tu vida. 
—Explicame como funciona esto —le dijiste a la voz.
—Bueno, como hablamos antes vos tenés un problema y yo ofrezco soluciones. Es así de simple.
—Pero aún no te dije que necesito. ¿Cómo podés estar tan seguro de que me podés ayudar? —preguntaste. Tu comunicación con la voz había sido solo por teléfono anteriormente. Solamente habían acordado donde y cuando reunirse, nunca te pidió detalles de tu situación.
—Porque mi trabajo es saber. Decime tu problema, es necesario que lo digas tú.
—Es complicado —suspiraste— pero quiero deshacerme de alguien. 
—Pero no hablamos de un asesinato.
—No, quiero que alguien se vaya de mi vida. Quiero que nos separemos —dijiste mientras girabas la cabeza hacia tu izquierda. Miraste a la voz y notaste que llevaba también un sombrero negro y gafas oscuras, a pesar de que ya era de noche.
—Eso se puede hacer —dijo y agregó: aunque no entiendo tus razones. ¿Te das cuenta qué lo que me pedís tiene ciertas consecuencias?
     Intentaste recordar tu primer beso con Elena, aquel hermoso momento en el cual tus labios se encontraron con los suyos por primera vez. Cuando sentiste su calidez, cuando la abrazaste por la cintura y también sentiste como temblaba a causa del nerviosismo. Sin embargo ahora no eran así, eran casi como una obligación, o un compromiso, secos y rápidos. Y tu tampoco sentías nada al buscar sus labios, era como si la monotonía y la rutina les estuviesen ganando la batalla. 
     Recordaste como solían pasar horas hablando y riendo, como si fuesen mejores amigos, que de hecho, lo eran. Esas noches interminables juntos, y como compartían absolutamente todo. Pero ahora todo había cambiado. Se hablaban mal casi siempre, las peleas eran constantes. Últimamente parecía que todo era una obligación, verse, decirse cosas lindas y cariñosas, y hasta mirarse a los ojos de vez en cuando.
     Sabías que no era su culpa, ni la tuya, era todo algo mutuo. Pero no lograbas entender la razón de que eso sucediera. No sabías si no sabían manejar la rutina, o si el amor simplemente se estaba desvaneciendo. Lo cierto era que ya no te alegraba verla, ya no te hacía suspirar como antes. Y sospechabas que ella tampoco sentía lo mismo, lo notabas en su mirada fría y distante. 
     Ambos estaban asfixiados, cada uno por su lado. Y sentían que cargaban demasiadas cosas, pero ninguno tenía el valor de enfrentar al otro. No tenías el coraje de enfrentarla y decirle que no querías seguir con eso. Tenías miedo de equivocarte, de arrepentirte luego. Y también te daba pánico tener que enfrentar al mundo por ti solo, quien sabe por cuanto tiempo. Eras un egoísta y cobarde, y eso se carcomía por dentro. Querías ponerle un fin, pero no querías se tu el que lo hiciera. Solo querías salir sin cargar con la culpa de nada, no tenías agallas.
     Comprendiste entonces lo que estabas a punto de hacer. Ibas a borrar a alguien de tu vida, y posiblemente no hubiese vuelta atrás. Pero sentías que no tenías escapatoria. No querías seguir con aquel calvario y la idea de tener que enfrentar ese desenlace por tu cuenta te molestaba. Preferías una solución fácil y cómoda.
—Entiendo perfectamente —le dijiste a la voz.
—Bien. Dejame explicarte algo —dijo y prosiguió: se que la muerte está descartada en este caso. Pero es lo que muchos eligen, no se, parece que existe cierto morbo con eso en la sociedad. Obviamente todo sería un accidente y no habría rastros de nada. En tu caso se complica un poco más. Tendré que utilizar más recursos y provocaré muchos cambios en todo tu entorno, y sobretodo en el de ella. Todo eso tiene un costo mayor.
—¿De cuánto hablamos?
—No es un costo monetario, no trabajamos así. Aunque el precio solo te lo puedo decir una vez que cerremos el negocio —expresó.
—No importa, asumiré el riesgo y pagaré lo necesario —respondiste. Estabas decidido a seguir con el plan. No sabías a que se refería con que no era un costo monetario, pero a esa altura nada te iba a detener. Te había costado mucho juntar el valor para llamarlo y solicitar su ayuda.
—Necesito que firmes esto —dijo, mientras sacaba de su bolsillo un rollo de pergamino muy largo. Tenía unas inscripciones raras, con una caligrafía que parecía antigua. No quisiste leerlo, temías que si lo hacías ibas a cambiar de opinión. Decidiste confiar en la voz y seguir adelante.
—¿Tenés una birome?
—No, no la vas a necesitar. Firmarás con sangre.
—¿Qué? —exclamaste. Definitivamente no estabas preparado para eso, estabas un poco asustado. No esperabas que tuvieras que hacer tal cosa, después de todo era una simple transacción lo que iban a realizar. Habías escuchado de ciertos contratos que se firman con sangre, pero no pensabas que fuera algo verdadero.
—El contrato solo es válido si firmás con sangre. Yo también lo tengo que hacer, así nos aseguramos que ambos cumpliremos nuestra parte. Tengo conmigo dos navajas en envase cerrado, ambas están esterilizadas para evitar contratiempos o posibles problemas.
—Está bien, si es necesario lo haré —dijiste. Estabas decidido a hacerlo. Toda la situación te parecía descabellada pero ya habías llegado hasta ahí, no querías retractarte.
     La voz sacó las navajas y te entregó una, estaba adentro de una bolsa plástica. La abriste y observaste como se cortaba la muñeca y dejaba caer unas gotas de sangre sobre el pergamino. Procediste a hacer lo mismo. Sentiste como el frío metal tocaba tu piel, presionaste el filo y lo moviste. Podías sentir una especie de ardor recorriendo la zona de contacto y lentamente la sangre empezó a brotar bajo la navaja. Dejaste caer unas gotas sobre el pergamino cuando escuchaste una leve carcajada.
—Está hecho. Y ahora no hay vuelta atrás —te dijo y pudiste notar una leve sonrisa en su rostro. 
—Ahora decime el costo de todo esto —le reprochaste.
—¿El costo? ¿No te das cuenta? —te preguntó— Acabaste de entregarme el sentimiento más puro que existe sobre la Tierra, el amor. Se que tu situación era agobiante, pero aún había amor ahí y tu me diste lo que quedaba y creeme que hay demasiada energía en eso. La muerte hubiese sido una solución más fácil para ti, lo hubieses superado enseguida, sin embargo lo que acabaste de hacer te va a llevar a sufrir como nunca lo hiciste. Ahora es tiempo de que me ponga a trabajar.
     Luego de decirte eso y dejarte aterrado, se acercó y puso un dedo sobre tu frente mientras comenzaba a reírse a carcajadas. Lo último que viste fue un resplandor enceguecedor.
     
      Despertaste en la playa, sobre la arena, miraste tu reloj y era pasada la medianoche. Te preguntabas que había pasado, lo último que recordabas era estar sentado mirando el atardecer. Sentiste como tu celular vibraba y notaste que tenías un mensaje y tres llamabas perdidas, todo de Elena. Te pusiste a leer el mensaje y quedaste petrificado.
     "Necesitamos hablar, esto no está funcionando. Creo que hice algo malo, no se, quiero verte y decírtelo en persona, perdoname. Las cosas iban mal y sabés que no podía aguantar más."  

     Días después estabas en lo de un amigo contándole el trágico final de tu relación. Elena, la mujer que amabas, a pesar de todos los problemas que tenían, te había dejado sin razón aparente. Le decías que no entendías como todo había cambiado de un momento al otro. 
     Es que si tal vez le hubieses pedido a la voz que te leyera el contrato, si tal vez hubieses dudado un segundo y dicho que no, o no hubieses llamado y pedido una solución tan cobarde, no estarías allí. Lo que sucedía era que en aquel pergamino decía que tu no te ibas a acordar de tal negocio, que nunca ibas a recordar tu encuentro con la voz, pero su trabajo iba a ser hecho sin que lo notaras. Estabas viviendo exactamente lo que habías pedido, solo que nunca lo ibas a saber.  

jueves, julio 11

Insanidad: La mesa y el corazón que late.

      Eran casi las dos de la mañana y hacía mucho frío, demasiado para tu gusto. Afuera se escuchaba al viento resoplar y alguna sirena lejana que te hacía pensar que tal vez existía la posibilidad de que alguien la estuviera pasando peor que vos. Es que hacía unas semanas que estabas mentalmente bloqueado, así le decías a tu estado actual, en donde no eras capaz de hacer nada, te sentías agotado. Parecía como si te hubiesen sacado las baterías, o como si en el lugar donde debería estar tu cerebro tuvieras solamente una especie de masa muy pesada e inútil, incapaz de procesar información nueva o retener algo por mucho tiempo, te sentías como automatizado. No sabías si era porque dormías poco, o el estar así alteraba tu sueño, ya no recordabas como había empezado todo. Las horas se te escapaban de las manos y los días parecían irse demasiado rápido, te sentías como un niño que deja caer la arena entre sus dedos en la playa, impotente e incapaz de hacer algo para evitarlo. 
      Miraste por la ventana y a lo lejos podías notar diferentes puntos luminosos, eran las ventanas de edificios cercanos. Te preguntaste entonces cuántas personas estarían plácidamente dormidas en ese momento, descansando, a diferencia de vos. Decidiste ir al baño a lavarte la cara, eso tal vez te ayudaría a despabilarte. Al entrar y ponerte en frente al espejo viste tu rostro, no parecía el de un joven de tu edad. Estabas sin afeitar desde hacía días y tus ojeras daban miedo, estabas demacrado. Tu mirada demostraba cansancio y un poco de tristeza, tu cabello estaba largo y despeinado, eras un desastre. Abriste la canilla y mojaste tu rostro sin lograr cambio alguno en tu estado, el agua fría no te despertó ni cambió esa horrible sensación que tenías dentro. Sentías el tiempo como detenido en tu cabeza, pero cada vez que mirabas el reloj este parecía ir más rápido de lo normal. 
      Volviste hasta la mesa en donde estabas sentado, en el comedor de tu apartamento, y pusiste un poco de música clásica en la computadora. Miraste la pila de libros que aún tenías para estudiar, los ejercicios que querías hacer y un par de cuentos que habías empezado a escribir pero sin poder salir del primer párrafo.             
      Enseguida recordaste que al otro día tenías que trabajar y solo te quedaban unas pocas horas de sueño, simplemente estabas viviendo lo que venías viviendo desde hacía varios días. Era como un círculo vicioso o una bola de nieve que se hacía cada vez más grande mientras caía por esa montaña que era tu mente. Recordaste también que hacía muchos días desde tu último contacto físico con una mujer y mucho más desde la última vez en la cual sentiste algo parecido al amor. En ese instante el vacío de tu cabeza comenzó a replicarse en tu pecho y eso te produjo ganas de vomitar, pero no lo hiciste.
     Miraste tus notas, llenas de ecuaciones, fórmulas, gráficas y cosas que parecían volverse borrosas cada vez que las intentabas analizar. Recordaste como era todo hace un par de años, cuando con tan solo mirar algo ya lo aprendías. Cuando tu creatividad estaba al máximo, cuando no cometías errores y eras el mejor en todo. Te preguntaste que había pasado con ese ser, lleno de sueños, metas y esperanzas. Te preguntaste que había cambiado, donde te habrías equivocado y en que momento o lugar del camino habrías tropezado.
     Levantaste la vista y lo que sucedió a continuación te sigue perturbando hasta el día de hoy, algo que en aquel momento te dejó petrificado. Tenías delante de ti, sentado en la otra punta de la mesa, a un ser que te miraba de manera sonriente, casi como un niño. Pero no era un infante, era un hombre de piel blanca como la nieve y ojos negros, muy negros. Su cabello también era oscuro y largo, casi por los hombros y no usaba barba o bigote. Tendría un par de años más que vos, entre veinticinco y veintisiete. Llevaba puesto un sobretodo negro y traía consigo una especie de morral de cuero.
     No reaccionaste, no pudiste decir nada. No sabías si gritar, correr o partirle una silla en la cabeza. Había un tipo sentado del otro lado de la mesa, alguien se había metido a tu casa y no tenías idea como. Pensabas que tal vez era un sueño pero podías sentir el olor a café que venía desde la taza que tenías olvidada a unos centímetros de la pila de libros, y sabías muy bien que en los sueños es imposible percibir olores con tanta claridad y que si fuese algo de tu cabeza en frente tendrías a una pelirroja de ojos verdes y no a un tipo desconocido. Lo miraste, miraste su morral, preguntándote que habría allí adentro y te imaginabas los titulares del día siguiente diciendo que un tipo había sido asesinado en su propio apartamento por un lunático que se había metido de manera inexplicable.
—Hola. Perdón por interrumpir así —dijo con alarmante naturalidad.
—¿Quién sos y qué hacés acá? —respondiste, tratando de mantener la calma. 
—Vamos por partes. No te pongas nervioso, no te voy a lastimar. En realidad vengo a ayudarte. El bloqueo es algo temporal, ya va a pasar —dijo y eso te alarmó. El tipo sabía lo que te estaba pasando y eso te asustaba. Esto se ponía cada vez más raro y tu calma se estaba yendo, así como se te iban las horas.
—¿Me estás espiando? ¡Decime quien carajo sos! —exclamaste mientras dabas un golpe seco en la mesa.
—Está bien, me parece justo que me presente. Me llamo Sabathiel y tengo algo para vos —te contó.
—¿Sabathiel? ¿Sos un ángel?
—¿Acaso ves alas? No importa que soy, simplemente tenés que prestarme atención —dijo, hacía un buen rato desde que se había aparecido y su sonrisa seguía ahí en su rostro. Era una sonrisa soñadora y al mirarlo con atención comenzó a transmitirte cierta paz. 
—Me parece bien. Adelante, te escucho —decidiste seguirle el juego, después de todo ya estaba todo tan distorsionado y distante de la realidad que no podías hacer otra cosa más que escuchar.
Sabathiel abrió su morral y sacó algo que te dió escalofríos con solo mirarlo. Era una especie de masa gris que se asemejaba a la carne en textura. Enseguida, cuando pensabas que aquello no podía ponerse más raro, volvió a meter su mano en el morral y sacó algo que te paralizó. Tenía en su mano izquierda un corazón, que parecía humano, y aún latía. Pero dicho corazón estaba raro, como agrietado o roto, parecía que con cada latido se iba a desarmar. La calma con la que tu intruso hacía todo esto era insólita. 
—¿Sabés qué son estas cosas? —dijo mientras te miraba a los ojos.
—Un corazón y lo otro no se —respondiste titubeando.
—Un corazón y un cerebro. ¿Sabés de dónde salieron?
—No, no tengo idea —dijiste, algo confundido por la pregunta. ¿Habría asesinado a alguien antes de ir a tu casa y te estaba mostrando lo que te iba a pasar a vos? Enseguida pensaste que era imposible, los corazones no latían luego de que eran arrancados de un cuerpo. En realidad nada de aquello era posible.
—¿No hay dos grandes vacíos que sentís en este momento? —y acto seguido empezaste a entender. Querías gritar, correr, romperle una silla en la cabeza y luego vomitar. Querías volver a esos días donde todo era perfecto y caminar descalzo pisando pasto a las seis de la mañana mientras el sol que se asomaba te empezaba a calentar la cara. Pero sabías bien que no podías. Estabas en tu casa, cansado y con un extraño que te estaba mostrando sobre la mesa del comedor un corazón y un cerebro que eran tuyos. 
—¿Cómo es posible? ¿Esto es un sueño? De seguro me quedé dormido o tal vez terminé de volverme loco y estoy tirado en un cuarto del manicomio dándome la cabeza contra las paredes —expresaste, tratando de buscarle una explicación a todo.
—¿No te acordás? Tu me los vendiste Bruce —si antes querías vomitar, ahora sentías que ibas hacerlo en cualquier momento. Podías sentir como el sandwich que te habías comido hace una hora empujaba en tu estómago para poder ser devuelto al mundo.
—¿De qué hablás? —respondiste, estabas atónito. 
—Vamos por partes. Lo primero que me vendiste fue el cerebro, hace un par de años. En realidad se lo ibas a vender a cualquiera que pudiera pagar lo que pedías. Yo aparecí porque sabía que tendría que guardarlo y devolvértelo en el momento oportuno. No podía dejar que cayera en manos equivocadas. Un cerebro es algo muy valioso.
—¿Y qué pedí a cambio?
—Escapar de la realidad. Estabas devastado, sentiste que ya no te servía de nada un cerebro así. Pensabas que le habías fallado a todo el mundo. Traté de explicarte pero no quisiste entender, y antes que dejarlo en otras manos decidí darte el escape que necesitabas. Por eso ahora el tiempo se te va de las manos, viajás más rápido que el mundo que te rodea y eso hace que puedas escaparte de él y encerrarte en vos. Pero a lo largo de estos años sin tu máquina central fuiste incapaz de procesar cosas importantes o eventos grandes y eso provocó que colapsaras seguido —su manera de explicar era tan sencilla que no parecía que estuviera hablando de comprar cerebros y guardarlo por años para luego devolverlo porque lo necesitabas. Ya no sabías ni que querías hacer, por suerte las ganas de vomitar se habían ido— Ahora, creo que luego de tanto tiempo de andar así es hora de que te entregue esto. No lo vuelvas a perder o a querer vender. Supongo que habrás aprendido una gran lección con todo esto —y a continuación se puso de pie y camino hacia vos. Tenía en su mano derecha la masa gris y comenzó a empujarla por un costado de tu cabeza, en donde estaba tu oído. Sentiste un dolor insoportable, pensabas que ibas a morir ahí mismo. De pronto al dolor se le sumó la sensación de algo frío que corría por tu canal auditivo, era asqueroso. Te mareaste por un momento y pensaste que ibas a caer desmayado. Luego todo fue calma, tu cabeza se sentía llena pero liviana a la vez. Por primera vez en mucho tiempo no sentías migraña y tus ideas empezaban a aclararse. Miraste y Sabathiel estaba otra vez en su asiento mirándote con esa misma sonrisa que tenía al principio.
—Eso fue por lejos lo más incómodo que me ha pasado. Pero tengo una pregunta. ¿Por qué ahora? ¿Por qué dejaste que pasaran dos años para devolvérmelo? —preguntaste mientras mirabas a las notas que tenías en frente comprobando que parecían más fáciles que antes.
—Porque todo proceso lleva cierto tiempo, y hay que respetar eso. No sabía exactamente cuanto iba a estar con esto en mi poder. Solo sabía que cuando supiera que tenía que devolvértelos lo iba a hacer. Acordate siempre de esto, el tiempo es valioso, es tu mayor consejero, nunca lo subestimes o trates de apurarlo. 
—Me parece bien. ¿Y mi corazón? Tampoco me acuerdo que pasó con él.
—Ahh, si. Esto paso hace unos siete meses. Pero no me lo vendiste, simplemente lo tiraste. Te venía siguiendo el trazo porque sabía que algo te había pasado. Estaba hecho pedazos, recuerdo el momento en el cual te lo arrancaste. Estaba ahí observándote, intenté detenerte pero otra vez no escuchaste. Simplemente metiste una mano en tu pecho y lo arrancaste sin titubear mientras la lluvia caía sobre vos. Como te dije estaba roto y cuando lo agarré traté de repararlo, pero no pude. Aunque con el tiempo se fue poniendo un poco mejor, ahora no se desarma con cada latido —te comentó.
      Mirabas a tu corazón y por más que tratabas no podías recordar como te lo arrancaste. Recordabas en cambio la escena que te describía Sabathiel. Era una noche de diciembre, muy calurosa a pesar de la lluvia que te bañaba. Estabas en la playa y hacía unos pocos minutos en tu celular habías recibido un mensaje que te había dolido como una patada en la entrepiernas y un golpe en la garganta, al mismo tiempo. Desde ese día tu manera de ver al mundo e interpretar las relaciones había cambiado. No querías saber del amor, lo evitabas a toda costa. A pesar de que te encontrabas rodeado de personas, te sentías cada vez más solo.
—Entiendo. ¿Me lo vas a devolver? No recuerdo cuando fue la última vez que sentí que lo tenía —dijiste mientras recordabas a alguien en especial.
—Si, aunque al estar tanto tiempo sin él es posible que te cueste adaptarte. Vas a tener que terminar de reconstruirlo vos, el tiempo ya hizo todo lo que podía hacer por él. Acordate que estuviste mucho tiempo con corazón y sin cerebro y eso te hacía no tener equilibro emocional. Todo recaía sobre ese pobre músculo y por eso terminó tan dañado. Es importante que la razón y el corazón trabajen juntos, sin cerebro no hay razón. Es por eso que por momentos sentías que cargabas mochilas que no eran tuyas y parecía que ibas a explotar en cualquier segundo. Pero no te preocupes, a partir de ahora todo va a cambiar. Estás preparado, lo se bien —expresó mientras volvía a ponerse de pie. 
      Estabas preparado para otra sesión de tortura, suponías que iba a ser igual de doloroso que lo anterior. Samathiel se acercó con tu corazón en su mano izquierda y lo llevó hasta tu pecho. A diferencia del cerebro, esta vez no había orificio por donde pudiera entrar. A medida que lo acercaba podías notar como este latía más rápido, como si sintiera que luego de un viaje tan largo al fin volvería al lugar que le corresponde. Tenías puesto una remera blanca y cuando tu corazón fue apoyado sobre esta sentiste un calor insoportable. Era como si te pusieran una brasa caliente en medio de la caja torácica. Miraste hacia abajo y notaste como la tela de tu remera comenzaba a quemarse, luego sentiste un dolor muy agudo en tu pecho. Tu piel se estaba quemando y no solo eso, tu esternón comenzaba a crujir. Podías sentir como se separaba para abrirle paso a tu corazón y de nuevo pensabas que te ibas a desmayar. Cerraste los ojos hasta que de pronto sentiste el inconfundible sonido de los latidos pero esta vez venían desde adentro de tu tórax. Abriste los ojos y Sabathiel estaba sentado en su lugar, tu pecho no tenía marcas de nada, por desgracia tu remera no corrió la misma suerte y tenía un enorme agujero en el centro. 
—Creo que mi trabajo aquí está terminado. Un gusto poder hablar contigo y devolverte esto. Nos volveremos a ver algún día. Por favor no vuelvas a cometer el mismo error otra vez —dijo mientras volvía a sonreír. Y así como apareció, sin permitir que emanaras algún sonido, desapareció.
     Abriste los ojos y miraste el reloj, eran las nueve de la mañana. Te habías quedado dormido sobre la mesa y otra vez ibas tarde al trabajo. Aunque había algo distinto en vos y no lo podías explicar. Sonreías sin razón aparente y todo parecía más fácil. Sentías que luego de tanto tiempo al fin estabas encontrando respuestas y podrías tomar decisiones que venían rondando tu cabeza desde hacía mucho tiempo. Miraste a tu alrededor y no había señal alguna de Sabathiel o de alguien más, y la puerta estaba cerrada con llave. Pensaste que había sido un sueño, pero luego miraste a tu remera y tenía un agujero del tamaño de un puño en el centro. Decidiste tirarla a la basura y no pensar más en eso.
     Te habías arreglado para salir a una velocidad digna de un maratonista y te apresurabas a la puerta cuando sentiste que vibraba tu celular. Lo sacaste del bolsillo y tenías un mensaje de Romina que decía "Buenos días. Ayer tuve un sueño raro, contigo. Luego te cuento. Beso" y por primera vez en mucho tiempo tu corazón se aceleró.

martes, julio 9

Insanidad: El momento exacto

      Venías caminando por la calle, apurado y pensando en como habías hecho para atrasarte esta vez, simplemente tenías una enorme facilidad para salir tarde a todo. Venías pensando en que excusa decirle pero en el fondo sabías que no necesitabas ninguna. Ella te conocía bien y sabía tus defectos, y por sobretodo los aceptaba. Al igual que tu aceptabas que ella siempre llegara quince minutos antes a todos los lugares, haciendo que tu tardanza fuese más notoria y aumentando significativamente tu sentimiento de culpa. Sentimiento que se desvaneció, junto con todas tus preocupaciones, cuando la viste parada, en la esquina que habían acordado encontrarse, mientras te sonreía. Estaba parada contra una vidriera mirándote fijamente. Ese día vestía un saco marrón de gamuza y llevaba también guantes, un pantalón negro y botas. A medida que te acercabas podías notar cómo sus enormes ojos, color miel, brillaban como nunca lo habían hecho. Su cabello, color castaño claro, estaba suelto ese día y parecía bailar con el viento. Al verla tu cabeza se ponía a viajar, por tu mente pasaban miles de frases e ideas un poco cursis y eso te hacía sentir raro. No sabías como describir ese mar de emociones que te inundaba cada vez que la tenías cerca. Te gustaba, pero a la vez te asustaba sentirte así.
-Al fin llegás -dijo mientras sonreía.
-Si, sabés como soy. Vos supongo que viniste un rato antes, como siempre -respondiste.
-Si. ¿Entramos? Me estoy congelando.
-Dale.
     Habían quedado de ir a ese lugar desde hacía un par de días. El lugar lo habías elegido vos, porque te gustaba el café que servían, aunque en el fondo hubieses ido a cualquier lugar dado que lo que más te importaba en ese momento era su compañía. Se sentaron junto a una ventana que ya estaba empezando a empañarse a causa del gélido día de junio. Ordenaron ambos lo mismo, un café y una porción de tarta de manzana. La tenías frente a ti y no podías apartar tu mirada de ella, era simplemente hermosa. Por momentos te preguntabas que hacía allí sentada contigo. En medio de tu delirio fuiste interrumpido por su voz.
-Siempre viajando en tus pensamientos. A veces me pregunto que habrá en esa cabecita -expresó mientras le agregaba azúcar a su café.
-Ya lo sabés, tenés una habilidad única para leerme la mente -respondiste mirándola a los ojos.
-Eso es cierto, y vos a mí. Y eso a veces me asusta, es decir, nunca nadie me conoció tanto -dijo mirando su taza. La conocías hace pocos meses y siempre había sido demasiado cerrada. Rara vez expresaba lo que pensaba o sentía. La miraste nuevamente y te acordaste del día en que la conociste, en medio de tantas luces. Fue una casualidad que te hayas girado en aquel exacto momento en cual te miraba. A pesar de que parecía estar triste o enojada, cuando sus ojos se encontraron esbozó una leve sonrisa.
-Me encantas. ¿Sabías? -le dijiste.
-No empieces. Nunca se que responderte cuando hablamos de esto. A pesar de que siento mil cosas, nunca se como decírtelas y me deja mal que hables solo. 
-No importa. No tenés que decirlo con palabras, lo sabés bien. Me lo demostrás con actitudes y eso es mucho más importante. Como cuando nos conocimos y me sonreíste. Se que lo hacés pocas veces, no le sonreías a nadie más ese día.
-Ah. Es que me estaba acordando de un chiste -dijo soltando una leve carcajada.
-Ves y eso también. Siempre tenés una respuesta para todo, y son las mejores respuestas siempre. Aunque a veces seas un poco amarga.
-Los mejores tragos son los más fuertes -expresó mientras te miraba con ojos soñadores.
-A lo que voy es que hay algo que no se como expresarte. Se que tiendo a irme por las ramas cuando hablo. A veces decís que parezco una mina cuando me pongo así, pero en el fondo sabés que es mi forma de ser. Como vos que no decís nada, pero con pequeños gestos me demostrás todas esas cosas que decís que sentís. Y ahora estando acá, analizando todo se me ocurren mil cosas y se me enredan las ideas. Si supieras lo especial que sos, lo importante que sos. Cuando nos conocimos estaba perdido, no sabía ni que rumbo tomar, pero apareciste vos y todo eso cambió. Siempre me escuchaste y me tiraste la justa cuando tenías que hacerlo. Nunca me pintaste un mundo perfecto, un mundo multicolor, si lo que tenías que decirme era algo oscuro me lo decías igual y es esa sinceridad fue lo que me encantó en vos. No andamos por ahí fingiendo ser la pareja perfecta, no nos decimos cosas lindas al oído todo el tiempo ni nos dedicamos poemas. Simplemente dejamos que esto sea y suceda. No espero que todos los días me escribas para decirme los buenos días, pero se que las pocas veces que lo hacés es porque de verdad me extrañás y eso se valora más. Tampoco espero que me digas todo el tiempo en donde andás o que hacés, porque al hacer eso perdemos la privacidad y la confianza. Y yo confío en vos, al igual que vos confias en mí. Sabemos bien que si la cagamos acá, perdemos ambos y ninguno quiere eso. Tampoco nos vendemos espejos de colores, no juramos que esto va a ser eterno ni nos prometemos un futuro ideal. En cambio disfrutamos cada momento como si fuese el último y nos dejamos llevar por todo, sabiendo que estamos bien así. Discutimos demasiado y eso es bueno, conocemos los defectos del otro y no tratamos de cambiarlos, los aceptamos y convivimos con eso. Lo que quiero decirte es que todo esto es un poco nuevo para mí y que a veces me da mucho miedo. Somos un desastre ambos y no tenemos planes. Los domingos dormimos todo el día y odiamos el lunes, y también la maldita rutina. Yo no se que será de nosotros en un año, pero se que ahora soy feliz. Vos me hacés feliz. Se que no soy el primero en tu vida y no se si seré el último, y a vos te pasa igual, pero se que ahora quiero ser yo y nadie más. Siempre dije que mi sueño era cambiar el mundo pero en este momento con cambiar el tuyo me conformo. No es que renuncie a mis sueños por vos, nunca lo haría, pero es que ahora vos sos parte de ellos. Con verte sonreír ya me siento realizado. Cada vez que agarro tus manos frías siento que todo tiene un sentido. Me encantás, de verdad -dijiste y justo cuando pensabas continuar notaste que sus ojos estaban más brillantes que de costumbre y que de ellos comenzaban a brotar lágrimas y mientras te miraba movió los labios.
-Te amo -y esa fue la primera vez que la escuchaste decir esas palabras. Y no solo vos, el universo también.

martes, julio 2

Insanidad: Un café, por favor.

      Estabas sentado mirando la ventana, una vez más en esa cafetería que tantos momentos te había dado. No era el mejor lugar de la ciudad, ni el peor, pero para tí era especial. En esa mesa, bajo esas polvorientas lamparillas y mirando siempre en la misma dirección habías tenido tus mejores ideas, también habías ahogado tus penas. Ese lugar era un testigo mudo de tus victorias y tus derrotas, era para tí un lugar de encuentro contigo mismo.  
      La mesera recién había pedido tu orden, te caía bien a pesar de lo mucho que se parecía a esa persona que te había roto el corazón hace poco tiempo. Viajabas en tus pensamientos, tal vez pensando como hacer para invitarla a salir o como hacer para entablar un diálogo que sea algo más que: "Café cortado, por favor". Por momentos hasta te imaginabas como sería abrazarla, tomar su mano, incluso besarla. Te gustaba divagar en tu propia mente, creando historias y mundos fantásticos y por eso pasabas por un bicho antisocial a veces, pero en el fondo tu mayor miedo era la soledad. En medio de tantas nubes y paisajes mentales te ves interrumpido por una voz conocida, esa voz áspera provocada por la edad, el alcohol y algún cigarrillo ocasional, esa voz que tantas veces habías escuchado estando sentado ahí mismo, en ese exacto lugar.
-Perdón por llegar tarde-interrumpió. Era el viejo, un tipo de unos sesenta años, alto y delgado. Vestía siempre jeans azules y una remera negra, y sus lentes oscuros que no se los sacaba nunca.
-No pasa nada, ya le pedí un par de cafés a Mary.
-Me parece bien -dijo, y agregó: ¿Cuándo la vas a invitar a salir pibe?
-Un día de estos.
-Un día de estos vas a tener mi edad, y vas a arrepentirte más de las cosas que no hiciste que de las cosas que si te animaste a hacer. La vida es corta, te lo dije mil veces. Te dejás ganar por el miedo y eso te va a costar caro.
      Mary volvía con lo que habías pedido, era hermosa. Tenía el cabello negro, como el carbón y largo hasta un poco más abajo que sus hombros. Su piel era blanca y a la vista parecía ser muy suave. Tendría alrededor de veinticinco años, o menos; su seriedad la hacía parecer mayor. Sus ojos eran grandes y color café, denotaban cierto cansancio, posiblemente por el trabajo, o porque también estudiaba, no lo sabías. Era de estatura media, calculabas que te llegaría por los hombros, y delgada pero con un cuerpo bien formado. Ese día estaba usando el cabello suelto con un flequillo hacia un costado. Bajo su delantal tenía una polera blanca y vestía unos pantalones negros bastante discretos. Sin embargo lo que más te llamaba la atención era su sonrisa, poca veces lo hacía pero cuando sonreía todo parecía estar en orden. Era como si el mundo se detuviera para poder apreciar ese magnífico momento, para admirar esa fracción de segundo y disfrutar su tan pocas veces visto regalo. Fue en ese exacto momento, mientras te servía el café que pudiste verla sonreír una vez más y eso te dejó maravillado. Pero una vez más no pudiste decir ni una sola palabra.
-Ahí tenés otra vez -murmuró el viejo.
-¿Qué pasa ahora? -dijiste mientras Mary se alejaba tarareando una canción de Los Beatles.
-El miedo Bruce, eso sucede. Escuchame. ¿Cuánto hace que te veo poner la misma cara de bobo cada vez que ella se acerca? ¿Seis meses? ¿Siete? -exclamó el viejo mientras le agregaba azúcar al café.
-Casi siete meses. Desde que comenzó a trabajar acá en diciembre del año pasado -dijiste mientras la mirabas a lo lejos lavando unas tazas mientras seguía tarareando pero esta vez era una canción de Los Carpenters. Su voz llenaba de magia el lugar.
-Los detalles no importan. De lo que quiero hablar hoy es del miedo. De tu miedo a vivir, miedo a salir de ese cascarón en el que te encerrás. Me parece magnífico que tengas una mente así, que estés lleno de ideas siempre y que tu imaginación sea poderosa pero es tiempo se sacar todo eso. No podés usarlo como escudo para escapar de la realidad. 
-Si, lo se. Es que hace tiempo que vengo tratando de cambiar.
-Entiendo, es un proceso largo. Te vengo observando hace tiempo y me parece que ya estás preparado para ese puntapié, para ese cambio que tanto anhelas. Date cuenta de todo lo que recorriste. Pensá en todos los problemas que resolviste y como pudiste remarla hasta acá estando solo, no todo está perdido.  ¿Te acordás de como te sentías un niño hace tan pocos meses? Razoná y tratá de darte cuenta de lo que sos ahora, de como cambió todo, cambió tu mundo y también las reglas de este juego. No pongas más excusas y enfrentate a la realidad que te rodea. Siempre te preocupaste porque todo tuviese un orden, una estructura, un sentido y un porqué. Yo digo que ya es hora de que dejes de cuestionarte tanto y empieces a actuar. Y no hablo solo de hablarle a esa chica linda, hablo de todo -te dijo mientras te miraba fijamente a través de sus gafas oscuras. Te hablaba de manera pausada y serena, no te estaba criticando, no demostraba enojo en absoluto pero se veía un poco preocupado. 
      El viejo siempre había sido una especie de sabio para ti, un consejero. Sus experiencias vividas le servían para poder guiarte siempre que pudiera y gracias a él habías podido salir de uno de tus peores momentos. Todo comenzó cierto día, hace unos meses, cuando estabas mirando por esa misma ventana, con la diferencia de que tanto afuera como en tu interior llovía sin parar. Fuiste interrumpido por su voz cuando te dijo: "Cambiá esa cara pibe, que la vida es corta y aún tenés mucho camino que recorrer." Desde ese día el café a las once en punto se volvió algo casi rutinario. Siempre con una charla filosófica de por medio y eso te había ayudado a trazar un camino de salida de ese laberinto en el que te encontrabas. Le debías tu vida prácticamente.
-Tenés razón, estoy listo.
-Me parece perfecto. ¿Qué tenés en mente?
-Mañana te lo digo. Ahora me tengo que ir. Un gusto viejo, que pases bien -decís. Mientras eso a tu alrededor todo comienza a temblar. Es como si fuese un terremoto, pero sabés que no es eso. Mirás hasta donde está Mary y ves como comienza a desvanecerse mientras te observa regalándote una sonrisa, posiblemente sea la última. El viejo también empieza a desaparecer, sabés que lo vas a volver a ver pero no será en ese café, ya no necesitás ir ahí. Sentís tu cuerpo cada vez más pesado. Todo se vuelve oscuro por un momento y a lo lejos escuchás la voz de tu hermano James mientras grita.
-Bruce teléfono, es Romina, tu amiga de la facultad. 

lunes, julio 1

Personal: Utopía

Recuerdo la primera vez que te vi, en medio de tantas luces apenas pude notarte. Sin embargo hubo algo en vos que me llamó demasiado la atención. No se si fue tu mirada perdida, como si estuvieras buscando algo que ni sabías lo que era; o tal vez el brillo que salía de esos ojos. Eras un desastre ahora que lo pienso, tu cabello estaba completamente desarreglado y tu cara denotaba cansancio. Parecía que ya no sabías como sonreír y que tus labios hacía tiempo no eran besados. Te veías tan sola a pesar de estar rodeada de gente y parecías también despreciar al mundo. Y sin embargo en medio de tanto caos yo solo podía ver belleza. Eras hermosa, sos hermosa. 
Creo que al verme y sonreír fue cuando empecé a darme cuenta de lo importante que ibas a ser. No le sonreías a nadie más y eso me hacía sentir un poco especial. Después de todo yo pensaba que había sido olvidado por todos y que alguien me notara me hacía sentir vivo otra vez. A ti también te pasaba lo mismo. Venías de un viaje largo, de haber transitado por muchos lugares a los cuales no querés recordar. Nos necesitábamos el uno al otro, o eso pensamos. Estábamos como desarmados, totalmente perdidos y aferrarnos de esa manera nos hacía sentir bien. No se si se le puede decir amor a eso, fue algo tan breve. Ni siquiera se que fue, pero estoy seguro de que tanto en tu interior como en el mío aún sigue habiendo algo de ese "algo". 
Cierto día dijiste que nos faltaba magia, tiempo después terminamos haciendo el mejor truco que cualquier mago alguna vez haya hecho...
Desaparecer.

Disponible en Amazon